The Objective
El Purgatorio

Javier Benegas: «Estamos ante el fin del modelo socialdemócrata»

El escritor y publicista presenta en El purgatorio su nuevo libro: No tendrás nada y (no) serás feliz

Javier Benegas ha venido hasta THE OBJECTIVE en moto, surcando los mares de alquitrán, «y de socavones», me añade él. El deterioro de un país también se ve en ese adoquín roto que lleva meses sin arreglarse, en la carretera con el asfalto comido, en el contenedor quemado que no se repone. Benegas, publicista, periodista, escritor, motero, ha publicado nuevo libro: No tendrás nada y (no) serás feliz: Claves sobre el empobrecimiento promovido por las élites. Y con él hablamos de cómo importa que se empobrezcan los demás, los políticos no, de las pensiones, los jóvenes, el tabú de decir la verdad en España, o una Unión Europea que a veces se encuentra atorada en el mundo del 2025. O sea, que no se halla directamente.

PREGUNTA.- Como publicistas, ¿qué hacemos para vender esta entrevista? ¿Qué podemos ofrecerle a la gente para que se quede con nosotros un rato más?

RESPUESTA.-  Porque hay un misterio final que hay que descubrir. Sí, y no es un misterio cualquiera. Es un misterio que afecta tanto a quien lo lea como a quien no lo lea. Así que, más vale leerlo.

P.- Qué mundo el de la publicidad.

R.- Bueno, es un mundo, pero es un mundo bastante honesto. Al fin y al cabo, todo el mundo sabe que vienes aquí a vender algo. No estás diciendo: «Yo soy un salvador de patrias, amo mi país, mi sociedad y mi gente, y vengo a salvaros». No, un publicista viene aquí a vender lo que le digan, lo que pueda vender.

P.- Usted, ¿qué vende?

R.- Pues yo no vendo ahora mismo nada. En todo caso, soy un consumidor.

P.- ¿Qué diferencia hay entre la publicidad y el marketing?

R.- Sí, yo creo que había una rivalidad. No sé si hoy en día sigue existiendo, pero antes había una rivalidad entre publicistas y marketinianos. El publicista siempre ha aportado lo que llamamos el «factor X», ese salto cualitativo, ese toque creativo que no te dan los datos y que es un poco un salto de fe. Ese puntito que te hace mover la parte creativa.

P.- Y, ¿entre la publicidad y la propaganda?

R.- Bueno, la propaganda es algo muy parecido a la publicidad, pero con matices. La publicidad, en mi opinión, es bastante más aseada. Nos preocupamos por la estética, tenemos directores de arte, buscamos un punto creativo, incluso poético. La propaganda, en cambio, es más directa: «aquí te pillo, aquí te mato». No tiene ese cuidado, esa delicadeza.

P.- De su carrera en el mundo de la publicidad, ¿de qué está más orgulloso? ¿Qué es lo que más recuerda?

R.- Aunque no parezca lo más llamativo, de lo que más orgulloso estoy es de haber organizado un auténtico follón en 24 o 48 horas para la llegada del 3G a España. Fue un proyecto enorme, trabajando con un consorcio de empresas. En aquel momento, el 3G fue una revolución, algo que hoy todo el mundo da por sentado, pero que en su día cambió las reglas del juego. Ahora estamos con el 4G, el 5G, y quién sabe qué vendrá después. Pero aquello fue un momento dulce, un desafío increíble.

P.- ¿La comunicación puede ser un arma de destrucción masiva?

R.- Sí, totalmente. Pero, más que por lo que dices, a veces es por lo que no dices. Tú eres periodista, y seguramente te habrás encontrado con esto: a veces, lo que más preocupa no es lo que se dice, sino lo que se calla. De hecho, a veces se paga más por no decir algo que por destacar una información. El silencio, en muchos casos, es lo más caro que hay.

P.- Acaba de publicar No tendrás nada y (no) serás feliz: Claves sobre el empobrecimiento promovido por las élites…No sé si habrá visto Network, dirigida por Sidney Lumet. Al principio, el protagonista es un presentador de noticias al que despiden, y le dicen: «Mira, te dejamos que te despidas de tu audiencia». Y entonces el tipo llega al plató, mojado, sudado, con una gabardina…Y en un momento dado, dice ante las cámaras: «Estoy más que harto y no quiero seguir soportándolo ¡Salgan al balcón, salgan a la calle y grítenlo!». ¿Javier Benegas podría decir algo así? ¿Ese «estoy harto y no quiero seguir soportándolo»?

