Se imagina uno al capitán de uno de los buques de guerra israelíes que salieron al encuentro de esa —no sabemos si ridícula flotilla o flotilla de ridículos—, en el preciso momento en que su segundo de a bordo vislumbra, desde el puente de mando y a través de sus prismáticos, la escena.
—¡Mi capitán! ¡La flotilla a estribor!
—¿Ves a Bardem?
—No sabría decirle. Van todos envueltos en pañuelos, parecen fantasmas.
—Lo son… Acláreme una cosa, alférez. ¿Son enanos o son payasos?—Son enanos, señor.
—¿Y cómo lo sabe?
—Pues porque los payasos son cosa seria.
—Cierto.
Avanza la flotilla a toda vela (aunque funcione con un motor diésel y contaminante). No corta el mar, si no vuelan influencers y postureo. Tras una primera salida en falso —pues el mal tiempo les estropeaba la navegada—, seguida del abandono de la enfurruñada Greta, siempre ceñuda la niña, han logrado arrimar el ascua a su sardina y acercarse al objetivo, que no era otro que dar el coñazo, hacerse ver en Instagram y volver a casa tras haber dado la nota.
Por supuesto, en este momento, en los pasillos de varios de nuestros ministerios —esos mismos ministerios en los que nuestros ministros enchufan a sus putitas— se está sopesando y valorando, con Bolaños a la cabeza del comité organizador de bienvenida, montar un Victory Parade a la americana, con un desfile militar por la Castellana, ¿quizás en sustitución del del 12 de octubre? Musiquita chin-pum y confeti. No es para menos: vuelven a casita nuestros valientes sin un rasguño y con sus latas de provisiones caducadas.
No gana esta pobre patria para tanto héroe despistado.