Llevan ganados, a pachas, todos los Grand Slams de los dos últimos años: ocho grandes, cuatro cada uno. ¿Les recuerda a algo? A sus 22 abriles, Carlos ya tiene seis, dos en cada una de las tres superficies: hierba, dura y tierra.
La agónica victoria ante su máximo rival en Roland Garros, de donde salió vivo del infierno por puro tesón, osadía y sí, hay que admitirlo, chorra… seguida, a las pocas semanas, de la contundente victoria del italiano en Wimbledon, donde se vio a un Carlos impotente que se derrotó en gran medida a sí mismo, hacían que todos los que le seguimos temblásemos ante esta final del US Open, por más que se hubiese plantado en la final sin ceder un solo set. Sinner es mucho Sinner y parecía tenerle cogida la medida. Además, la superficie ideal de Jannik es el cemento y, además, por la lluvia, la pista estaba cubierta, más rápida todavía. Le favorecía claramente.
Y, sin embargo, ayer asistimos a un vendaval de Alcaraz desde el minuto uno. Carlos ha subido otro escalón más, fundamentalmente en la brutalidad y variedad de su primer saque y en una actitud mental distinta: más serena, disciplinada y tenaz. Sin renunciar a su juego de equilibrista, tiró poco de dejada y se centró en sacar de su sitio al pegador transalpino. Cuando soltaba el martillazo de su derecha, lo desbordaba por completo. Con la excepción del segundo set, acabó abrumándolo con muchísima autoridad. No fueron sets decididos en un tie-break, le rompió el saque (y menudo saque) una y otra vez. No hizo una sola doble falta y mantuvo un porcentaje de primeros altísimo. En resumen, lo apabulló.
El duelo está servido. El italiano se lamerá las heridas y lo esperará de nuevo en Australia, con el contador a cero.