Ylva Johansson: mirada azul y voz de hielo
Europa aprueba su Pacto Migratorio sin enterarse, seducidos por una mujer que se explicaba como un extraterrestre
Ella solita ha domado al natural al Parlamento Europeo. La comisaria de Interior tenía claro que la forma de imponer unas condiciones sobre pacto migratorio a los Estados miembros era previa a las elecciones europeas. Todos los teóricos del asunto cifran un antes y un después a las letras nerviosas, ojos azules y acusadores, voz de hielo y cumbres alpinas de Ylva Johansson. La extrema derecha tiembla frente a sus guiños y pullas. Ella solo actualizó una ecuación antigua: más Club y menos visitas. Así se endurecen las condiciones de entrada en la Unión Europea sin resolver el problema de fondo. Lo que jode son las cuotas de acogida, que vendrán impuestas y sin retroceso.
Ylva, Ylva, Ylva: socialdemócrata sueca, belleza fría, el azote de Ultraeuropa, calculadora inmediata de la Eurocámara, conciencia del Primer Mundo, urgencia compartida, enemiga del Partido Popular Europeo (PPE) y de Socialistas y Demócratas (S&D), y de los liberales de Renew y de los conservadores franceses, también de cientos eurodiputados polacos, italianos o checos. Ylva, Ylva, Ylva: desde el 2015 (guerra de Siria) grita lo mismo. La roja de tez pálida. Azul de corazón encendido. El pacto de Migración y Asilo es todo suyo: una nueva legislación para todos los migrantes en suelo europeo. Todos los pasos regulados, negro sobre blanco, en la cadena de recepción de demandantes de asilo (independientemente de su rechazo o acogida por parte de un Estado). Ylva agarró, suavemente, el escroto de los potentados europeos para susurrarles al oído: ¿aprieto, amiguito, quieres que apriete? Nadie puede superar la multa inventada por Ylva, dama blanca en el iglú, flor húmeda de la primavera, poesía de los cactus y las motosierras. Veinte mil euros por persona rechazada, una vez fijadas las cuotas migrantes, y a ver quién es el chulo que niega la mayor y paga a tocateja. Veinte mil euros para la cesta comunitaria, por barba, porque irse de rositas siempre fue escapar del problema, ajenos y lejanos al propio Club.
La comisaria Johansson protegerá al mismo tiempo fronteras y derechos humanos, algo impensable hasta la fecha, lo que hace que ya pidan para ella el Premio Nobel de la Paz. Limpiará con la escoba las vías legales de acceso a la UE y con el recogedor dará una pasada por las mafias de tráfico ilegal de personas. Ciento sesenta y una oenegés (con Médicos Sin Fronteras y Oxfam a la cabeza) se oponen a Ylva. Para ellos, como también para los verdes y ciertos resquicios de izquierda minoritaria e inclasificable, Ylva es de extrema derecha, asunto curioso, solo porque mantiene los centros de detención y no abre la barrera para que entren hasta las últimas cabras del mogollón. Los ultras de la Cámara la insultan más alto, porque dicen que siempre pueden seguir llegando forasteros y quieren que no entre ni el apuntador. Los liberales holandeses confesaron en voz alta desconocer si el texto lo había escrito una política o activista. Johansson acumula muchos estilos en su prosa suelta como látigo recién mojado. Se lo dijo Juan Luis Panero a Gimferrer: «A ti te gusta encerrarte con muchos toros en la plaza mientras que yo siempre elijo el mismo». Ylva y Gimferrer quisieron ser varios autores en uno, como Rubén, mientras que todos los poemas de Juan Luis eran iguales, apenas el mismo, como croquetas.
De los 286.000 migrantes, según la ONU, que llegaron a Europa durante el año pasado, ningún Estado miembro pagará multas a veinte mil por barba. Los folios de Ylva, según otros teóricos, no son humanistas y su relato choca con lo que la propia Unión cuenta de sí misma. Otros diputados del Parlamento Europeo dijeron haber votado tapándose la nariz. Todos los miembros del santo Club, gracias a Ylva, tendrás que hincar la rodilla y colaborar con el drama migratorio. En el último momento, aunque no lo tenía pensado, decidió endurecer las repatriaciones/express para quienes no acrediten los criterios para ser acogidos. Los principales grupos proeuropeos aplauden a Ylva aunque recrudezca las posibilidades de asilo. Ordenar la inmigración –según sus mayores fans- no es reprimir a los desesperados. La acogida ordenada no puede ser masiva, y ahí vuelven a insultar a Ylva Johannson, que ni se inmuta y fija los acuerdos en torno a necesidades estratégicas y no idóneas. Los 3.000 muertos que mueren al año en el Mediterráneo no salen en los papeles de Ylva. La Europa armada, fortificada e inexpugnable de Ylva tampoco asusta a los que vienen detrás de esos tres mil, por caminos bajo el mar y sobre el cielo, sendas invisibles con destino a un sueño.
Europa vive fragmentada frente a lo que no es Europa pero quiere serlo. La barra libre de papeles y regularizaciones, para los más futuristas y literarios, será el final mismo del Club. El éxito es siempre la salida (exit) según su etimología primera. Ylva Johansson los mira a todos con los mismos ojos congelados, idéntica voz profunda, y por eso algunos pasan del aplauso a la crítica sin transición, confundidos por el hechizo silente. Europa ha aprobado su Pacto Migratorio y de Asilo, un poco sin enterarse, a la chita callando, seducidos por el sigilo de una mujer que se explicaba como el más bello extraterrestre recién llegado de otro planeta misterioso. La fuga es la libertad máxima: nadie llega a una concepción superior de la misma que aquel que huye a toda velocidad, sin mirar atrás. Ylva Johannson es una fugada real de sí misma para ser solo europea.