A uno, que hace con Tomás estos garabatos con tinta china y sosa cáustica, le reclaman a menudo los amigos un poquito de ternura. Aquello que tan bien hacía el maestro Mingote, y no la salvajada a la que les tenemos acostumbrados. Lo que pasa es que nos lo ponen tan a huevo cada día, que lo primero que se le ocurrió a Tomás cuando comentábamos la idea de la viñeta de mañana era colgar a Sánchez del árbol de Navidad… Pero me he plantado. Yo, no el árbol. Un día es un día, Tomás. Mañana (hoy) es Nochebuena y pasado (mañana, vaya lío) es Navidad. Así que a por la viñeta de trazo fino vamos hoy y hemos aparcado, aunque solo sea por un día, la brocha gorda y los exabruptos.
Navidad, Navidad, dulce Navidad. Vamos allá…
En tiempos terribles, que son casi todos, cuando te asomas por la ventana a las noticias —ya sea iPad, móvil, televisor, periódico o radio— se te cae el alma a los pies y, al unísono, el mundo encima. La vida parece un terrorífico plano secuencia de tragedias encadenadas. Y de eso, me temo que la culpa la tenemos los periodistas, que traemos cada día lo peor que nos encontramos. Pero lo cierto es que, por cada mala noticia, hay diez buenas; lo que pasa es que estamos empeñados en que al lector no le interesa y en que el bien no vende… Mentira, y gorda. Lo que pasa es que el bien es como la viñeta de Mingote: más difícil de hacer y de contar.
«Odio la Navidad». Escucha uno el soniquete cada dos por tres. Siempre me pareció el típico-tópico-traumático. ¿Qué pasa, hombre, no te trajeron suficientes regalitos de pequeñín? Venga, que ya tienes cuarenta y seis tacos: remonta. La Navidad no son ni los anuncios, ni El Corte Inglés, ni las luces. No es nada más que la ocasión de reunirnos en torno a la mesa con gente a la que queremos y, lo que es más importante, la oportunidad de decírselo. Es el momento en que vemos a los pequeños disfrutar de un precioso engaño colectivo que nos encargamos de tejer los mayores cada día. Para los creyentes, es el principio de todo lo bueno. Para los no creyentes, un alto en el camino y un momento de reflexión. Es la ocasión de enterrar el hacha, de hacer las paces, de pasar página. De acordarse de los que faltan, de ayudar al que lo necesita. Es el tiempo en el que la paz debe ser el objetivo y la meta. La Navidad no es más que un recordatorio de que el tiempo pasa, de que la vida es breve, de que hoy ya es ayer y no volverá.
Pasado mañana volveremos con la recortada cargada. Pero por hoy, una tregua: Feliz Nochebuena a todos, de corazón.
Rafa y Tomás.