THE OBJECTIVE
La otra cara del dinero

Mauro Guillén: «Si la gente quiere trabajar y nos hace falta que trabaje, ¿por qué la jubilamos?»

«No sé a dónde quiere ir España con tanto AVE. Hace falta invertir menos en trenes de alta velocidad y más en educación»

Mauro Guillén: «Si la gente quiere trabajar y nos hace falta que trabaje, ¿por qué la jubilamos?»

Mauro Guillén durante un momento de la conferencia que pronunció el pasado 19 de marzo en la Fundación Rafael del Pino. | Daniel Santamaría.

En 2013, Yuichiro Miura, un japonés de 80 años que había superado cuatro cirugías de corazón y una fractura de pelvis, culminó su tercera ascensión del Everest. «Jamás imaginé que podría conseguirlo», le comentó a su hija por teléfono nada más hacer cumbre.

La hazaña desafía «la sabiduría convencional sobre la edad», comenta en La revolución multigeneracional el sociólogo, economista y catedrático de la Wharton School Mauro Guillén (León, 1964). Víctor Hugo calificó los 50 años como «la juventud de la vejez» y, en el Reino Unido, la ley reguladora de las mutuas de 1875 definía oficialmente como viejos a quienes superaban el medio siglo de vida. Está claro que, como escribe Guillén, «las definiciones de viejo y joven han cambiado».

Pero nos equivocaríamos si resumiéramos la gesta de Miura en la solitaria imagen de un octogenario coronando el techo del mundo.

Lo verdaderamente aleccionador de la escalada es que fue «el resultado de un esfuerzo multigeneracional». Conquistar el Everest requiere la energía de los treintañeros, la experiencia de los cuarentones y la fortaleza mental de los cincuentones, y eso es lo que literalmente encumbró a Miura: un equipo formado por un jefe de escalada japonés de 50 años, un hijo de 43, un cámara de 30, 13 sherpas de 26 a 44… No hay límites «cuando las generaciones colaboran entre sí», sentencia Guillén.

Todo lo contrario al modelo secuencial que preside Occidente, donde la educación, el trabajo y el consumo tienen lugar dentro de grupos de edad homogéneos.

A la antropóloga Margaret Mead ya le parecía un disparate allá por 1928. «Es totalmente falso y cruelmente arbitrario —dejó escrito— situar todo el juego y la formación en la infancia, todo el trabajo en la madurez y todos los remordimientos en la vejez». Y a principios de los años 70, el gurú del management Peter Drucker insistía en que el aprendizaje debía ser «un proceso permanente».

Sin embargo, seguimos comportándonos como si lo que nos enseñaran en la escuela y la universidad fuera a servirnos siempre, y como si hubiera que tener un único oficio y disfrutar de una larga jubilación.

Ese modelo no solo no es eterno, sino que supone un breve paréntesis en la historia de la humanidad. «La Segunda Revolución Industrial [la de la electricidad, el automóvil y la radio] —me explica Guillén en la Fundación Rafael del Pino, donde ha venido a impartir una conferencia—, requería operarios que supieran leer y fueran disciplinados, porque iban a confiarles máquinas muy caras. Por eso se generaliza la enseñanza obligatoria y se establece una primera frontera que separa la infancia de la juventud».

«Otro problema que inquietaba en Occidente —sigue Guillén— es que los obreros habían empezado a organizarse en sindicatos. Para calmarlos, a [Otto von] Bismarck se le ocurrió ofrecerles una pensión, pero con dos salvedades. Una es que era un arreglo solo para la industria, porque era en las fábricas donde los sindicatos tenían fuerza. Y dos, la prestación se percibiría a partir de los 70 años, lo que limitaba el desembolso, porque la esperanza de vida en Alemania rondaba por entonces los 52 o 53 años».

Durante más de un siglo, hemos ido pasando ordenadamente de un compartimento a otro: la escuela, el trabajo, la jubilación… ¿Es esa la mejor manera de organizarnos?

