THE OBJECTIVE
Historias de la historia

Una pareja rompedora

«Jack Lemmon y Tony Curtis, la gran pareja de actores que rompieron todas las convenciones en ‘Con faldas’ y ‘a lo loco’»

Una pareja rompedora

Tony Curtis, Marilyn Monroe con uno de sus vestidos transparentes, y Jack Lemmon en 'Con faldas' y 'A lo loco'.

El 23 de febrero siempre será «el 23F» para los españoles que vivieron la Transición, una fecha triste por el golpe de Estado que puso en peligro la naciente democracia. Pero en este 23 de febrero vamos a evocar algo más festivo, la llegada al mundo de dos actores que protagonizaron la Edad de Oro de Hollywood y nos dieron tantas veladas de lo mejor de aquel séptimo arte que hubo en el siglo XX.

El primero es Jack Lemmon, nacido en febrero de 1925 en el seno de una familia acomodada de nueva Inglaterra, es decir, en lo que se puede considerar la aristocracia de Estados Unidos. Tuvo una educación de elite, incluido el Harvard College, que abre las puertas de la Universidad de Harvard, la más famosa de América, pero según confesaba él mismo «desde los ocho años supe que quería ser actor».

En realidad no parecía predestinado a ello, no era guapo, no era alto, no era especialmente elegante, no tenía tradición artística en la familia, pero tenía voluntad e inteligencia, y una cara un poco de tonto de la que sin embargo se enamoraría la cámara. Sus comienzos fueron esforzados, desde los 20 años trabajó intensamente para radio, televisión, teatro y cine. Prefería el teatro, pero la Columbia vio algo en él y le ofreció un contrato de aquellos que en el viejo sistema de los estudios de Hollywood te aseguraban trabajo continuo. Y un día se cruzó en un estudio con la Fortuna.

La diosa romana que repartía la buena y la mala suerte se le apareció como un tipo atrabiliario y antipático que llevaba un parche en un ojo, como un pirata. Lemmon no sabía quién era, pero se trataba de un gigante del cine, John Ford, que en cuanto le echó la vista encima, pese a tener un solo ojo, descubrió lo que podía dar de sí aquel chico ante la cámara. Ford lo designó inapelablemente para el un papel secundario en Míster Roberts (estrenada en España como Escala en Hawái).

No era una de las grandes películas de la inmensa filmografía de Ford, aunque el viejo director había compuesto el elenco a su capricho y, por delante de Lemmon, aparecían los nombres de tres monstruos sagrados de Hollywood, Henry Fonda, James Cagney y William Powell. Pese a ello, pese a que sólo llevaba dos años y tres películas en la industria del cine, Lemmon ganó el Oscar al mejor actor de reparto de 1955.

Puede decirse que con un Oscar tan tempranero había caído de pie en Hollywood, sin embargo Jack Lemmon tenía un problema irresoluble, el físico. No podía ser un galán, no podía ser una de esas estrellas famosas que enloquecían a millones de fans. Tenía que conformarse con ser un actor de comedias, no tenía cabida en la categoría de las grandes superproducciones. No podía ser Clark Gable.

En el mismo año del nacimiento de Lemmon, 1925, pero en junio y en circunstancias muy diferentes, vino al mundo su gran pareja, Tony Curtis. Nació en un hospital de Nueva York, hijo de unos inmigrantes judíos húngaros, y lo inscribieron como Bernard Schwartz. Su padre era un sastre que tenía una miserable tienda en el Bronx, y la familia vivía hacinada en la trastienda. Hasta los seis años Bernard, confinado en su ghetto familiar, habló húngaro y no fue a la escuela. A los ocho años, él y uno de sus hermanos fueron a parar a un orfanato porque sus padres no podían alimentarlos. No es extraño que el niño se metiese en una pandilla de delincuentes juveniles, y eso podría haber marcado su vida para siempre si un vecino caritativo no se hubiera preocupado de sacarlo de ese ambiente y llevarlo a los boy scouts.

Cuando Estados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial, inspirado según confesaba por Cary Grant y Tyrone Power, que protagonizaron películas de submarinos, Bernard Schwartz, en cuanto cumplió los 18 años, se alistó voluntario en el servicio de submarinos. Es curioso que luego su vida fuera la de un galán del cine como aquellos dos que lo habían empujado a la guerra. El caso es que al terminar la contienda el destino lo llevó a los cursos de arte dramático de la New School, una universidad extremadamente avanzada de Nueva York, donde reparó en sus bellos ojos un cazador de talentos de David O. Selznik, el productor de Lo que el viento se llevó, que se lo llevó a Hollywood. 

