No llores por mí Caracas
Con la de petróleo que tiene y parece que se le va acabando la gasolina a nuestro conductor del Metrobús caraqueño. Al rubio maquillado de Doritos se le ha acabado la paciencia o, lo que es más probable, la ha ejercido hasta ver que Rusia está demasiado empantanada en Ucrania como para socorrer a su cacique bigotudo; Cuba, tras el feroz huracán Melissa, ya no tiene ni sombrillas; y China está a lo suyo, principalmente ocupada en esa guerra comercial con la que la mantiene entretenida Estados Unidos. Y así las cosas, Trump ha encontrado su muñeco del pimpampum. Convenientemente cerca, pues esta vez los marines no tienen que marcharse hasta la hosca y hostil Afganistán ni batirse el cobre en Oriente Próximo —ya lo hacen sus delegados allí y, visto lo visto, con éxito—. Así que el Potus ha decidido apuntarse una goleada fácil a costa de un tipo que es como él: fanfarrón y entrado en carnes, pero morenito, y le va a poner el belfo como los mofletes a cualquier insensato que decida meterse en la jaula con el amigo Topuria: fino.
Esto no va de tener razón o ideales, y mucho menos de expandir la democracia por el mundo. Esto es puro Teddy Roosevelt —no confundir con Franklin Delano Roosevelt (es correcto, digo «del ano», y lo hago con su biografía en la mano)— y su Big Stick Diplomacy (lit.: «diplomacia del garrote»): «Talk softly and carry a big stick» (lit.: «habla bajito y lleva un garrote»), es decir, Latinoamérica vuelve a ser su patio trasero y lo va a tratar como tal. Por las buenas, bien; por las malas, fatal. No es que Trump hable bajito, pero sí que es cierto que posee una estaca muy gorda. Se llama USS Gerald Ford y es el mayor portaaviones del mundo. Lo ha aparcado frente a Venezuela a modo de señal luminosa. Resulta irónico que Trump sea el que arengue y proteja a sus militares cuando por todos es sabido que fue un draft dodger de primera, que escapó hasta en cinco ocasiones de ir a Vietnam. Y lo hizo por la puerta de atrás que tenía la casa de cada millonario estadounidense para sus hijitos en los años sesenta. Pero la vida es así, tiene estos quiebros. En cualquier caso, se piense lo que se piense, nada va a librar al mandril gorilón de Maduro de la ensalada de bofetadas que se le viene encima.
Lo de las narcolanchas voladoras eran solo el aperitivo. Don’t cry for me Caracas.