Una letanía de males se ha abatido sobre amplios segmentos de la sociedad, y «todos ellos —dice Guillén— derivan, al menos en parte, de la camisa de fuerza que representa el modelo secuencial». Y enumera, entre otros: la presión a la que sometemos a los adolescentes, el descenso de la fertilidad, la subordinación de la mujer, la soledad de los mayores, el déficit de pensiones. «En España te jubilas a los 63 y vives hasta los ochenta y pico —señala Guillén—. Eso supone una losa sobre las generaciones futuras. Los sindicatos siempre han defendido que los mayores se tienen que retirar para dejar sitio a los jóvenes. Esto es falso, pero es que además se lo vendemos a nuestros hijos y nietos como si les estuviéramos haciendo el gran favor, porque les damos un trabajo de mierda y les decimos: ‘Esto es lo que hay, lo siento, pero eso sí, no te olvides de cotizar a Hacienda, porque tenemos que pagar las pensiones de todos estos’».

«Como no se incentive la prolongación de la vida laboral, la Seguridad Social se va al garete»

PREGUNTA.- La idea para este libro se le ocurrió en plena pandemia, durante un seminario online con directivos de parques zoológicos.

RESPUESTA.- De parques zoológicos y de acuarios. Yo no tenía ni idea de que tuvieran una asociación internacional, pero es bastante grande, habría unas 500 personas en el webinar y, cuando empezamos a hablar, me explicaron que tenían un problema. Su público consiste básicamente en abuelos y padres que llevan a niños pequeños, pero faltan las generaciones intermedias. ¿Cómo podían atraer a los adolescentes y a los adultos sin hijos? Organizamos una tormenta de ideas y me di cuenta de que la edad determina muchas de nuestras decisiones, no solo la de pasar una mañana en el zoo. Los directivos de estas instalaciones han comprendido que si quieren tener éxito deben adoptar un enfoque multigeneracional, que no excluya a nadie por razón de sus años, pero en el resto de la sociedad seguimos anclados en un modo de funcionar que es literalmente decimonónico, porque se creó en tiempos de nuestros tatarabuelos. No tiene ningún sentido.

P.- ¿Por qué?

R.- Cada una de las cuatro etapas tenía inicialmente una duración similar, pero el aumento de la esperanza de vida ha descompensado todo el esquema, porque la gente que se jubila va a estar treinta y pico años cobrando la pensión y eso es inviable, desde el punto de vista presupuestario y desde el de la equidad intergeneracional.

«Nos han metido en la cabeza que la jubilación es maravillosa y todos se quieren jubilar, y no digo que no lo sea, pero ¿quién la va a pagar?»

P.- Los jóvenes están muy enfadados, porque la mayor parte del gasto público se destina a pensiones y a programas que favorecen a los mayores.

R.- Es cierto, pero a los jóvenes hay que recordarles que en una democracia tienes que votar y ellos se abstienen mucho. Eso los acaba de hundir políticamente, no tienen poder.

P.- Estuve hablando hace unos días con el economista José Ignacio Conde-Ruiz de su libro La juventud atracada…

R.- Buen título.

«Durante más de un siglo, hemos ido pasando ordenadamente de un compartimento a otro: la escuela, el trabajo, la jubilación… ¿Es esa la mejor manera de organizarnos?»

P.- Sí que lo es… Y lo que le decía yo a Conde-Ruiz es que las nuevas generaciones son un poco lloricas y que a nosotros tampoco nos regalaron nada.

R.- Los jóvenes tienen hoy facilidades que nosotros no teníamos. Con 25 euros te puedes ir a Berlín el fin de semana, porque eso es lo que vale un billete en Ryanair. A mí me gusta también poner el ejemplo de la música. Yo soy muy melómano, en cuanto podía me compraba un single [vinilo con una canción por cada cara] y, echando cuentas, resulta que me salía por unos 40 euros de hoy. Estaba cuatro o cinco meses ahorrando para comprarme el disco. Ahora te bajas la aplicación de Spotify y, si no te importan los anuncios, no pagas nada, es gratis… Los jóvenes tampoco tienen que hacer el servicio militar y existe un estado del bienestar mucho más generoso, no hay más que fijarse en los dientes. Nuestra generación los tiene más o menos bien, pero la actual los tiene perfectos, y eso es muy importante, sobre todo cuando vas a vivir hasta los 80 o los 85 años… Así que sí, por un lado no se dan cuenta de lo que tienen, pero por otro también les estamos haciendo la puñeta.

P.- En el libro denuncias la enorme presión educativa a que los sometemos.