R.- A ratos. Pero yo creo que, tal como están las cosas, especialmente ahora mismo en España y en el mundo, bajar los brazos es un lujo que no nos podemos permitir. No creo que haya opción a decir «estoy harto». Puedes decirlo, yo lo digo muy a menudo, pero es más una forma retórica de quejarme. No podemos rendirnos, no podemos bajar los brazos.

P.- ¿De dónde surge este libro? ¿Cuál es su origen?

R.- Este libro nace de una polémica, de una frase que se pronunció en el Foro Económico Mundial de Davos, creo que en 2016. La pronunció una exministra danesa, y se convirtió en el leitmotiv de un artículo que ella publicó. Luego, esa frase se viralizó en publicaciones y generó una polémica enorme. La gente que la escuchó en ese foro ya estaba con la mosca detrás de la oreja. Ya se hablaba de cosas como que comer insectos sería una opción estupenda, o la persecución del vehículo privado, yo lo llamo persecución y se puede argumentar de muchas maneras.

También están las dificultades de los jóvenes para tener empleos estables, el estancamiento de la renta disponible y la prosperidad en Europa, que lleva décadas sin crecer. De hecho, hay un dato clave: en 1973, se desacopla el crecimiento económico global de los rendimientos del trabajo, especialmente en Europa. Ese año marcó un punto de inflexión crítico. Todo esto surge en un momento en el que la gente está muy reactiva, y esa frase no es inocente. No creo que quien la pronunció quisiera convertirnos en esclavos, pero el contexto en el que se dijo es peligroso. Además, se enmarca en una doctrina llamada «decrecimiento», de la que también hablo en el libro. Es una serie de ideas que intentan convencernos de que no hace falta crecer económicamente para mantener la prosperidad, lo cual me parece un disparate absoluto.

P.- Esto de «no tener nada y ser feliz», ¿cree que es una propuesta seria formulada desde Europa?

R.- A mí me parece una aberración, y no creo que sea el único. La productividad, el crecimiento económico e incluso el crecimiento demográfico son factores clave para la prosperidad. No soy un experto economista, pero he leído y tengo experiencia práctica en estos temas. El decrecimiento es un movimiento pseudoacadémico, como la teoría queer y otras corrientes que intentan vestirse con los ropajes de la academia, pero que, en el fondo, son pura charlatanería. Fíjate que Alemania, el epicentro de este desarrollo académico, está abriendo departamentos y cátedras sobre el decrecimiento a un ritmo mayor que las ingenierías. Eso ya nos dice algo. Y, por cierto, también hay que ver cómo está Alemania ahora mismo. Su situación económica tiene mucho que ver con este tipo de ideas.

«Algunos defienden que nos va a salvar la pobreza, la tuya, no la de ellos»

P.- Esto me recuerda una frase de Macron en 2022, cuando dijo algo así como que había llegado el momento del «fin de la abundancia». ¿Recuerda aquello?

R.- Esa es una clave, una clave importante. Me encanta que hayas sacado eso.

P.- ¿Por qué el fin de la abundancia?

R.- Porque es una gran mentira, un apaño. No es que haya un fin de la abundancia, sino el fin del modelo socialdemócrata que ha imperado desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta prácticamente hoy. Un modelo que empezó a resquebrajarse con la crisis del petróleo, cuando se le vio el cartón. Este modelo no funcionó bien por sí mismo, sino porque contó con una serie de factores favorables: energía abundante y barata, crecimiento demográfico (el baby boom), una nación como Estados Unidos que invertía masivamente en Europa y actuaba como policía global, ahorrándonos gastos en seguridad que nosotros destinamos a construir estados de bienestar. Además, teníamos un enemigo común: la Unión Soviética, que actuaba como una fuerza centrípeta, manteniéndonos unidos y ordenados.

P.- Un enemigo común que cohesionaba.

