El juego está en nuestro ADN. Es una parte intrínseca de nuestras vidas, independientemente de la geografía o la cultura. Los niños -e incluso los adultos- de todas las partes del mundo necesitan jugar, no solo con el afán de divertirse, también para construir mejores comunidades y un futuro más positivo. Cuando Tim Jahnigen observó cómo un grupo de niños de un campo de refugiados en Darfur jugaba al fútbol con una pelota improvisada que apenas duraba unos días, decidió crear un balón ultraresistente que no se pincha, no se desinfla y no se deforma, gracias a su material especial. Jahnigen tenía claro que quería un balón que pudiese ser usado en cualquier tipo de condiciones, un balón que pudiese llevar la alegría del fútbol a niños en campamentos de refugiados, áreas de desastre y otras comunidades vulnerables a través del mundo.
Hoy la idea de Tim se ha convertido en una exitosa compañía conocida como One World Futbol Project, que vende los balones a un precio de 50 euros la unidad. Por cada compra de uno de estos balones, la empresa entrega otro de manera gratuita a niños necesitados. Según ellos mismos aseguran, ya han conseguido llegar a más de 60 millones de niños y jóvenes en 185 países.
