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Putin y Xi: Juegos de invierno y de guerra en Pekín

Los líderes de Rusia y China quieren cambiar el orden mundial surgido tras la Guerra Fría

Putin y Xi: Juegos de invierno y de guerra en Pekín

Xi Jinping y Vladimir Putin. | Zuma Press

El próximo viernes comienzan oficialmente los Juegos Olímpicos de Invierno en Pekín en una atmósfera enrarecida por la pandemia, la crisis de Ucrania y el boicot diplomático -que no afecta a la participación de sus atletas- de Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Australia y  Japón por las violaciones de los derechos humanos en China. Sí asistirá a la inauguración el presidente ruso Vladímir Putin, que será recibido por su homologo Xi Jinping, dos autócratas a los que les une su voluntad de cambiar el actual orden mundial. Los juegos, que se extenderán hasta el día 20 de este mes, podrían servir también, según algunos analistas militares aunque suene a vieja película bélica, para dar tiempo a que el terreno ucranio se congele y soporte el paso de los blindados en caso de que el líder ruso se decida finalmente por invadir el país vecino.

Muy poco tendrá que ver este evento deportivo, a excepción del uso del famoso estadio del Nido del Pájaro, con los juegos de verano de 2008, que consagraron el ascenso de Pekín al escenario mundial. Si hace 14 años los juegos exhibieron el soft power de una China que aspiraba a la influencia global,  hoy su reputación internacional está en entredicho. Desde entonces el gigante asiático es más rico y poderoso, pero sobre todo más autoritario y hostil con Occidente. 

La pandemia, además, ha obligado al país a aislarse, estableciendo medidas extraordinariamente restrictivas para evitar la difusión del virus, como la cancelación de casi todos los vuelos internacionales, la limitación de la asistencia del público y el encierro de los atletas en una burbuja aséptica, además de advertirles de que se abstengan de hacer comentarios políticos. El reciente escándalo de la tenista china Peng Shuai, que desapareció durante varias semanas tras acusar a un político retirado de acosarla sexualmente, es un buen ejemplo de los riesgos que corren si rompen el silencio impuesto. En breve, la China de 2022 ya no busca su integración en la comunidad internacional sino evitar la infección occidental.

Pero el verdadero espectáculo estará en el encuentro entre los líderes del país más grande y del segundo más poblado del mundo en un momento de máxima tensión internacional. Hace unos años rivales y ahora aliados –Pekín ya ha manifestado públicamente su apoyo al Kremlin en Ucrania-, Putin y Xi Jinping coinciden básicamente en tres cuestiones capitales: los dos están decididos a evitar el contagio de las revoluciones democráticas que se produzcan en los países que consideran dentro de su zona de influencia, trátese de Ucrania, Hong Kong o Kazajistán; ambos rechazan que los derechos humanos sean universales argumentando que existen diferentes tradiciones culturales o civilizaciones  y fundamentalmente tanto uno como otro desean cambiar el orden mundial construido tras la II Guerra Mundial y que después del fin de la Unión Soviética dejó a Estados Unidos como única superpotencia. 

También comparten la percepción de que la hegemonía americana se tambalea dada su extrema polarización política, con una derecha republicana aislacionista y una izquierda demócrata pacifista, la parálisis del Congreso y su abandono de algunos frentes como simbolizaría la caótica retirada de Afganistán este verano.

Difieren en sus estrategias

Sin embargo, sus estrategias para lograr tal fin difieren. China, que al contrario que Rusia sí posee la fortaleza económica suficiente para erigirse en superpotencia, tiene una actitud «más ambiciosa y más cauta, convencida de que el tiempo está de su parte», como señala Gideon Rachman en Financial Times, y su objetivo principal  es «expulsar a Estados Unidos del Pacífico», empezando por Taiwán, a la que continúa intimidando militarmente con regulares patrullas aéreas y cuya futura independencia, como acaba de declarar el embajador chino en Washington, Qin Gang, llevaría a los dos países a un conflicto armado.  Por su parte, las iniciativas  de Putin se encaminan a la restauración de lo perdido por Rusia –un territorio equivalente a la Unión Europea- tras la implosión de la Unión Soviética en 1991.

Así, el objetivo final del líder ruso en la crisis actual no sería tanto ejercer el derecho de veto a un futuro ingreso de Ucrania en la OTAN –téngase en cuenta que sólo el 6% del territorio ruso hace frontera con países de la Alianza, entre ellos Noruega desde hace más de 70 años, y que Moscú mantiene excelentes relaciones con algunos Estados miembros como Italia y Hungría- como restablecer la esfera de influencia de Rusia y tratar de reescribir el resultado de la Guerra Fría. «Putin cree que Occidente explotó la debilidad rusa en los años 90, que Rusia no fue tratada justamente y que no obtuvo lo que merecía. Quiere cambiar eso», afirma Andrei Kortunov, director general del Consejo Ruso de Asuntos Internacionales, un think tank próximo a las autoridades, citado por la BBC.

En ese esfuerzo de restauración del papel de Rusia como potencia, Putin ha combinado durante sus dos décadas en el poder el autoritarismo en casa y la agresión en el exterior con intervenciones en Bielorrusia, Moldavia, Transdniéster, Georgia, en el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, Crimea, Kazajistán y ahora Ucrania, a la que considera parte esencial de su visión de Rusia. Sin olvidar su generoso apoyo a todos los grupos, organizaciones e iniciativas orientadas, a través principalmente de los medios de comunicación y las redes sociales, a sembrar la discordia en los países europeos y debilitar las relaciones transatlánticas.  

Es difícil conocer cuál será el siguiente paso de Putin en la crisis de Ucrania o si la diplomacia será capaz de evitar la guerra, pero sí sabemos que el líder del Kremlin exige que Rusia sea respetada y temida por Occidente como lo fue la Unión Soviética, la reorganización de toda la arquitectura de seguridad euroatlántica establecida en los años 90 del siglo pasado desde el Mar Báltico al Mar Negro, admitiéndose la soberanía limitada de los países que caigan dentro de las esferas de influencia de las tres grandes potencias, y que pase lo que pase en el conflicto actual la situación en Europa no volverá a ser la misma. Sin disparar aún un solo tiro, Putin ha dado un ultimátum a un orden global basado en principios y reglas liberales. Aceptarlo puede implicar un mundo más seguro, sobre todo, para las autocracias.

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