R.- Exacto. Nos manteníamos unidos porque estábamos frente a un ogro, un monstruo. Pero todo eso ha desaparecido. Ahora no tenemos ese enemigo, ni tenemos esa energía barata. De hecho, la energía es cara y cada vez más cara, con crisis periódicas relacionadas con ella. Tampoco tenemos acceso fácil a las materias primas, y nosotros mismos nos prohibimos hacer prospecciones en nuestro territorio. El sistema de bienestar que se sustentaba en una competitividad y productividad basada en esos vientos favorables ya no puede sostenerse. Y ahora nos quieren convencer de que no hay que cambiar el sistema, sino renunciar a esa bonanza de la que hemos vivido. Macron dice «nosotros no nos movemos ni el sistema se va a mover. Lo que tú vas a hacer es empobrecerse tú por nosotros» y esa es la gran lucha de este libro.

Benegas, en primer plano, ante la cámara de THE OBJECTIVE – Foto: Víctor Ubiña

P.- De hecho, le sacaron unas imágenes a Macron veraneando en el yate, y claro, la gente se pregunta por «el fin de la abundancia». ¿Para quién es el fin?

R.- La virtud que nos va a salvar es la pobreza… tu pobreza, no la mía.

P.- Y de eso se habla en el libro. Tengo aquí un fragmento donde dice: «Debemos no ya renunciar a los motores de explosión, sino también a los vehículos privados, sean eléctricos o troncos móviles como los de los Picapiedra. Renunciar a comer carne, al turismo low cost, a poner la calefacción en invierno, a tener hijos». Siempre son los otros los sacrificados, como decía Sartre: «El infierno son los otros». Aquí se habla de sacrificios, siempre son los otros: el pequeño empresario, el trabajador con su furgoneta… A ese le pides sacrificios, pero ¿en base a qué? ¿Quién decide qué sacrificios hay que hacer y quién debe hacerlos?

R.- Claro. Por eso creo que a veces hacemos análisis muy superficiales, de trazo grueso. No solo la gente más zopenca, los de extrema derecha, sino también esa «inteligencia media» que yo llamo, la más moderada, que tiende a simplificar todo, análisis de trazo grueso. Por ejemplo, cuando gana Trump, empezamos a gritar sin entender realmente lo que está pasando. Deberíamos pararnos, analizar y tomar posiciones informadas antes de reaccionar. Esto mismo ocurre con las protestas, como las de Madrid Central o Madrid 360. Hay un desprecio hacia la gente que lo pasa mal, y lo he visto de primera mano, no es que lo imagine.

Me he colado en conversaciones de entornos políticos y he escuchado cómo piensan los políticos de la gente que sufre: la que va jadeando de un lado a otro en su furgoneta, sudando y currando, y de repente le dicen: «O cambias de furgoneta y te gastas 30.000 euros que no tienes, o ya no puedes entrar. Estás fuera». Mientras tanto, ellos, como bien dices, viajan, usan jets, usan yates, viven una vida tremenda. Yo no tengo nada en contra de eso, pero lo que tengo en contra es que tú te pegas esa vida y a todo el mundo nos estás poniendo unas reglas que son insufribles. Te pongo un ejemplo: tú coges Google Maps, entonces tú te vas a Ajalvir, para quien no lo sepa, Ajalvir es una de esas localidades satélite que dependen de la capital.

Allí, el transporte público no es tan eficiente como en el centro. Si vives en Madrid y te mueves dentro de la ciudad, el transporte público es estupendo: hay frecuencia, alternativas y rapidez. Pero si vives en Ajalvir y dependes del transporte público, la cosa cambia. Si pierdes un autobús, no esperas 10 minutos, sino casi una hora. Multiplica eso por los 365 días del año. La diferencia entre la vida de alguien que vive en Madrid y alguien que vive en Ajalvir, pero trabaja en la ciudad, es abismal. Uno pasa media hora en transporte público, el otro pierde un mes y medio de su vida al año metido en un autobús.

P.- ¿Sientes que la clase política de este país ha traicionado a sus ciudadanos?

R.- Me lo preguntas en serio, creo que no solo los ha traicionado, sino que además los pisotea. Completamente.

P.- ¿Toda la clase política? ¿No diferencia entre PSOE y PP?

