The Objective

La viñeta sobre... es la guerra

¡Es la guerra!

«¡Es la guerra! ¡Más madera!», gritaba Groucho, poseído, enloquecido y a los mandos de la locomotora, mientras Chico y Harpo iban desmontando el tren a hachazos para alimentar la caldera y avanzar a toda máquina. Algo parecido, pero en clave de drama carcelario, dirigiría muchos años más tarde Andrei Konchalovski en su magnífica Runaway Train (El tren del infierno), en la que unos presidiarios fugados viajan a bordo de un tren que ha perdido el control y se dirige, cada vez más rápido, hacia un desastre inevitable. Era una metáfora de la Guerra Fría, y no lo era por casualidad. Tampoco lo era que Groucho gritase ese «¡Es la guerra!»: nada como un tren para simbolizar la maquinaria imparable e inexorable del conflicto armado, la maquinaria de la guerra.

Lo cantó Dylan en su soberbia Masters of WarYou that never done nothin’ / But build to destroy»), con el monótono ritmo y la severa melodía del trovador medieval, que no deja de ser, en cierto modo, tan inalterable como el traqueteo de un tren: el tren de la guerra. El tren que llega a Europa. Lo acaba de advertir de manera muy clara la nueva jefa del MI5: la guerra no está por llegar, ha llegado. Y nosotros, que estamos tan en Babia como Los muertos de Amenábar, no nos hemos enterado todavía.

Se pensó Lay Lady Lay von der Leyen que le podría sisar los rublos de la hucha confiscada a Putin, y este no ha tardado en hacer una hermosa analogía —no conocía yo esa deriva literaria del sóviet supremo— al llamar a los dirigentes europeos «cerditos». Los cerditos que han querido trincarle la hucha, confundiendo dinero confiscado con dinero robado. Europa ha intentado una jugada miserable. Como hay sobre la mesa conversaciones de paz con serias probabilidades de prosperar, el negocio del armamento frena su explosiva subida en bolsa. Y a nuestros listos de Bruselas no se les ocurre más que atizar las ascuas del incendio, que la fiesta financiera no pare. Si para hacerlo hay que provocar al oso, se le pisa el rabo chorizándole los cuartos. Una jugada genial, la de la cazadora Ursula, solo que el tiro le puede salir, a ella y a todos nosotros (sus súbditos), por la proverbial culata. La cual rima, de entrada, con culo, que es la salida.

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