Hay que reconocer que tanto desahogo ideológico produce, si no admiración, al menos estupefacción. Ha confundido marxismo con grouchismo, y es comprensible: si no le gustan a usted estos principios, tranquilo, que tengo muchos más. Donde dije digo, digo Diego, y lo digo porque me llamo Pedro. No conoce límites su capacidad de regateo. Ha engañado a todos sus socios y timado a todos sus votantes. Sólo le queda, en un triple mortal con tirabuzón, engañarse a si mismo. Hace juegos malabares con sus promesas e ilusiones ópticas con su palabra. ¿Lo veis? Ahora no la veis. Eso que desaparece es esa palabra que no tiene.
Tiene poderes y obra milagros, pues ha resucitado a Franco varias veces. Cada vez que lo necesita saca, como un conejo de la chistera, al pobre Paco de su sepulcro. Ha traído y llevado tanto al pobre cadáver, que dicen que el fiambre sufre mareos y esa momia pide tierra.
Ahora ha vuelto a encontrar un filón: Israel. Revienta La Vuelta arengando a la turba y montando, en plena meta de Ayuso, un 6 de enero en verano, un asalto al Capitolio. Es un presidente hooligan que levita en olor de santidad. Y como vamos colectivamente marcha atrás, la siguiente etapa no es la final, es una anterior. Vuelve la Vuelta, y nuestro amo y señor ha dejado claro clarinete que no vamos a Eurovisión si a la organización se le ocurre invitar a Israel, que en el cortijo mando yo, chatingos.