The Objective

La viñeta sobre... Begoña se va al Caribe

Como este es un periódico joven, la mayor parte de sus lectores no recordarán la antológica campaña de Halcón Viajes de Curro se va al Caribe. Estaban en pañales mientras el golfo vividor de Curro remojaba el Meyba entre mojitos y se ponía moreno entre mulatas. Aquello fue un antes y un después, y Curro pasó a ser uno más de la familia —a household name—, un conocido del bar de abajo o un compañero de partido de pádel o partidita de mus.

Corría el año 96 como el cava y España descubría los viajes de todo a cien. Se pedía uno un crédito para escapar a los Alpes o a la Riviera Maya y, tan ricamente —nunca mejor dicho—, porque uno podía no ser millonario, pero ¿qué hay de malo en vivir como uno? Las amas de casa pedían hipotecas para jugar a la bolsa, igual que los nenes hoy compran bitcoins y dicen que el póker es un deporte y no un vicio. Y así, letra a letra y plazo a plazo, llegó 2008 y nos fuimos todos a tomar por el culo, colectivamente endeudados hasta las cejas. ¿Les suena? Siempre hay una fiebre del oro, ya sea en California a finales del XIX o un plan urbanístico en la Costa del Sol en los sesenta. Un pelotazo, un soplo, una ganga.

Pero me voy del tema. Tanto es así que ni siquiera lo he mencionado, el tema. Y es que ayer nos desayunábamos con la noticiosa noticia de que las autoridades de la República se niegan a confirmar si han expedido a doña Begoña un pasaporte del país. Parece que lo puede andar necesitando. El vuelo está fácil. Viajes Halcón, con Curro a la cabeza, era de los Hidalgo, que, como su apellido indica, son gallardos, nobles y generosos. De Viajes Halcón nació Air Europa — ¡si es que no dan puntada sin hilo,!— y entre fiesta y sarao, un rescate. Y como ya se sabe que es de bien nacido (Hidalgo) ser agradecido, el trayecto Madrid–Santo Domingo puede hacerlo la dama en primera, que para algo es primera dama, doña Bego.

Todo esto son conjeturas y maldades, serpientes de verano en Navidades. Cosas que nos inventamos en El Ojete para pasar el rato. Y ya se sabe: ¿quién le pedirá perdón a doña Bego? Yo, desde luego, tantas veces como sea necesario. Pero primero… el pasaporte, madame.

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