Es conmovedor lo preocupados que están mis amigos de izquierdas por el Partido Popular. Cada vez que me encuentro con alguno de ellos, me explica que Núñez Feijóo no puede ser más torpe y que hay que ver lo que ha dicho de la inmigración o del aborto o de la vivienda.
La verdad es que no lo entiendo. Si tan mal lo hace Núñez Feijóo, lo lógico es que estuvieran encantados y, sobre todo, callados, porque como decía Napoleón, cuando el enemigo se equivoca no hay que distraerlo.
Pero uno ve Mañaneros y Malas Lenguas o lee Público y El Plural y resulta que el principal problema de España es lo mala que es la oposición. ¡Qué bien nos iría y qué felices seríamos si tuviéramos una oposición más seria y razonable, una oposición dialogante y con auténtico sentido del Estado, y no a esta panda de reaccionarios, de intemperantes y de envidiosos!
Y yo no discuto que Feijóo sea todas esas cosas tan horribles y además un incapaz, pero en una democracia el control se ejerce sobre quien ostenta el poder y, de momento, el que tiene que dar explicaciones de que no haya Presupuestos y los trenes se paren, de que se produzcan apagones y se nos señale en las cumbres de la OTAN, de que Cerdán esté en la cárcel y los sobres de billetes se amontonen en el armario de Ábalos, el que tiene que dar explicaciones de todo esto es el Gobierno.
Controlar a la oposición es, en cambio, más propio de una dictadura.





