No lo llaman ruleta rusa por nada. Estuve en Moscú hace años y me sentí un extraterrestre, por no llamarles marcianos a ellos. No es que sean de otra especie, es que son de otro planeta: Marte, el dios de la guerra, aquí mismo en la Tierra.
Me contó una vez un primo cirujano que le estaba inyectando plasma en la rodilla a un ruski que jugaba en un equipo de nuestra liga de balonmano. Le dijo “Voy despacito para que no te duela, ¿ok?”. El tipo le miro con algo a medio camino entre el desprecio y la risa, cogió él mismo el chute y le dio un puñetazo al émbolo de la jeringuilla, se lo enchufó de golpe. Al sacar la aguja soltó una carcajada que le heló la sangre a mi pariente. Para los que no lo sepan, el plasma enriquecido es denso, grueso, y cuando se introduce en la cavidad articular, donde no hay espacio, duele de la hostia. No sé si me explico.
No estamos tratando con seres normales. Lidiar con los soviets (que lo siguen siendo, de palabra, obra y omisión) es un buen entrenamiento para lo que va a ser enfrentarnos como civilización a la IA. Manejan ambos un nivel similar de empatía: cero.
La salvajada de hoy es un mensaje más en la retahíla de barbaridades que va a seguir colocando sobre el tapete Putin, subiendo la apuesta hasta lograr arrodillar al adversario. Si por el camino vuelven a perder unos cuantos millones de conciudadanos, pues benditos sean, pobrecitos. Que Stalin los acoja en su seno.
Y lo más grave es que, en este asunto de Ucrania y el Dombás, tener sus razones, las tienen. Ya advirtió Kissinger que era pragmático hasta niveles inhumanos. “Cuidadito con Ucrania, es el puente entre Rusia y Occidente…” Y por “cuidadito” se refería a no tocarle los cojones a un oso, no vaya a ser que se cabree, te pegue un zarpazo y te coma. Vivo.