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Por qué Ucrania es importante

El porvenir de Ucrania sigue atrapado entre dos conceptos acuñados en la Guerra Fría: la doctrina Breznev y la doctrina Sinatra

Por qué Ucrania es importante

Gleb Garanich | Europa Press

Las dos horas de conversación que mantuvieron por videoconferencia los presidentes Biden y Putin hace una semana pueden haber frenado o aplazado la escalada militar rusa en su frontera con Ucrania puesta en marcha con el objetivo de impedir su integración en la OTAN y la Unión Europea, pero la crisis parece lejos de acabar. Está en juego si el Kremlin tiene derecho de veto sobre el destino los países de su periferia. La respuesta que Occidente dé a este desafío será crucial para el futuro de Europa.

La doctrina Breznev y la doctrina Sinatra

El porvenir de Ucrania, cuando se cumplen 30 años de su independencia, sigue atrapado entre dos conceptos acuñados en la Guerra Fría, cuando el adversario era predecible y disuadible: la doctrina Breznev y la doctrina Sinatra.

La primera, resumida como «soberanía limitada», fue expuesta por el secretario general del PCUS, Leónidas Breznev, en un discurso ante el Sóviet Supremo de la Unión Soviética en 1968. Allí, Breznev, nacido en 1906 en Ucrania cuando ésta pertenecía al imperio ruso, afirmó: «Cuando hay fuerzas que son hostiles al socialismo y tratan de cambiar el desarrollo de algún país hacia el capitalismo, se convierten no sólo en un problema del país concernido, sino en un problema común que concierne a todos los países comunistas». El líder soviético justificaba así retrospectivamente la intervención de las tropas del Pacto de Varsovia para aplastar las insurrecciones de Berlín en 1953, Hungría en 1956 y Praga ese mismo año.

La segunda llegaría a finales de octubre de 1989, ya en tiempos de Gorbachov, cuando Gennadi Guerásimov, portavoz del Ministerio de Exteriores soviético, preguntado por una televisión norteamericana sobre la reacción de la URSS a los acontecimientos que se estaban desarrollando en Polonia y Hungría, respondió: «Nosotros tenemos hoy la doctrina de Frank Sinatra. Él tiene una canción, I did it my way. Así, cada país decide sobre qué camino seguir (…) la estructura política debería ser decidida por la gente que vive allí». Pocos días más tarde caía el Muro de Berlín y dos años después se disolvía la Unión Soviética dando lugar a 15 repúblicas independientes, entre ellas Ucrania, que ratificaría su nuevo estatus en referéndum con un 90% de votos a favor.

Putin quiere restaurar el control de Moscú

Pero desde su llegada al poder hace 20 años, Putin ha buscado revertir lo que ha calificado como «la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX», restaurando el control de Moscú sobre el llamado espacio postsoviético, ejerciendo una presión cada vez más agresiva sobre las nuevas repúblicas, espejo del incremento de la represión en el frente interior, sin importarle el deterioro de las relaciones con Occidente. Así, a la intervención en Georgia en 2008, siguió en 2014 la anexión de la península de Crimea y el apoyo armado a los separatistas prorrusos de la región del Donbás, en el este de Ucrania, conflicto que en estos siete años ha causado 14.000 muertos, casi millón y medio de desplazados y costado más de 10.000 millones de dólares a Kíev.

Ahora, tras el apoyo al dictador Lukashenko en la represión de los demócratas en Bielorrusia y en su uso de los inmigrantes como arma contra la UE, llega el penúltimo episodio del conflicto con la concentración de 100.000 soldados rusos junto con blindados y artillería en la frontera oriental de Ucrania, listos para intervenir. La amenaza difícilmente puede exagerarse. Fuentes de los servicios de inteligencia de Estados Unidos aseguran que el Kremlin se prepara para una ofensiva en varios frentes que podría desencadenarse en los próximos meses en la que movilizaría hasta 175.000 soldados.

Putin ha justificado su nueva demostración de fuerza por el uso por parte del Ejército ucraniano de drones turcos contra las fuerzas apoyadas por Moscú en el este del país y el vuelo de bombarderos norteamericanos cerca de Crimea, convencido de que si no actúa ahora, mañana será tarde y habrá bases de misiles de la OTAN en Ucrania, como las hay actualmente en Rumania y Polonia, capaces de «alcanzar Moscú en cuestión de minutos». Su movimiento de ajedrez parece también haber aprovechado un momento propicio por la aparente debilidad de Estados Unidos tras la retirada de Afganistán, la distracción de la pandemia y los temores europeos ante una posible crisis energética en pleno invierno.

El líder ruso puede haberse apuntado de momento un tanto al lograr una cumbre con Biden, aunque fuera virtual, recuperando el papel de Rusia como gran potencia ante el resto del mundo, principalmente frente a China, pero su jugada entraña altísimos riesgos. El analista de defensa Loren Thompson ha enumerado algunos en la revista Forbes como son el insoportable coste económico y en bajas de invadir y ocupar un país de 40 millones de habitantes y uno de los más pobres y corruptos de Europa; el reforzamiento militar de la OTAN, que la convertiría en un problema mucho mayor para Moscú; la ruina que causarían las sanciones occidentales y el bloqueo de sus exportaciones de gas y petróleo y, sobre todo, la probabilidad de que la aventura militar volviera a los rusos contra su poder y su régimen.

EEUU cierra filas con sus aliados

EEUU ha cerrado filas con sus aliados para dejar claro que no tolerarán el veto de nadie a la petición de un país de ingresar en la OTAN y que llegado el caso impondrán a Moscú durísimas sanciones económicas, pero el duelo continúa y requerirá de extraordinarias dotes diplomáticas para encontrar una solución. Ni es probable que Putin ordene la retirada de sus tropas sin apuntarse alguna clase de victoria política ni que Biden acepte sin más una neutralización de facto de Ucrania. Tampoco es descartable, según fuentes militares occidentales citadas por la BBC, que finalmente el Kremlin lance una incursión a gran escala o invada Ucrania en una nueva guerra que se extendería como una mancha de aceite por toda Europa con su secuela de muertos, refugiados, ciberataques, tácticas de desinformación y colapso económico.    

Rusia y Ucrania comparten una larga y turbulenta historia común con fuertes vínculos religiosos, familiares, culturales y económicos y es indudable que la separación es aún una herida abierta para el orgullo nacional de muchos rusos. Pero también de sufrimiento y desgracias nunca olvidadas por los ucranianos como la hambruna causada por la colectivización de la agricultura impuesta por Stalin en los primeros años 30 en la que murieron entre 7 y 10 millones de personas o la secreta, negligente y criminal gestión por parte del Kremlin del desastre nuclear de Chernóbil en 1986. No es de extrañar por tanto que la «catástrofe geopolítica» ocurrida hace 30 años, según Putin, sea vista por el actual Gobierno de Kíev como una feliz liberación del totalitarismo. Como ha escrito Orysia Lutsevych, investigadora del think tank británico Chatham House, la historia reciente de Ucrania «es fundamentalmente la historia de sus intentos por definir un nuevo futuro para sí misma en Europa y los esfuerzos de Rusia por impedir esa nueva dirección».

Putin no solo busca por todos los medios evitar que Ucrania caiga en la órbita de la OTAN. Tampoco está dispuesto a permitir el establecimiento de un régimen democrático y viable en los territorios que forman parte de su visión de Rusia. Occidente debe saber por qué luchar.

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