Aunque sea una ordinariez, manda muchos huevos que el mayor peligro para las mujeres maltratadas haya acabado siendo ese Ministerio de la Desigualdad Manifiesta, que tanto se manifiesta y que tan poca protección ha brindado a las pobres víctimas. Mucha campaña publicitaria para que la rueden los amigos artistas, y mucho gato por liebre.
Las pulseritas antimaltrato de Lady Redondo han resultado ser todo menos redondas, porque son de “todo a cien”. ¿Compradas, quizás, a esos proveedores de mascar-illa-s con los que traficaba la mafia ministerial de Fomento de Mister Ábalos & Cía.? Ese elenco de empresas fantasma de las que, en el mundo del material sanitario, nunca se tuvo —ni se ha vuelto a tener— conocimiento. Comisionistas y aprendices de tahúr, hoy esfumados, que igual te venden una mascarilla, una braga, un termostato para la sauna o —sí, señora, sí— una pulsera antiagresiones que parece más un collar eléctrico para perros, de esos que sus bondadosas autoridades también han prohibido para proteger a los canes. Si es que son todo bondad, todo humanidad, nuestros prohibidores. Siempre pensando en nosotros y en cómo gastarse, a manos llenas, lo público. Es decir, lo nuestro. Tu sueldo y el mío.
Así que los malotes campan a sus anchas. La calle es suya, y cada uno de esos repugnantes y chulescos agresores exhibe su pulserita decorativa para mayor escarnio de su víctima. Para lo que sirven, lo más probable es que se las coloquen sujetando sus partes, para así tener las dos manos libres y asesinar bien a gusto.