En su balance de fin de año, Pedro Sánchez no dejó de recordar que la gestora BlackRock ha situado a España como el tercer mejor destino para invertir en 2026, y no es de extrañar, porque el IBEX 35 ha acabado entre los índices más rentables del mundo.
La explicación no es ningún misterio: la Bolsa española sube más que el resto de las Bolsas porque las empresas españolas también facturan y ganan más que el resto de las empresas.
¿Y por qué facturan y ganan más las empresas españolas? Porque cada vez tienen más clientes. En 2024 España recibió 94 millones de turistas y, además, aumentó su población en 500.000 personas. Se trata de una gigantesca marea humana que contrata hoteles y alquila pisos, que compra souvenirs y comida, que frecuenta bares y restaurantes.
Todo esto es magnífico y no seré yo quien niegue la alegría que inunda las calles estas Navidades. Ahora bien, ¿es sostenible?
Los economistas distinguen dos tipos de crecimiento: el extensivo y el intensivo.
El extensivo se basa en la incorporación de factores, es decir, en la movilización de más mano de obra, más capital físico o más recursos naturales, y es el que explica la mayor parte del incremento reciente del PIB español.
El problema de este tipo de crecimiento es que está sujeto a fuertes externalidades, porque el turismo y la población no pueden aumentar indefinidamente sin que empeoren el tráfico y la contaminación, sin que la vivienda se encarezca e incluso sin que estallen tensiones sociales.
Si queremos mantener nuestro excepcional ritmo de expansión, debemos transitar hacia un modelo intensivo, es decir, que aproveche mejor los factores disponibles y produzca más con lo mismo. Eso requiere adoptar más tecnología y, de entrada, España ocupa un discreto vigesimosegundo puesto en el ranking mundial de patentes.
Pero incluso aunque registráramos más inventos que nadie, esa innovación no se trasladaría al tejido productivo porque persisten barreras en servicios profesionales o en comercio minorista que resguardan de la competencia a las compañías ineficientes y bloquean la entrada a las eficientes, frustrando la acción benéfica de la destrucción creadora.
Así que es verdad, España es un gran destino para invertir, pero no se engañen: sin reformas estructurales que estimulen la competencia, no tardaremos en dejar de serlo.





