Rima Zapatero con dinero y no parece casual. Este hombre tan aparentemente desnortado, el «bobo solemne», como le bautizó Rajoy con finura quevedesca, tiene, tras esa mirada perdida y azul entre beatífica y santurrona, una verdadera querencia por el poderoso caballero. Allá donde haya un proceso de paz que se precie (nunca mejor dicho lo de precie), está nuestro muchacho con las alforjas vacías pidiendo ser llenadas a manos llenas. Raudo como el viento (que ya saben, no es de nadie), recorre el mundo entero del uno al otro confín en busca de, sí, su botín. Perdón por el ripio. Se deja caer el bueno de José Luis con sus gestos ampulosos, sus silencios huecos y el IBAN de su cuenta corriente en la solapa, que el chaletito de marras de Aravaca no se paga con un sueldo de expresidente, así como así y, perdónenme la osadía, tampoco parece que el cejudo botarate tenga gran olfato para los negocios. Pero hete tú que sí, que lo tiene. ¡Vaya si lo tiene! Nos tenía engañados. Posee más olfato que un hurón. Busca, rebusca y encuentra entre los cadáveres ajenos de conflictos cercanos y lejanos, el sustento de sus apetitos monetarios al peso en el vil metal. Socialismo contante y sonante el de Zapa.
Ahora sale a la luz que el buen hombre, el de las cejas prodigiosas y la sonrisa de Joker, ofreció pingües emolumentos a los encapuchados a cambio de esa paz tan elusiva. ¿Pensó que podría comprarse un Nobel? Parece que sólo pudo comprarse esa mansión que acaba de vender ahora a toda prisa. Quiso colgarse la medalla que correspondía a otros, principalmente a los centenares de muertos que dejaron tras de si los actuales socios de nuestro Gobierno, al que él asesora. Zapatero, el solemne, tras esa sonrisa de pánfilo en chancletas, está de cuerpo presente en China, en Venezuela, en Gaza. Allá donde haya un sueldo que endilgarse a cambio de una bobada cómplice y una sonrisa fácil. Eso sí, pacíficamente.