R.- No, la verdad es que no. A mí las siglas me dan igual. Lo que me interesa son, por un lado, las propuestas y, por otro, los hechos. Es decir, son dos cuestiones fundamentales en política. Y lo que veo es que algunas de las propuestas que hacen me parecen espantosas, pero lo que hacen después me parece todavía peor. Así que me da igual si son de un partido u otro. Lo que juzgo son sus acciones, sus decisiones, lo que dicen y lo que no hacen. Las siglas me importan muy poco. Es cierto que por definición intento no ser muy socialista, no soy muy colectivista, pero bueno, tampoco soy enemigo de un socialdemócrata. Es decir, podemos llegar a un acuerdo.

P.- Habla de Europa, de la burocracia y de cómo el exceso de regulaciones podría ser el principal problema para el crecimiento económico de la Unión Europea. ¿Es el principal problema?

R.- Sí, pero no se trata simplemente de eliminar regulaciones por eliminarlas. Todo debe tener un criterio. No es cuestión de decir: «Voy a eliminar mil regulaciones». El problema no son solo las barreras de entrada, que ya son un tema elemental, sino que, además, la burocracia excesiva crea oportunidades para la corrupción. Cuando hay demasiados procedimientos, pasos e intersticios, se convierte en un caldo de cultivo para prácticas corruptas. Una burocracia tan complicada se transforma en una herramienta discrecional del poder: a ti sí, a ti no, dependiendo de cómo se interprete una norma, una cláusula o incluso la letra pequeña de un contrato.

P.- También menciona algo que me parece interesante: los papers. Escribe: «Los papers, estudios que convierten a los individuos en datos agregados, en cifras tabuladas que se representan en gráficos de quesito, barras o dientes de sierra con los que desdramatizar transformaciones preocupantes, como el desplome de la natalidad, el aumento de la inseguridad o la rápida desindustrialización del viejo continente».

R.- Recuerda que no hace mucho tiempo se hablaba mucho de la política basada en la evidencia. Siempre me ha llamado la atención cómo estos papers se centran en ciertos temas predefinidos. No es tanto que los datos sean correctos o incorrectos, sino que se elige deliberadamente de qué hablar y de qué no. Por ejemplo, se habla de desigualdades, pero no de regulaciones excesivas o de la burocratización de la vida. Es como si siempre se llevara el gato al agua hacia un lado del espectro ideológico.

Y temas como el que tú mencionas, la regulación y la burocracia, simplemente no aparecen en esos papers.  Tú eres joven, pero seguro recuerdas aquella época en la que los políticos basaban sus discursos en papers y datos. Siempre me ha parecido sospechoso, no porque los datos fueran falsos o verdaderos, sino porque se utilizaban para hablar solo de lo que convenía. ¿Por qué no hablamos de la burocracia? ¿Por qué no hablamos de cómo afecta a la vida de las personas? Esos temas nunca estaban en la agenda.

P.- En su libro, noto que hay un especial hartazgo por la situación de la industria automovilística en Europa, especialmente en comparación con el auge de la industria china.

R.- Sí, es un tema muy complicado, pero se unen varias cosas. Por un lado, es curioso ver cómo ahora todo el mundo está molesto porque Trump amenaza con poner aranceles. Yo soy anti-proteccionista, pero, hasta ahora, no ha impuesto ninguno. Solo ha lanzado amenazas. Hay que estar atentos y analizar las cosas con calma. Pero decía esto porque, en realidad, la Unión Europea es una de las regiones más proteccionistas del mundo. De hecho, Estados Unidos lleva tiempo en una guerra comercial con Europa, y ambos se están dando golpes.

Pero el proteccionismo europeo es especialmente fuerte. Por ejemplo, cereales estadounidenses no, no compran maíz transgénico estadounidense, a pesar de que no hay evidencia científica concluyente de que sea dañino. No es solo un arancel, es una prohibición directa. Lo mismo pasa con los coches y la carne. No puedes entrar con tus productos, punto. No es un arancel, es directamente una prohibición.

En el caso de la industria automovilística, Europa ha protegido mucho a sus fabricantes. Tanto, que esta protección ha llevado a un desarrollo poco adaptado a los tiempos modernos. Los costes laborales son enormes. Por ejemplo, en Alemania, fabricar un Volkswagen implica un coste laboral de unos 7.000 € por coche. Un empleado normal del Grupo Volkswagen, dependiendo de la marca, cuesta entre 80.000 y 120.000 € al año, incluyendo nómina y derechos sociales.