En la Meca del cine firmaría un contrato con la Universal, que le hizo cambiar su nombre judío por uno más americano, Anthony Curtis, enseguida convertido en Tony Curtis. Debutó pronto en el cine, en 1949: una aparición de dos segundos bailando en una película de género negro protagonizada por Burt Lancaster. A eso seguiría multitud de papelitos nimios, era apenas un figurante y vivía, según confesión posterior, aterrorizado porque no era lo bastante alto para el estándar de estrella de los estudios y temía que lo mandaran de vuelta a la miseria del Bronx. En esa época tuvo un romance con una chica aspirante a estrella que estaba en su misma situación, la futura Marilyn Monroe. El amorío no significó gran cosa para ninguno de los dos, pero fue una premonición. 

Tony Curtis no sería muy alto, pero era guapísimo, le dieron por fin un papel de protagonista en una película de bajo presupuesto de aventuras exóticas en Oriente, y comenzaron a llegar a la Universal cartas de admiradoras. Así se consolidó como un galán de segundo nivel, siguiendo el intenso ritmo de trabajo que exigían los estudios, rodando tres o cuatro películas al año, filmes de aventuras o comedias menores, siempre al lado de chicas guapas como Janet Leigh, con la que se casaría.

El encuentro

Esa belleza y esa poca estatura de Tony Curtis, que le habían encasillado durante diez años como «galán menor», le llamaron la atención a un genio, el director y guionista Billy Wilder. En los años 50 Wilder era el rey de la comedia americana, el heredero de Lubitsch. Wilder tenía el proyecto de rodar Some like it hot (Con faldas y a lo loco en la versión española), una historia de travestis, de hombres no solamente disfrazados de mujer, sino asumiendo el papel de mujeres. 

Hoy día eso nos parece lo más normal del mundo, pero en 1954 todavía estaba vigente el Código Hays, la brutal censura que habían establecido las propias productoras, erigidas en defensoras de la moral americana. El Código Hays tenía reglas tan estúpidas como obligar a que incluso los matrimonios durmieran en camas distintas, fijaba el máximo de segundos que podía durar un beso o establecía que partes del cuerpo de la mujer debían ir cubiertas. La homosexualidad no se podía ni mencionar, por supuesto. Pero no decía nada de hombres disfrazados de mujer, no por perversión, sino para escapar de unos gangsters.

Siguiendo la regla del contraste como fuente de humor -Don Quijote y Sancho, por citar la más célebre pareja-, Billy Wilder emparejó a Tony Curtis con Jack Lemmon, chica guapa, chica fea. Lemmon daría el do de pecho en este papel, para el que se peinó, vistió y movió como su propia madre. En Con faldas y a lo loco Tony Curtis jugaba a dos bandas, unas veces era una guapa chica que tocaba el saxofón en una orquesta y otras se hacía pasar por un millonario soltero y deseable. Pero Jack Lemmon hacía siempre de mujer e incluso se echaba de novio a un millonario de verdad, con el que la cosa «iba en serio». En la escena final, que se ha convertido en objeto de culto para todos los cinéfilos, cuando Lemmon le revela a su novio que es un hombre, eso no perturba en lo más mínimo al millonario, que acepta la relación entre dos hombres con la célebre frase: «Nadie es perfecto».

Solamente esa frase era demoledora para la moral puritana del cine de Hollywood de la época, pero Wilder le añadió aún más hot (caliente, en sentido sexual) como dice el título original, incorporando a Marilyn Monroe en el papel más erótico de su carrera. Durante el rodaje trabajar con Marilyn era un martirio, no había forma de que se aprendiese sus diálogos, llegaba tarde… Alguien le sugirió a Wilder cambiarla, a lo que el cineasta respondió haciendo gala de su humor: «Tengo una tía en Viena que llegaría puntualisima al rodaje y con el guión bien aprendido, pero ¿quién iba a pagar una entrada por ver a mi tía?».

Wilder sabía lo que hacía. El Código Hays establecía qué partes del cuerpo femenino debían ir cubiertas, y los vestidos de Marilyn las cubrieron… pero eran transparentes. El resultado fue calificado de «pura pornografía» por censores de un lado y otro del Atlántico. En la parte de allá Some like it hot fue prohibida en el Estado de Kansas y la Iglesia católica norteamericana protestó contra la película. En la parte de acá, la censura española la rechazó tres veces, aunque finalmente la autorizó en 1963, cuatro años después de su estreno -parcial- en Estados Unidos. 

En definitiva, la inspirada pareja de Lemmon y Curtis, la bomba sexual de Marilyn y el genio de Billy Wilder hicieron saltar por los aires todo el puritanismo que había rezumado Hollywood desde que se implantó el Código Hays en los años 30. Y además nos dejaron una obra de arte, una de las películas más divertidas y simpáticas que se han hecho nunca.

Esta historia de la Historia tiene una coda igualmente estupenda. Al año siguiente Wilder llamó otra vez a Jack Lemmon para rodar El apartamento, la mejor comedia dramática de la Historia del Cine. Y en total los dos genios harían siete películas juntos que son una gloria del séptimo arte.

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