Mismos perros, distintos collares.
Se lee mucho estos días sobre los cachorros de la manada borroka que hacen su aparición por el escenario izquierdo de esta obra de teatro tan de izquierdas. Les ríen la gracia. Les jalean. Son héroes. Encapuchados, macarras, pero héroes.
Una banda de cientos de estos adolescentes encapuchados (Brave New World, Aldous…) con las hormonas a flor de piel, exhibiendo su imberbe hombría ante su rebaño de chavalas —las de su tribu, en este caso la tribu abertzale—. Los abertzales que llevan ya décadas haciendo un viaje de vuelta en la evolución humana —llamémoslo involución—, intentando acercarse, a la velocidad del AVE e internet, a las cavernas del Cromagnon, que al parecer están en la actualidad en los verdes pastos de Sabino Arana. Unamuno, que me dice mi amigo Narváez que era un tostón, dejó alguna frase para el recuerdo, como que «el vascuence sirve para hablar con las vacas». En ello estamos. Al final, siempre se trata de lo mismo: el machito haciendo sus primitivas piruetas primates para deleite de la hembra de turno, que le ríe la barbarie y a la que intentará encalomarse al acabar el aquelarre.
Un grupo de estos valientes muchachos —los mismos que en otra década hubiesen empuñado con gusto la Parabellum— arrinconaron a José Ismael Martínez, un periodista de El Español que no es (dado el nombre de la cabecera) de su agrado, y le han reventado la jeta a hostias. Si el hombre cae al suelo, acaba en la UCI… o en el camposanto.
Cortamos a Irene Montero. Uno diría que es tonta, pero en realidad es una listilla. Se acercó a su macho alfa, resolvió su peripecia vital a base de un sueldo público de seis cifras y suelta sandeces como que los cachorrillos de las juventudes antifascistas crean «espacios de seguridad». Espacios de seguridad son los que habría que crear para la inmensa mayoría de los ciudadanos a los que nos toca convivir con semejantes melonas: Irene e Ione, Ione e Irene. Coño, si parece un chiste. Las dos gemelas de El resplandor, de Kubrick.
Es todo tan surrealista…



