A pesar del crecimiento de los últimos años, la pobreza no remite en España. Estamos entre los cinco países de la Unión Europea con mayor porcentaje de personas en situación de privación material y social severa, es decir, que no pueden costearse al menos siete de 13 actividades consideradas esenciales, como mantener la casa caliente en invierno y fresca en verano, afrontar gastos imprevistos o irse una semana de vacaciones.
¿No era este el Gobierno de la gente, el que iba a proteger a la ciudadanía?
Sería injusto ignorar el amplio catálogo de transferencias y subsidios habilitado por Pedro Sánchez desde que llegó a la Moncloa. El propio salario mínimo ha subido un nada despreciable 61%.
Pero ese no es el modo de enriquecer a un país.
La prosperidad no consiste en repartir billetes. Si lo que cada ciudadano produce no aumenta, subir los salarios incrementará el dinero en circulación, pero no la cantidad de bienes que cada ciudadano puede comprar. El país seguirá siendo igual de pobre, o de rico. El único cambio será que para comprar los mismos bienes ahora se emplearán más billetes.
Si queremos que mejore la riqueza real, cada ciudadano debe producir más.
¿Y de qué depende eso?
Básicamente, de los vilipendiados empresarios. Es verdad que los mueve la codicia. Henry Ford perseguía su propio interés cuando desarrolló un método más rápido y más barato de fabricar automóviles, y el primero en forrarse gracias a ello fue él.
Pero sus enormes beneficios no pasaron inadvertidos para General Motors. ¿Y qué hizo? Contrató a los empleados de Ford, para que le enseñaran los secretos de la cadena de montaje, lo que le obligó a mejorar sus sueldos.
Y a continuación bajó el precio de sus coches, para arrebatar ventas a Ford.
Esa es la magia del mercado.
La acción combinada de innovación y competencia hace que tengamos empresas cada vez más eficientes y que la riqueza que genere cualquier mejora se traslade de los beneficios a los precios y los salarios, elevando en una marea de abundancia a toda la sociedad.
Así es como se ayuda a la gente y se protege a la ciudadanía, no repartiendo billetes.





