¿A qué se refiere Donald Trump cuando habla de hacer más grande América? Parece que a eso literalmente: quiere quedarse con Groenlandia y Canadá y, en general, recuperar la doctrina Monroe: «América, para los americanos, pero para los americanos del norte».
De acuerdo con esta lógica expansiva, a un país le va tanto mejor cuanto más grande es, pero pensemos en Viena. En 1914, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, era la capital del Imperio Austrohúngaro, el segundo Estado más extenso de Europa. Durante la Conferencia de París las potencias vencedoras lo despedazaron minuciosamente y lo dejaron reducido a la superficie aproximada de Andalucía. Tuvo que ser un golpe terrible para Francisco José I, pero la satisfacción de este tenía poco que ver con la de sus súbditos. Según The Economist, Viena es hoy la segunda ciudad del mundo donde mejor se vive.
Hay quien echa igualmente de menos los días en que sobre los dominios de Felipe II no se ponía el sol, pero hay que decir que no coincidieron con los de mayor bienestar de los españoles.
Tampoco está claro qué ganan los estadounidenses anexionándose Groenlandia y Canadá. Hay quien dice que esos países atesoran enormes riquezas en su subsuelo, pero el Pentágono va a incurrir en una factura militar astronómica a cambio de unas materias primas que podría obtener simplemente comerciando, sin movilizar ni a un guardia de tráfico.
Entiéndanme. No niego que el colonialismo tenga sus ventajas. A la reina Victoria le encantaba ser emperatriz de la India. Por lo que sabemos de Trump, seguro que a él tampoco le disgustaría, y sus amigos empresarios harán fortunas fabulosas.
Pero para la inmensa mayoría de los ciudadanos no deja de ser una aventura disparatada y carísima.
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