R.- Antes éramos cinco o seis hermanos por hogar y los padres no tenían tiempo para ocuparse de cada uno nosotros, pasaban más. Ahora todo son hijos únicos o, como mucho, una parejita y es más fácil estar encima. Ha habido, además, un cambio cultural y los padres quieren tener niños exitosos, pero exitosos de verdad, y ya desde adolescentes o incluso antes empezamos a machacarles: «A ver si maduras y creces, tienes que decidir qué quieres hacer con tu vida». Pero esto ya es imposible. Al ritmo vertiginoso al que evoluciona la tecnología, no le puedes pedir a alguien que elija a los 18 años su ocupación definitiva, porque a lo mejor no existe dentro de una década. Nuestro entorno es radicalmente distinto al del siglo XIX, pero razonamos con los mismos esquemas.

«Seguimos anclados en un modo de funcionar que es literalmente decimonónico, porque se creó en tiempos de nuestros tatarabuelos»

R.- En el otro extremo, a los mayores de 50 años no nos quiere nadie…

R.- Eso tenemos que cambiarlo también, porque cuanto más frustrado y marginado se siente un ciudadano, más vota a los líderes populistas. [Donald] Trump es una criatura de todos esos americanos que tenían un buen trabajo y un buen pasar y se encontraron de un día para otro con que su mundo se hundía y carecían de capacidad de reacción. Tenemos que darles la oportunidad de reinventarse y eso es imposible con un esquema en el que uno se forma hasta los 25 años y ya está.

P.- De alguna manera, la sociedad no ha esperado a que los políticos intervengan y ha ido adoptando sus propias soluciones. Una de ellas es el abandono de la familia nuclear [la constituida exclusivamente por padres e hijos, por contraposición a la familia extensa típica de las economías agrarias, en las que convivían bajo el mismo techo abuelos, tíos y primos].

R.- Algunos historiadores sostienen que la familia nuclear empezó en Inglaterra hace 400 años. Luego, con la Revolución Industrial y el crecimiento de la clase media, se generalizó. Los Gobiernos, la Iglesia y los medios la promovían porque su tamaño reducido le daba mayor movilidad geográfica y porque se acomodaba bien al modelo secuencial, en el que las personas entran y salen de las etapas de una manera predecible. A mediados del siglo XX era el paradigma dominante y la década de 1970 supuso su apogeo. Pero se ha hundido. En España apenas el 33% de los hogares son familias nucleares. Y en Estados Unidos la proporción es aún menor.

«Los jóvenes tienen hoy facilidades que nosotros no teníamos. Con 25 euros te puedes ir a Berlín el fin de semana. Tampoco hacen el servicio militar y tienen un estado del bienestar mucho más generoso…»

P.- ¿Y hacia dónde se va?

R.- Tienes a más gente viviendo sola, y no hablo únicamente de mayores que enviudan, sino de jóvenes. Los hogares encabezados por un progenitor están en aumento; en los países ricos nacen más bebés de madres solteras que casadas. Y también están creciendo mucho los hogares multigeneracionales.

P.- Aunque no faltan quienes lamentan el declive de la familia nuclear, en tu libro citas a algunos científicos sociales que lo ven con optimismo. Dicen que las grandes fuentes de afecto (la pareja, las relaciones sexuales, los hijos) venían antes empaquetadas: o te casabas y las tomabas todas, o no tenías ninguna. Ahora se puede elegir, es una liberación.

R.- Especialmente para la mujer. Cuando varias generaciones conviven, una madre puede confiar el cuidado de los hijos a los abuelos o a los tíos, pero si sois tú y tu marido y él es el varón proveedor, ¿con quién dejas a los niños? ¿Cómo vas a trabajar? La familia nuclear condena a un papel subordinado a la mujer y quedó, por tanto, condenada desde el instante en que esta accedió a la educación y decidió que quería tener una carrera profesional.

«Los hogares encabezados por un progenitor están en aumento; en los países ricos nacen más bebés de madres solteras que casadas. También han aumentado los hogares multigeneracionales»

P.- Antes mencionabas que en Estados Unidos están creciendo mucho los hogares multigeneracionales, en buena medida como consecuencia de que la edad de emancipación se ha retrasado. Ese fenómeno se vive por lo general como un drama y se atribuye a la precariedad laboral, pero tú pones el ejemplo de Corea del Sur. Allí, cuando preguntas a las personas de entre 30 y 40 años por qué siguen con sus padres, el 42% responde que por falta de empleo, «pero —escribes— eso dejaría a muchos adultos jóvenes [el 58%] sin problemas económicos que todavía no se han ido de casa».

