The Objective

La viñeta animada sobre... las banderas de Israel y Palestina

Banderas para enjugar las lágrimas, banderas con las que envolver los cuerpos.

Cuantas mentiras se han escrito a lo largo de los años sobre la realidad de un conflicto de proporciones bíblicas que se remonta, muy especialmente, a las lamentables fronteras imaginarias que trazaron los que alumbraron aquel infausto y nefasto Acuerdo de Sykes-Picot. Fronteras de escuadra y cartabón que sajaron, como un bisturí, la vida e historia de tantos pueblos con la ignorancia violenta de quien desconoce y la soberbia salvaje de quien prefiere desconocer.

La primera falsedad es que a Israel lo ponen allí los Aliados al terminar la Segunda Guerra Mundial. Falso de toda falsedad. Llevaban muchas décadas, desde la última mitad del XIX, volviendo a su tierra, su tierra prometida. Aquello es el crisol de las religiones y por tanto un sitio maldito: no cabe tanto dios en un terreno tan pequeño.

Como de costumbre, el dedo acusador señala (y señalará) siempre a Israel. ¿No será que esta vez David es el Goliat? ¿Cuántos veces se va a hacer responsable al pueblo judío de los males de toda la humanidad?

¿Se equivoca Israel en su campaña feroz? Nuestro amigo Jose Mª Marco dice que Israel siempre tiene razón. ¿A qué espera Hamas para liberar a los rehenes (de los que ya nadie habla) para acabar al instante con tanta barbarie? ¿Son verdad todas las acusaciones que nos llegan, lanzadas por aquellos que saben que los cuarteles generales de los terroristas se ubican bajo escuelas y hospitales? ¿No les pide la sacrosanta comunidad internacional de la Alianza de las Civilizaciones rendir cuentas a ellos?

Y, por otro lado, resulta difícil creer que una operación de la envergadura del 7 de Octubre se fraguase bajo las adormecidas narices del mejor servicio de inteligencia del planeta, y que esta se desarrollase durante… años. Los mismos servicios secretos que han llevado a cabo la brillante operación de los buscas contra Hezbolá o el descabezamiento quirúrgico del régimen de los Ayatolás, pues resulta que estaba aquel día fatal de siesta, oye… Eso, combinado con el negro horizonte judicial de Bibi Netanyahu justo antes del cruel ataque, hacen que uno piense que opinamos mucho y quizá no sabemos nada.

El resultado de tanto odio es un ojo por ojo implacable, monótono y repetitivo como las gotas de sangre que caen al suelo al ritmo de un metrónomo tras resbalar brazo abajo, hasta las manos, para deslizarse luego sinuosamente por los dedos y caer sobre las frías baldosas desde otro cuerpo anónimo que yace sobre la fría mesa metálica de la morgue.

Basta ya.

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