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Historias de la historia

La primera mujer trasatlántica

El 17 de junio de 1928 Amelia Earhat se convirtió en la primera mujer que atravesó el Atlántico por el aire

La primera mujer trasatlántica

Amelia Earhart en el centro, entre los aviadores que pilotaron su vuelo. A la izquierda está la multimillonaria Any Guest, que lo financió. | Purdue University Libraries

La tercera década del siglo XX fue llamada «los locos años veinte» y con razón. Tras dos tragedias sucesivas de proporciones planetarias, la Primera Guerra Mundial de 1914 a 1918, y la gran pandemia de gripe de 1918 a 1920, los supervivientes tenían ganas de vivir intensamente. Se produjo un extraordinario bienestar económico, una burbuja especulativa de consumo desatado, que estallaría con el hundimiento de la Bolsa de Nueva York en 1929, pero sobre todo se produjo una revolución cultural.

Las mujeres se cortaron el pelo «a lo garçon», es decir, como un hombre, y se cortaron otro tanto los vestidos, que dejaban ver las piernas hasta por encima de la rodilla y grandes escotes, mientras que en Inglaterra, tras décadas de lucha, las sufragistas lograban igualdad de derechos electorales entre hombres y mujeres. La «música negra» salió de los guetos de Estados Unidos y se expandió por el mundo, y en todas partes sonaba el jazz y se bailaba frenéticamente el charlestón.

Entre las muchas locuras de la década hubo una a la que deberíamos mostrar agradecimiento, por su contribución al avance de la humanidad: la pulsión por cruzar volando el Atlántico. Hoy parece banal hablar de la aventura del vuelo transoceánico, cuando millones de pasajeros lo realizan continuamente, pero una cosa es hacerlo en un jet de cuatro motores, con cabina presurizada y azafatas sirviendo bebidas, y otra muy distinta hacerlo en los años veinte con los endebles aparatos de entonces.

Los cuatro tripulantes del vuelo del Plus Ultra, por ejemplo, no tenían cabina. Ramón Franco, Ruiz de Alda, Durán y el mecánico Rada, que en 1926 volaron de Palos de Moguer a Buenos Aires, iban sentados inmóviles en asientos abiertos, soportando el frío, el aire y la lluvia durante 10.270 kilómetros. Naturalmente tuvieron que hacer etapas porque el total de tiempo de vuelo fue de 59 horas y media.

Los portugueses Gago Coutinho y Sacadura Cabral, que en 1922 realizaron un viaje parecido al del Plus Ultra aunque algo más corto, 8.380 kilómetros, tuvieron que hacer dos amerizajes forzosos en los que destrozaron sus hidroaviones, y en el segundo fueron náufragos durante nueve horas, hasta que tuvieron la suerte de que pasara por allí un mercante inglés. El gobierno portugués les enviaba por barco nuevos hidroaviones para que continuasen una gesta que era cuestión de orgullo nacional, pero en total necesitaron 79 días para su vuelo de Lisboa a Río de Janeiro.

Los pilotos anglosajones se planteaban el vuelo transoceánico de forma muy diferente a españoles y portugueses, no pretendían hacer viajes tan largos, sino cruzar el Atlántico de la forma más rápida, por su parte más estrecha, desde la costa oriental de Canadá a Irlanda. Dos aviadores británicos, John William Alcock y Arthur Whitten Brown, se adelantaron a todos en junio de 1919, fueron los pioneros del vuelo transatlántico sin escalas, volando desde la península canadiense de Nueva Escocia hasta Irlanda, 3.630 kilómetros en 16 horas.

Pero la mayor gloria sería para Charles Lindbergh, porque realizó la hazaña en solitario. En realidad, y a diferencia de los aviadores antes citados, todos ellos oficiales y caballeros, Lindbergh era un buscavidas que no perseguía la aventura y la gloria, sino el beneficio económico. Un millonario americano de origen francés había ofrecido un premio de 25.000 dólares (una fortuna en la época) al primero que volase de Nueva York a París sin escalas, y Lindbergh fue a por él. Lo ganó con un vuelo de 5.800 kilómetros y 33 horas y media, entre el 20 y el 21 de mayo de 1927.

