Han pasado ya 15 años de esa llamada por radio. Eran pasadas las tres de la tarde, cuando un barco con bandera de Bahamas pidió socorro frente a la Costa da Morte. Han pasado ya 15 años desde que un golpe le abriera una brecha en el casco a ese viejo armador. Un casco que custodiaba 77.000 toneladas de petróleo que se filtraban, sin descanso, a las costas gallegas. Era un miércoles 13 de noviembre del año 2002 cuando comenzó la mayor tragedia ecológica de la historia de España.
El Prestige tardó seis días en hundirse. Lo hizo a más de 200 kilómetros del litoral por decisión del Gobierno —en manos del PP—, que prefirió esa opción a tratar de evacuar el fuel en un puerto seguro. La Fiscalía ha cifrado en más de 4.300 millones de euros las pérdidas. Se espera que esta semana la Audiencia Provincial de A Coruña presente el balance definitivo de los daños provocados por la marea negra.
Han pasado ya 15 años y nadie ha pagado, ni judicialmente ni económicamente, las consecuencias de ese desastre. Nadie ha cobrado indemnizaciones. Se contaminaron 2.000 kilómetros de costa gallega, se prohibió la pesca durante meses, se guardaron los barcos. Pero se soltaron amarras para ayudar a recoger con cubos, bolsas y palas, con las manos el chapapote que se pegaba en las playas y mareas. Miles de voluntarios trataban de quitar el fuel que se incrustaba en rocas, arenas y animales. Iban vestidos de blanco para luchar contra el negro. Y gritaban, a veces sin gritar, que Nunca Máis.