Notre Dame, un símbolo nacional
«La catedral de Notre Dame, un símbolo nacional para Francia, ha renacido de sus cenizas, literalmente. Macron presidió este sábado la reapertura, a la que asistieron Trump y Zelenski»
Desde la Revolución de 1789, Francia se declaró el primer estado laico de la Historia, y las sucesivas Repúblicas han mantenido orgullosamente esta característica. Por eso no se permite a las niñas musulmanas llevar el velo islámico en las escuelas públicas francesas, porque se considera una manifestación religiosa. Tampoco está permitido que los escolares católicos lleven crucifijos al cuello.
Sin embargo, el presidente de esa República laica, Enmanuel Macron, presidió ayer la ceremonia religiosa de reapertura de la catedral de Notre Dame de París, destruida hace 5 años por un incendio, empezando por los golpes de báculo con los que el arzobispo de París ordenó abrir las puertas, y siguiendo con el oficio divino celebrado en el interior, en el que participó Macron con los 50 jefes de Estado y gobierno que había invitado, incluidos un monarca musulmán, el de Marruecos.
Estas contradicciones tienen una explicación evidente. Macron, sumido en una grave crisis política, está pensando ya en el juicio de la Historia, en la memoria que dejará, y la reconstrucción de Notre Dame va a ser indudablemente su legado. Notre Dame es un símbolo de nuestra civilización, hace cinco años el mundo la vio arder en directo por la televisión con la misma congoja con que vio derrumbarse las Torres Gemelas de Nueva York en el 11-S.
Macron espera que en el futuro su nombre no se asocie a sus fracasos políticos, sino al espléndido renacer de las cenizas de la catedral parisina. Tiene el ejemplo de Pompidou, el sucesor en la presidencia de De Gaulle, que consciente de que jamás podría competir políticamente con la figura histórica del general, creó el Centro Pompidou, una conmoción en el panorama cultural y urbanístico de París. O de Mitterrand, enfermo de manía de grandeza, que quiso imitar a los faraones egipcios levantando la Pirámide del Louvre, que todavía nos choca cuando se ve su estructura de cristal en medio del más histórico palacio de Francia.
Sin embargo, si buceamos en el pasado, encontraremos que, en realidad, Notre Dame ha jugado un papel ambiguo en la Historia de Francia. Para empezar, siendo como catedral de París el primer templo del país, los reyes franceses jamás se coronaron en ella, lo hacían en la catedral de Reims. Y tampoco se enterraban en Notre Dame, preferían la Abadía de Saint-Denis. Tuvo que llegar Napoleón para que Notre Dame albergase su coronación imperial, con el Papa presente. Pero es que Napoleón era un monarca republicano, en cuyo Imperio se consolidaron los avances políticos de la Revolución, limada de sus excesos y sus violencias.
Entre estos, Notre Dame y todos los templos de Francia fueron expropiados a la Iglesia Católica desde los primeros días de la Revolución, desde el 2 de noviembre de 1789, a la vez que el populacho la asaltaba y decapitaba las imágenes creyendo que representaban a los reyes de Francia. En 1793 se dio un paso más, se prohibió la religión católica y se proclamó el culto a la Razón, del que Notre Dame sería su templo, entronizándose a la diosa Razón en el antiguo altar mayor.
Pero en 1802 Napoleón, convertido en dictador de hecho, firmó un concordato con la Santa Sede, restableció la religión católica y, dos años después, en 1804, hizo venir al Papa a París para que lo coronase emperador de los franceses en Notre Dame. Como el templo había quedado casi arruinado por las violencias revolucionarias, Napoleón mandó blanquearlo para la ceremonia, y se montó una escenografía lujosa a base de decoración.
El estado de Notre Dame era tan calamitoso que las autoridades de París proyectaron su demolición. ¿Y quién acudió en su salvación? El más célebre escritor francés, Victor Hugo, un símbolo para la izquierda por su compromiso progresista, que incluso le arrojó al exilio. Con el propósito expreso de atraer la simpatía del público hacia Notre Dame, Vitor Hugo escribió Nuestra Señora de París, cuyo protagonista es el campanero de la catedral, un pobre jorobado que bajo un cuerpo monstruoso encierra un alma noble. El éxito popular fue enorme, y hubo en efecto una toma de conciencia de la opinión pública, ¡había que salvar Notre Dame!
Victor Hugo, que seguía los gustos medievalistas del Romanticismo, se opuso al proyecto de reconstruir Notre Dame en estilo neoclásico, y capitaneó a los partidarios de rehacerla imitando el gótico. Fue así como se encargó del proyecto a Viollet-le-Duc, que se tomó grandes libertades, inventándose por ejemplo la característica aguja neogótica que se derrumbó durante el incendio.