Inmediatamente la formidable máquina de propaganda de Estados Unidos, incluido Hollywood, glorificó a Lindbergh como si no hubiera otros héroes que le habían abierto el camino. Ese redoblar de tambores despertaría el afán de emulación de una mujer, que sería la protoheroína de la aviación femenina: Amelia Earhart.

Ellas también vuelan

Las mujeres aviadoras fueron una manifestación más de los grandes cambios de la época, especialmente en Estados Unidos había gran cantidad de apasionadas por la aviación. Entre ellas se contaba la multimillonaria Amy Phipps Guest, hija John Phipps Jr, magnate del acero y de la especulación inmobiliaria, «el hombre que inventó Florida». Siguiendo la costumbre de las personas de su nivel, Amy Phipps se casó con un aristócrata inglés, el Honorable Frederick Edward Guest, primo de Churchill y miembro de Consejo Privado de Su Majestad, además de ministro de Aviación del gobierno británico.

Amy decidió ser la primera mujer que atravesara volando el Atlántico, y como era inmensamente rica pero no sabía pilotar, se compró un buen avión y contrató a un piloto y a un navegante expertos. Cuando ya lo tenía todo preparado su familia se enteró del proyecto y puso el grito en el cielo. La presionaron para que abandonase su «locura» y terminó cediendo. Sin embargo decidió buscar un alter ego para que realizase el vuelo por ella.

Amy contrato a un acreditado experto en publicidad y relaciones públicas, George Putnam, para que buscase a la aviadora adecuada, y tras muchas entrevistas la elegida fue Amelia Earhart, una trabajadora social de Boston. Tiempo después Putnam y Amelia se casarían, por lo que los suspicaces pensarán que la eligió porque le gustó, pero lo cierto es que Amelia presentaba 500 horas de vuelo en su hoja de servicios.

El avión que debía llevarla, bautizado Friendship (Amistad) tenía su historia, había sido encargado a la empresa Fokker por el famoso explorador polar Byrd para una expedición al Polo Sur, aunque finalmente llevó otro por razones comerciales. Era un buen aparato pero no estaba concebido para llevar pasajeros. El piloto Wilmer Stultz y el navegador Louis Gordon, ocupaban los dos únicos asientos, y Amelia tendría que acurrucarse en un hueco detrás del motor, sin embargo los abogados de Amy Phipps Guest dejaron muy claro que ella era «la comandante», y que sus órdenes serían inapelables.

Despegaron el 17 de junio de 1928 de Terranova y aunque su destino era Irlanda, la primera tierra europea que se encontraba, se despistaron y aterrizaron algo más allá, en Gales, con la gasolina casi agotada. Amelia Earhart reconoció que no había hecho nada en aquel vuelo, que había sido un paquete, pero con su imagen gestionada por Putnam se convirtió en la gran heroína americana, «Lady Lindy» (diminutivo de Lindberg). Putnam la hizo viajar por todo Estados Unidos dando conferencias y le ayudó a escribir su libro Veinte horas y cuarenta minutos.

Amelia se convirtió en el arquetipo de la mujer aviadora, organizó una carrera aérea por Estados Unidos para mujeres -que la prensa llamó el Derby de la Polvera– y fundo la asociación de mujeres aviadoras Las noventa y nueve, pero no estaba satisfecha. Si la llamaban la Lindbergh femenina tenía que hacer, por lo menos, lo mismo que había hecho Lindbergh.

Y lo hizo. El 20 de mayo de 1932 voló ella sola desde Terranova hasta Irlanda, fue la segunda persona, tras Lindbergh, en cruzar el Atlántico en solitario. Y la primera persona del mundo que lo había sobrevolado en dos ocasiones.

Ni siquiera así quedó satisfecho el espíritu de aventura de Amelia Earhart, y enseguida comenzó a planear otra hazaña. Quería ser la primera mujer de la Historia que diese la vuelta al mundo a los mandos de un aeroplano.

El 1 de junio de 1937 inició en Miami su periplo, que nunca terminaría. Amelia Earhat se perdió entre unas remotas islas del Pacífico sin que nunca aparecieran sus restos, pero este trágico final, compartido con el de los pioneros masculinos con los que hemos iniciado este artículo, es otra historia. La semana que viene la revelaremos.

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