«2+2 son 4 y el sistema de pensiones en España es insostenible»

Además, durante años, estas empresas se han sentido tan seguras que han fabricado coches baratos en China para aprovechar sus beneficios. Y con esos beneficios sostener lo que era insostenible en Europa. Ahora, China les está comiendo terreno allí mismo, incluso en Europa, y las ventas están cayendo. El problema laboral estalla: hay despidos masivos. Y al mismo tiempo me pregunto: ¿por qué Europa ha sido tan tolerante con los negocios de nuestros propios empresarios? ¿Y por qué ha permitido que la industria china, sin restarle mérito, pero apoyada por el gasto brutal del Estado chino, entre con tanta fuerza?

Parte del éxito de la industria china se debe al apoyo masivo del Partido Comunista, que subvenciona a pérdida a muchas empresas, incluidas las automovilísticas. Por ejemplo, hay una empresa llamada Nio que pierde 12.000 $ por cada coche que produce, pero sigue adelante. Están haciendo ofertas brutales y desembarcando en Alemania con precios imposibles. Si fueran una empresa medianamente bien gestionada y coherente con el mercado, sus coches no costarían 19.000 €, sino 30.000 o 32.000 €. La competencia sería muy distinta. Creo que hay algo más: corrupción en la Unión Europea. La larga sombra de China planea sobre Bruselas.

El escritor y publicista Javier Benegas durante la entrevista – Foto: Víctor Ubiña

P.- Pregunta personal, ¿alguna vez ha tenido eco-ansiedad?

R.- (Ríe) Ansiedad sí, pero eco-ansiedad nunca. Pero sí, hay una especie de dolencia, una angustia que llaman «eco-ansiedad». Es algo que afecta, sobre todo, a la gente más joven. Muchos jóvenes están convencidos de que el mundo se va a acabar debido al calentamiento global, que vamos a arder en el infierno y que todo se terminará. Eso les genera una angustia constante: «¿Para qué estoy aquí si esto se va a acabar? Si vamos a morir todos por el cambio climático». Es un razonamiento muy común, pero los datos no lo respaldan.

De hecho, en el libro explico que es curioso cómo, al final, si eres una persona racional y te gusta que te expliquen las cosas con evidencias, quieres que te digan: «¿Realmente hay calentamiento global?» Sí, lo hay, pero, ¿eso significa que el mundo se va a acabar y que todos vamos a morir? Los científicos no están de acuerdo con eso, no hay consenso. De hecho, si miramos las encuestas entre los científicos dedicados al tema, la mayoría piensa que la idea de una «emergencia climática» es una exageración. Además, plantearlo en esos términos es poco conveniente, porque genera un efecto de rechazo.

Pero, ¿qué han conseguido con esto? Si tú actúas de forma racional, preguntas, investigas y valoras las evidencias, según los promotores de la emergencia climática, tienes un problema psicológico. Estás enfermo. Es decir, tú tengas una disonancia cognitiva o un problema de entendimiento de la realidad porque no eres consciente del peligro que corres. Fíjate, en este caso, el enfermo es el que se mantiene sereno, el que no pierde la cabeza y quiere averiguar qué está pasando para saber qué hacer. Ese es el enfermo. En cambio, el que grita «¡Vamos a morir todos!» es el que está bien, porque es «consciente del peligro». Es una persona irracional, pero según ellos, tú eres el irracional por no correr gritando y agitando los brazos. Así que la eco-ansiedad es, en cierta forma, casi como una enfermedad benigna: Si tienes eco-angustia, es que estás bien.

«Miramos a Trump y sus aranceles, cuando la UE es una de las regiones más proteccionistas del mundo»

P.- Hablaba de los jóvenes, una de las preocupaciones que tienen ahora, o al menos una parte de ese segmento de la población, es el tema de las pensiones. Hay un debate ahora, y mucha gente está empezando a decir: «Oye, yo creo que pensión no voy a tener». De hecho, Albert Rivera dijo hace poco vino a decir que las pensiones son algo así como una estafa piramidal. ¿Usted cómo valora todo el lío que hay?