R.- Es que es muy cómodo estar con los padres. Si no te ilusiona tener niños ni casarte y dispones de libertad sexual, ¿qué incentivos tienes para irte? En casa te ponen la comida y te hacen la colada… Dicho así, suena un poco duro, pero es incuestionable que las aspiraciones de los jóvenes han cambiado y montar una familia ya no es un sueño para muchos de ellos.

P.- ¿Volvemos entonces a un modelo multigeneracional?

R.- No sé yo si al final la gente va a tener el estómago de irse con sus padres o con sus suegros, pero en Estados Unidos está pasando, y no solo por falta de recursos económicos. La familia extensa aporta muchas ventajas: facilita el cuidado de sus miembros, mejora la salud física y mental, permite seguir formándose…  En el libro cito un estudio científico que corrobora todos estos beneficios, pero yo no veo ahí la gran revolución. La veo más en la enseñanza y la empresa.

«La familia extensa aporta muchas ventajas: facilita el cuidado de sus miembros, mejora la salud física y mental, permite seguir formándose…»

P.- Dices que vamos hacia «una sociedad de perennes». ¿A qué te refieres?

R.- El perenne es alguien que no piensa ni actúa en función de su edad, es decir, que con 18 estudia, con 25 trabaja y con 65 se jubila.

P.- Eso te lo dicen todavía: «Lo que te toca ahora es tal».

R.- No solo se dice. Las políticas públicas dan por supuesto que esa es la ejecutoria obligada. Los incentivos, las leyes, todo nos invita a vivir de esa manera. Y frente a eso, el perenne es alguien que a los 35 dice: «Oye, me voy a reinventar, porque no me interesa lo que estoy haciendo o porque he perdido mi empleo y necesito volver a estudiar». ¿Qué ocurre? Que para la mayoría es una aspiración imposible, porque no dispone de mecanismos. A esa edad se supone que estás oficialmente trabajando y, si te echan de la empresa, pues te buscas otra, y si te aburres, pues aprietas los dientes y aguantas, porque a la vuelta de unos años tendrás tu recompensa, que es la pensión…

«Si no te ilusiona tener niños ni casarte y dispones de libertad sexual, ¿qué incentivos tienes para irte? En casa te ponen la comida y te hacen la colada…»

P.- Si hay pensión, ¿no? Porque el envejecimiento de la población hace que haya cada vez menos empleados por jubilado.

R.- Como no se incentive la prolongación de la vida laboral, la Seguridad Social se va al garete. Los políticos nunca te lo dirán, porque una cuarta parte del censo [en España] son pensionistas y cualquier candidato que alerte de que el modelo actual no es viable pierde las elecciones, pero los números son contundentes. En 1950, por cada adulto mayor de 60 años, es decir, retirado o a punto de retirarse, había otros 7,2 de entre 15 y 59 años, es decir, en edad de trabajar. En 2022, esa cifra se había reducido a 4,4. En España, hemos pasado de casi seis a poco más de dos, y en Japón están en 1,5.

P.- ¿Y qué podemos hacer?

R.- Hay que ir a la raíz. Subir la cotización a los jóvenes es un parche, igual que congelar las prestaciones. Retrasar la edad de jubilación empieza a sonar más sensato, pero yo voy más lejos. Yo no soy partidario de resolver el problema, sino de disolverlo. ¿Por qué hay que jubilarse? Si la gente quiere trabajar y nos hace falta que trabaje, ¿por qué la mandamos a su casa a los 65 años? Nuestros padres y nuestros abuelos igual no estaban en condiciones de seguir en la brecha a esa edad, pero la mejora en la salud experimentada en los últimos tiempos ha sido brutal. Las personas ya no viven 50 años, como en la Alemania de Bismarck, sino 86. Y la mayoría de las ocupaciones no son físicamente penosas. El problema ha cambiado. No hay que buscarle soluciones, hay que disolverlo directamente. Lo que pasa es que nos han metido en la cabeza que la jubilación es maravillosa y todos se quieren jubilar, y no digo que no lo sea, pero ¿quién la va a pagar?

«Cuando varias generaciones conviven, una madre puede confiar el cuidado de los hijos a un tercero, pero si sois tú y tu marido, ¿con quién dejas a los niños? La familia nuclear condena a la mujer a un papel subordinado»

P.- ¿Y cómo sería esa sociedad de perennes?

