Libertad, pero no mucho
Y yo me pregunto, ¿dónde está la libertad de Nadal? O sea, ¿defendemos la libertad, pero no estamos dispuestos a hacerlo con todas las consecuencias, incluso cuando no nos conviene? Pues parece, por lo menos en este caso, que no.
A muchos se les llena la boca con la palabra “libertad”. De hecho, ya se ha convertido en un arma dialéctica entre las diferentes ideologías políticas. “Yo prometo la libertad”, espetan algunos encima de cualquier tarima electoralista, con la misma facilidad con la que se le promete un hueso a un perro para que dé la patita. Todo lo que toca la política lo embarra, lo llena de fango, lo convierte en algo puramente banal. “La libertad” no se libra de ello, y ya es víctima de la irresponsabilidad de los voceros del régimen y de los que compran sus discursos vacíos.
Estas promesas utópicas quedan en agua de borrajas cuando se trata de defender la libertad de los demás, de los rivales ideológicos, de las formas de vida que no encajan con el discurso populista de turno. Libertad, pero no mucho. Una hipocresía rancia que tuvo como máxima expresión la polémica de Djokovic en Australia, con Nadal (sin merecerlo) de por medio.
Djokovic fue elevado a los cielos (su padre incluso le comparó con Jesucristo) por decidir, dentro de su total libertad, no vacunarse y anteponer esta decisión a participar en el primer Grand Slam de la temporada, el Abierto de Australia, y tener la posibilidad de convertirse en el mejor tenista de la historia. Hasta aquí, todo perfecto. De hecho, yo mismo considero que Djokovic es un ejemplo de lucha por las libertades individuales. Muy pocos priorizan sus convicciones personales a la presión social. Y mucho menos si tienes el honor de poder convertirte en el jugador con más majors desde el inicio de este deporte, allá por el siglo XIX.
El revuelo fue mayúsculo. El mundo se dividió entre los que defendían la acción del serbio (yo entre ellos) y los que le tachaban de ser el máximo representante del movimiento antivacunas. No existía otro tema. Y claro, las mejores raquetas del circuito no se libraron de la preguntita en rueda de prensa. Entre ellos, Rafa Nadal. El balear respondió (aún pudiendo obviar el tema) con naturalidad y, sobre todo, con total libertad: «Desde mi punto de vista, lo único que puedo decir es que creo en lo que dice la gente que sabe de medicina y, si la gente dice que tenemos que vacunarnos, tenemos que vacunarnos». «Él ha tomado sus propias decisiones y todo el mundo es libre de tomar sus propias decisiones, pero entonces hay consecuencias», sentenció el jugador español.
Su reacción puede gustar más o menos, pero Nadal tiene, al igual que Djokovic, la total libertad de actuar como considere oportuno. Para mi sorpresa, esas palabras se tradujeron en una campaña de acoso y derribo desmedida por diferentes sectores ideológicos, muchos de los cuáles enarbolan ese supuesto sentimiento libertario. “Nadal, traidor”; “Vaya vendido, viva Djokovic” e, incluso, lo más aberrante que llegué a leer: “Espero que no vuelva a ganar nada”. Y yo me pregunto, ¿dónde está la libertad de Nadal? O sea, ¿defendemos la libertad, pero no estamos dispuestos a hacerlo con todas las consecuencias, incluso cuando no nos conviene? Pues parece, por lo menos en este caso, que no. Lo más sonrojante de todo es la utilización de esa libertad de Djokovic para atacar la de Nadal. Una vale más que la otra, según ellos.
Pese al bullicio y al ruido del hecho en sí (una moda pasajera más), Nadal se ha plantado con un par de bemoles en la final del primer grande de la temporada. Está, él sí, a un pasito de convertirse en el tenista con más títulos de Grand Slam, en detrimento de Djokovic y su elección de no vacunarse. Me temo, que algunos de los falsos libertarios intentaran quitar méritos a Rafa. Otros, autoalimentando su hipocresía, se volverán a subir al carro del español si el domingo, en Australia, se proclama mejor tenista de la historia.