Llega De Gaulle
El general De Gaulle sufrió cinco atentados, todos en los años 60, durante su mandato como presidente de la V República, obra de los que se oponían a su política de abandonar Argelia. Eso dicen la mayoría de sus biografías; sin embargo, hay un ataque precedente, incómodo de recordar, que tuvo lugar en su día de mayor gloria, la liberación de París de los alemanes, y como escenario… Notre Dame.
En agosto de 1944 los ejércitos aliados desembarcados en Normandía habían roto las líneas de resistencia alemanas y se extendían por Francia, camino de Alemania. En principio se decidió evitar París, concentrarse en el avance hacia Alemania. Sin embargo, a mediados de mes se produjo una insurrección en París, capitaneada por los comunistas. Esto introdujo un nuevo factor en el planteamiento estratégico aliado. Londres y Washington reconocían al general De Gaulle como el jefe de la «Francia Libre», y ni Inglaterra no Estados Unidos deseaban que el Partido Comunista se apoderase de París y creara un gobierno a su medida.
En consecuencia, varias divisiones aliadas se dirigieron a París, encabezadas por una francesa, la División Leclerc, cuya vanguardia era la Novena Compañía del Regimiento de Marcha del Tchad, formada por 144 republicanos españoles exilados. Con pocas excepciones, todos eran anarquistas, que para sobrevivir al exilio se habían alistado en la Legión Extranjera, y eran la elite de la División Leclerc por su veteranía de la Guerra Civil española -un teniente de la Novena llamado Granell había mandado una Brigada de tanques-.
El 18 de agosto, mientras los alemanes comenzaban a evacuar París, la Resistencia controlada por los comunistas decretó la huelga general revolucionaria y levantó barricadas por la ciudad. Al mando de París estaba el coronel Rol-Tanguy, veterano de las Brigadas Internacionales, que incluso vestía su uniforme español de la Guerra Civil. El 24 de agosto al anochecer, la Nueve entró en París y ocupó el Hotel de Ville (ayuntamiento). Al día siguiente entraron las fuerzas aliadas, acabaron con los núcleos de resistencia alemanes y los españoles hicieron prisionero al general en jefe alemán. De Gaulle llegó ese mismo 25 de agosto y tomó posesión de la ciudad.
El 26 de agosto llegó el momento de la celebración. Empezaría por una ofrenda en la Tumba del Soldado Desconocido, bajo el Arco de Triunfo, y terminaría con un tedeum en Notre Dame, al que por cierto De Gaulle prohibió asistir al cardenal arzobispo de París, por considerarlo colaboracionista con los alemanes. Significativamente, la guardia de honor que formó en el Arco de Triunfo estaba compuesta por la Nueve. Era un honor que se habían ganado por ser los primeros en entrar en París.
Pero, a continuación, De Gaulle quiso darse un baño de masas, bajando a pie por la larguísima avenida de los Campos Elíseos. Entonces la Nueve se convirtió de guardia de honor en escolta, y sus vehículos blindados flanquearon a De Gaulle durante todo su recorrido. Esto ya no era un honor, sino una medida de seguridad, pues existía la convicción de que los anarquistas defenderían al general de los comunistas, de quienes se temía alguna reacción por la frustración que sentían.
Y efectivamente la hubo. En el último momento del recorrido, cuando De Gaulle iba ya en automóvil descubierto, en el momento de llegar a Notre Dame comenzaron a disparar desde las alturas, sin que estuviese claro de dónde venían los disparos. De Gaulle miró con desprecio hacia dónde disparaban y entró en la catedral, en la que se cantó el Magnificat. Mientras, fuera, se montó un pandemónium, porque todo el mundo, los soldados de la Nueve, los policías, los resistentes, empezó a disparar hacia lo alto, incluidas las torres de Notre Dame.
La versión oficial es que los autores del pseudo atentado eran nazis colaboracionistas, pero en ese momento los colaboracionistas estaban escondidos bajo las piedras o se habían puesto insignias de la Resistencia para disimular. El incidente sería rápidamente enterrado bajo una lápida de silencio. Únicamente la aparición, hace pocos años, de una filmación cinematográfica en un archivo norteamericano, un reportaje del gran reportero de guerra Madru, permitiría su revisión histórica.
Esta celebración de la liberación en Notre Dame, estropeada por los disparos, sería compensada un año después. El 9 de mayo de 1945, al día siguiente de la rendición formal de Alemania, De Gaulle volvió a Notre Dame. En aras de la unidad nacional se habían olvidado los pecados políticos del cardenal arzobispo Suhard, que pudo oficial un tedeum en acción de gracias, en presencia, entre otros, del embajador de la Unión Soviética. Y al final del acto, los órganos de Notre Dame hicieron sonar solemnemente La Marsellesa, el canto revolucionario por excelencia.