The Objective

La viñeta sobre... el Emérito

Tiene mérito el Emérito.

No es cosa baladí desembuchar —nunca mejor dicho— el saco que todos llevamos a cuestas a lo largo de la vida para hacer recuento e inventario. Mirar de frente, o mejor dicho, hacia atrás por encima del hombro, a toda una trayectoria, con sus claroscuros, y osar plasmarla en unas memorias. Máxime cuando uno suele emprender semejante tarea, la de las memorias, al final de sus días, cuando es precisamente esta, la memoria, la que nos falla, la que nos confunde. Cuando lo vivido nos traiciona y, de repente, al intentar recordar, nos encontramos en el Callejón del Gato, con sus espejos deformantes.

Confieso que he vivido, titulaba Neruda; Confieso que yo no he sido podría haber titulado Su Majestad, nuestro Emérito. Porque son unas memorias exculpatorias, una autobiografía que redacta un negro, en este caso una dama muy blanca (¿acaso no podía ser de otro modo, Don Juan Carlos?), una narración que juega a la omisión, al despiste, cuando no directamente al olvido, que uno no quiere mentar la mentira. Se deja fuera cosas tan grandes que resultan clamorosas, como el elefante.

Hablemos del elefante. Hablemos de the elephant in the room, como dicen en Albión cuando quieren referirse a algo embarazoso, a la vista de todos y que nadie quiere mencionar. Pues eso, Majestad, con perdón: el paquidermo sois vos. Su librito ha entrado como esa bestia africana y polvorienta barritando en una cacharrería. Y es que la cacharrería es su antigua morada, La Zarzuela, donde hoy habita su hijo, Don Felipe, que asiste atónito e impotente a la publicación y difusión de un texto que ha llegado sin previo aviso, como una bala perdida en una cacería que le silba a uno cerca, muy cerca, de los oídos. Porque su publicación va a ser desde ya —no nos engañemos— libro de texto para republicanos. Munición que utilizarán los enemigos de la monarquía en su contra: flaco favor a la Corona, flaco favor al país que usted tanto ama, Majestad.

Hubiese recomendado uno que, antes de empuñar el arma —o sea, la pluma—, hubiese escuchado los soberbios versos de Carta al rey Melchor, de Albert Pla:

Nunca tuve dinero ni soy conde o caballero

No llego ni a hidalgo, ciudadano raso

Mi estirpe no es noble pero mi nobleza

Me obliga a decirle la verdad

Mi majestad…