El periodista José María Rondón presenta el libro ‘Arte, Dinero y Poder’, en el que analiza la influencia del arte sobre figuras de la historia
Rastrea la historia de grandes fortunas históricas de España a través de las obras que representaron a sus titulares
La sede de la Casa del Libro de Sevilla acogió la presentación de ‘Arte, Dinero y Poder’ (Editorial Lid), un libro en el que el periodista sevillano José María Rondón relata la historia de doce grandes fortunas españolas entre los que encontramos a guerreros, conquistadores, aristócratas, políticos, banqueros y empresarios, a través de las obras que representaron a sus titulares o que ellos mismos reunieron a lo largo de su existencia.
A través de esta obra, José María Rondón deja constancia de como el arte se ha consolidado como una herramienta de gran valor que ha servido para confirmar la posición privilegiada de un individuo o familia, como recordatorio de sus hazañas o como distintivo de su estatus social. A lo largo del libro, el autor da cuenta de una construcción cultural y simbólica: la que ha elaborado el arte sobre algunas de las principales figuras de nuestra historia.
Cada uno de los 12 capítulos que conforman la obra aborda la influencia de las creaciones plásticas que marcaron la vida de los protagonistas o, llegado el caso, cómo han llegado a modelar su recepción por parte de las generaciones futuras. Esta mirada ha permitido a José María Rodón escudriñar en las biografías de estos acaudalados personajes, en las luces y, también, en las inevitables sombras, porque el hecho artístico contiene un ir más allá de lo evidente, una indagación en la apariencia de las cosas.
Los protagonistas de ‘Arte, Dinero y Porder’ son Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid; Alonso Pérez de Guzmán, Guzmán el Bueno; Hernán Cortés; Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán; Francisco Cabarrús Lalanne; Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, duque de Lerma; Demetrio Carceller Segura; Pedro Masaveu Rovira; Jacobo Fitz-James Stuart y Falcó, duque de Alba; Mariano Téllez Girón y Beaufort, duque de Osuna; Rafael del Pino Moreno; y, José de Salamanca y Mayol, marqués de Salamanca, personajes que fueron conscientes de la significación de la imagen de su propio presente y del pasado. Juntos forman una familia singular que acumuló poder y riqueza y para la que, en algún momento, el arte pasó a través de ellos con diferentes consecuencias.
Así, esta obra permite al lector aproximarse personajes históricos como Alonso Pérez de Guzmán, Guzmán el Bueno, personaje que deslizó su vida real entre 1256 y 1309, fundador de la Casa de Medina Sidonia y evocado como héroe por su defensa de Tarifa al servicio de Sancho IV; o el duque de Lerma, inmortalizado con su flamante retrato ecuestre de Rubens o el panegírico de Góngora, en la cúspide del poder de la monarquía de Felipe III de 1599 a 1618. Lerma sirve al autor para constatar los signos de debilidad del propio poder a la hora de elaborar su imagen.
Rondón aborda también la biografía diversos empresarios que le permiten dibujar la trayectoria de las relaciones entre poder e imagen. Ejemplo de ello son Pedro Masaveu Rovira y sus herederos supieron, quienes convertir una tienda de tejidos en una banca próspera, representando magistralmente el éxito de varias generaciones de catalanes en Asturias; Demetrio Carceller Segura, un hombre de origen humilde nacido en Las Parras de Castellote (Teruel) que, después del traslado de su familia a Terrassa, pudo desarrollar como ingeniero un imperio económico desde el que brilló su capacidad de hombre hecho a sí mismo; y Rafael del Pino, quien tuvo su pintor, Ricardo Macarrón, y constituye el arquetipo del empresario triunfador político y mediático del siglo XX. A caballo entre una capacidad de trabajo portentosa y una red de relaciones familiares y sociales extraordinaria, del Pino supo vehicular su éxito económico en su proyección social a partir de la Fundación Rafael del Pino.
Durante el acto de presentación, Rondón ha señalado como punto y contrapunto de estos personajes a Lerma y a Carceller Segura. El valido de Felipe IV le obsesionó la imagen histórica que quedase de su persona y buscó mediante la pintura de grandes artistas dejar esa huella. Al empresario no le interesó nada lo que opinasen de él después de muerto, y su relación con el arte -en este caso la fotografía- fue circunstancial y nunca interesada por la construcción de su imagen.