R.- Tanto en la educación como en el trabajo o en el mercado, lo que hemos hecho hasta ahora es clasificar a la gente por edades. Es raro ver mezclados a jóvenes y mayores en la empresa, y no te cuento en un instituto o una facultad, a pesar de que la investigación demuestra que los entornos multigeneracionales y diversos mejoran la productividad y el aprendizaje. En cuanto al mercado, las principales marcas comerciales tenían como objetivo al consumidor de 20, 30 o 40 años, pero cada vez quedan menos de esos y la parte mollar la forman hoy los que han cumplido los 60.

P.- Vamos hacia un mundo en el que estaremos más mezclados.

R.- Derribar las barreras en los centros de enseñanza y de trabajo no va a ser sencillo, pero ya ha empezado a ocurrir en algunos países emergentes, en gran medida porque se incorporaron más tarde a la modernidad y el modelo secuencial ha tenido allí menos tiempo para arraigar. En China han montado una red de universidades públicas para mayores de 55 y tienen 80 millones de matrículas. Se enseña música, enfermería, qué sé yo… Ese es el camino. Hay que evolucionar hacia un sistema más congruente con la longevidad actual y con la revolución digital. La inteligencia artificial lo va a cambiar todo.

«En los años 60 y 70, España dio un enorme salto y consiguió entrar en el club de los países ricos, pero se ha quedado ahí, en la medianía…»

P.- ¿A ti te asusta la inteligencia artificial?

R.- En absoluto. Todas las innovaciones, absolutamente todas, son de doble uso. Algunas concebidas para salvar vidas se han empleado para cometer genocidios. [El Zyklon B de los nazis se desarrolló como pesticida]. La inteligencia artificial no es diferente. Permite espiar y controlar a los ciudadanos, difunde bulos, manipula elecciones… Pero al mismo tiempo va a transformar la medicina, tanto a nivel de diagnóstico como de tratamiento. Y nos exonera de tareas aburridas y repetitivas, para las que los humanos no somos buenos.

P.- ¿Y no es malo que nos arrebate esos empleos?

R.- Hombre, si al final ganamos en ocio… Porque esa ha sido la tendencia de los últimos 400 años: la ampliación del tiempo libre gracias a la mejora de la productividad. Y si la inteligencia artificial la impulsa aún más, pues bienvenida sea. Disfrutaremos de semanas laborales de tres o cuatro días, en lugar de cinco.

P.- Desde tu atalaya de la Wharton School, ¿cómo ves lo que está pasando en España?

R.- Con mucho ruido… La opinión pública está muy polarizada y hay una erosión de las instituciones, pero, con ser grave, lo más preocupante de todo ello es que distrae la atención de los que siguen siendo los grandes problemas de fondo del país. En los años 60 y 70, España dio un enorme salto y consiguió entrar en el club de los países ricos, pero se ha quedado ahí, en la medianía… No digo que sea fácil llegar arriba del todo, muy pocos lo han conseguido, pero Corea del Sur empezó de mucho más atrás y nos ha dado el sorpaso.

P.- ¿Qué tenemos que hacer para recorrer esa última milla que nos separa de la élite?

R.- Para mí es obvio: hay que invertir menos en líneas de AVE y más en educación. No sé a dónde queremos ir con tanta alta velocidad, que sale especialmente cara, además, porque tenemos un territorio muy grande y con mucha montaña. Nos estamos dejando una fortuna ahí, cuando lo fundamental es el conocimiento y la innovación. Dime el nombre de una compañía española que haga investigación básica, de una sola.

P.-

R.- No puedes decirme ninguna porque no la hay. Nadie en España hace investigación básica. Y otra cosa más: miras el Ibex 35 y da la impresión de que son siempre las mismas empresas, década tras década. En Estados Unidos, están en constante cambio. [Casi 180 valores del S&P 500, es decir, aproximadamente un tercio del índice, se han visto sustituidos desde 2015]. Es una economía increíblemente dinámica, con un mercado laboral superflexible. Si no encuentras trabajo en Ohio, te mudas adonde lo haya, da igual que esté a 2.000 kilómetros. Eso tiene un coste personal y familiar indudable, pero confiere al sistema una capacidad de adaptación enorme y explica por qué va superando una ola detrás de otra.

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