Por más que el presidente Sánchez insista en que él mismo va a empuñar el timón para mantener el rumbo progresista, todos sabemos que el barco ‘España’ lleva semanas varado, ante la incapacidad de los oficiales de cubierta de ponerse de acuerdo sobre la siguiente maniobra.
Yolanda Díaz dice (en ese tonillo que pone, que parece que está hablando a un país de idiotas) dice que lo que ha pasado es «muy grave», pero que está dispuesta a mirar para otro lado si Sánchez relanza «la agenda social». Así es la extrema izquierda: a quien abraza la fe progresista, todas sus corruptelas le son perdonadas.
No cuenta Díaz, sin embargo, con que la agenda social no puede importarles menos a Junts y al PNV, que ya han echado por tierra varias de sus iniciativas.
Y es que las coaliciones de perdedores carecen de proyecto común. Salvo en su odio eterno al PP, ¿en qué pueden estar de acuerdo unos marxistas revolucionarios con unos señoritos de derechas de toda la vida? Si ninguno ha abandonado ya el barco es porque todos tienen miedo de que los votantes los castiguen por, como dice Sánchez, «poner [el país] en manos de la peor oposición».
¿Merece la pena pagar ese precio?
Eso es lo que ahora mismo valoran los diferentes integrantes de la mayoría de investidura.
Aitor Esteban, el presidente del PNV, se ha puesto metafísico. Dice que en política «hay una raya» más allá de la cual resultaría imposible seguir apoyando a Sánchez, y ha dado a entender que en el Euskadi Buru Batzar la están buscando. Pero la decencia no es una magnitud física, como la masa o la longitud. Nadie dice: «Me quedan 20 gramos de integridad» o «La honestidad empieza en este mojón y llega hasta aquel otro de allí».
La decencia se tiene o no se tiene.
Es verdad que nadie es perfecto y, parafraseando a James Bond, el primer fallo puede ser un desliz; el segundo, coincidencia, pero el tercero ya es un patrón.
Conque no os hagáis los santurrones, Aitor. La decencia de este Gobierno quedó clara hace tiempo. Ahora lo que estáis negociando es el precio.