España atraviesa un cambio demográfico sin precedentes. Cada vez nacen menos bebés y, desde hace una década, mueren más personas de las que nacen. En 2023, el saldo vegetativo fue negativo: -115.000 personas. El año pasado, además, se registraron menos de 320.000 nacimientos, lo que supone 111.000 menos que en 2014.
Las cifras son claras: España es el segundo país de Europa con la tasa de natalidad más baja, solo por detrás de Malta. Mientras tanto, las mujeres españolas tienen su primer hijo a los 33 años de media, una de las edades más altas del continente.
Paradójicamente, en los hogares españoles hay ya más perros y gatos que niños de entre 0 y 4 años. La sociedad parece haber cambiado los bebés por las mascotas.
Sin embargo, pese a la caída de nacimientos y el envejecimiento de la población, el país sigue creciendo. Hoy, España roza los 50 millones de habitantes. ¿Cómo es posible? La respuesta está en la inmigración.
En 2003, los nacidos fuera del país representaban apenas el 7% de la población. Hoy ya son el 19%. Gracias a ellos, el país mantiene su actividad económica: trabajan, cotizan, pagan impuestos y sostienen las pensiones.
La comunidad extranjera más numerosa es la marroquí, con más de un millón de personas, seguida de colombianos, rumanos, venezolanos y ecuatorianos. No obstante, incluso con su aporte, España sigue envejeciendo. Por cada 100 trabajadores, hay 53 personas dependientes, es decir, menores de 16 años o jubilados.
Esta realidad abre un debate urgente: ¿cómo sostener en el futuro el sistema de pensiones, la sanidad pública o las residencias de mayores?
Las posibles soluciones parecen reducirse a dos caminos: aumentar la inmigración joven y en edad laboral, o fomentar la natalidad.
Algunos países europeos ya han tomado medidas. Hungría, por ejemplo, ofrece préstamos condonables a las familias que tienen tres hijos, exenciones fiscales a madres con cuatro o más, permisos parentales ampliados y ventajas en el acceso a guarderías y colegios.
España, por ahora, observa el problema sin una estrategia clara. No se muere, pero podría quedarse sin relevo generacional. Y sin relevo, ningún país sobrevive.