Newfoundland (Pensilvania) sería un pueblo rural cualquiera en Norteamérica si no fuera por una extravagancia que lo caracteriza: en su iglesia, que forma parte de la Iglesia del Santuario, las ceremonias se ofician con armas en las manos. Los rifles y pistolas con los que entran no están cargadas y los actos son fundamentalmente alegóricos: los seguidores aseguran que son una muestra de su compromiso con el derecho a portar armas y un símbolo de su defensa de la religión y la familia.