Unamuno, que era un tostón, dijo aquello de que la Universidad era el templo del saber y él su sumo sacerdote. Un poco pomposo, pero bueno, eran otros tiempos. Ha llegado Sánchez, que no es ni sabe quién es Unamuno, a su comparecencia ante la Comisión de Investigación de los dineros guarros de su partido —o sea, en teoría, a cumplir con su obligación democrática ante los ciudadanos por hechos graves que a todos, diestros y siniestros, nos deberían preocupar— y ha calificado el asunto de “circo”. Había una vez un… sumo payaso, Pedro.
Dice con desahogo que en el PSOE no existen los sobresueldos. No acierta a explicar ese afán por el parné contante y sonante de sus sicarios Koldo, Ábalos y Cerdán, el Trío Matamoros con los que usurpó las primarias de su partido y se corrió una larga juerga en un Peugeot transmutado en Falcon que dura hasta hoy. Al final de la escapada se llamaba la película, pero aún queda metraje, chacho. Ese dinerito en cash, cuyo uso a los vulgares ciudadanos intentan, si no prohibir, sí del todo controlar —no vaya a ser que se le escape algún cuarto a la Montero en su voracidad fiscal—, con el que dar de mamar al glotón, gordo y vaguísimo aparato del Estado que nos asfixia bajo sus miles de toneladas de funcionarios de más.
A Dominicana fueron los fajos con Koldo, que gastaba pasaporte diplomático, sí, de los que no dejan rastro. Y de acompañante, el hermano: ese pobre con cara de bobalicón despistado que no sabe ni dónde habita el hombre (¿en una roulotte en la Moncloa?), ni mucho menos dónde trabaja. Por no saber, no sabe ni lo que es el trabajo, ese que os hará libres, capullos. Panda de pringaos.
Dice Sánchez, gafa en mano y muy estudiado el gesto, que no hay sobresueldos en el PSOE. Él, que no sabía que sus tres hombres de confianza robaban a manos llenas, sí que sabe a ciencia cierta que no había sobresueldos. ¿No serían, Pedro, sobres sueltos?
Ah, y lo de las gafas, déjame que te diga —no yo, sino mi amigo Cuesta—, que no por tener gafas se sabe leer.