R.- Este sistema de pensiones es insostenible, y esto es una cuestión puramente matemática. En este sistema, tú no cotizas para ti mismo, sino que estás pagando las pensiones de los jubilados actuales. Entonces, es una cuestión de magnitudes. Si quienes están jubilados ahora o se van a jubilar pertenecen a generaciones mucho más numerosas y, además, tuvieron empleos relativamente más estables, no digo que vivieran mejor, porque no tenían la sanidad que tenemos ahora, pero tenían empleos más seguros y expectativas de mejora.

Mientras que las generaciones actuales son menos numerosas, tienen trabajos más precarios y peores perspectivas. Ahora, esos jubilados cobran pensiones que están muy por encima de lo que gana un joven, y además, esas pensiones se revalorizan cada año. Las pensiones se revalorizan, pero los sueldos no. Entonces, el problema es que las generaciones actuales, que son menos numerosas, con trabajos más precarios y peores condiciones, tienen que sostener a generaciones mucho más grandes y con pensiones más altas. Es una situación insostenible.

P.- Igual por decir esto te ponen el palabro de moda: negacionista. «¿Cómo puede decir eso de las pensiones?»

R.- Pero es verdad. A mí me parece una injusticia. De hecho, voy más allá: la incompetencia de los políticos es evidente. La bomba demográfica se sabía desde hace 40 años. Podrían haber previsto que las pensiones iban a ser insostenibles y haber hecho un sistema como el de los suecos, con una transición a un sistema mixto más sostenible. Pero no hicieron nada. Se pasaron la bomba unos a otros, como en los dibujos animados, corriendo con ella de un lado a otro: «No, cógela tú. No, cógela tú». Y ahora estamos al borde del colapso.

Hemos llegado al final de la mecha. La bomba está a punto de explotar, y los políticos siguen sin hacer nada. Es una injusticia enorme. Además, los partidos se escudan en que no pueden decir que no a las subidas de las pensiones, como si los pensionistas fueran un grupo identitario, como los homosexuales, que todos votan de izquierda.

Ser homosexual no te configura como persona, es una vertiente más de tu perfil personal. Pero ser pensionista no te define como persona; es solo una parte de tu perfil. Muchos pensionistas son abuelos, padres o hermanos, y les preocupa mucho la gente joven. Igual muchos pensionistas dicen a mí no me subas las pensiones 50 €, que encima te retienen impuestos, y no solucionan el problema de fondo.

P.- A Javier Benegas le gustaría, aunque es una quimera imposible, que saliera un político de nivel que dijera: «Señores, señoras, esto es insostenible. O se rebajan las pensiones, o cambios el sistema».

R.- El sistema se pudo haber reformado. Si a mí me preguntan, los fondos NEXT Generation , que se están malgastando, y mucho, por cierto, podrían haberse utilizado íntegramente para transicionar hacia un sistema de pensiones más sostenible. Pero no se hizo.

«El decrecimiento es un movimiento pseudoacadémico, pura charlatanería»

P.- Lo que he notado en los últimos meses es que el verdadero tabú de la política española son las pensiones.

R.- El tabú es decir la verdad.

P.- Pero en España se puede debatir de muchas cosas, pero de pensiones… ni hablar.

R.- Tampoco de otras cuestiones importantes. ¿Has visto a algún político planteando que las administraciones públicas son un poco disparatadas y que hay que recortar? El tema de las pensiones es un tabú porque está rodeado de mitos. Yo, que vengo del mundo de la publicidad y he trabajado de forma cuantitativa, sé que el público es mucho más inteligente de lo que los políticos creen. Mucha gente piensa que «la gente es idiota», pero en realidad, los que dicen eso son los mismos que se excluyen: «Yo no soy gente, soy diferente».

Pero los políticos están metidos en la idea de que cualquier cuestión relacionada con las pensiones es contraproducente. Entonces, siempre dicen que sí y patean el problema hacia adelante. Pero no, hay que hacer como hizo aquel ministro irlandés después del crack de la Gran Recesión. Salió y dijo: «Señores, se acabó el dinero». Les dijo la verdad, y no pasó nada. Nadie le pegó ni dejaron de votarle. Dijo: «Miren, queridos compatriotas, no hay dinero. Como no tenemos para pagar esto, no va a haber esto. Pero podremos salir adelante si hacemos las cosas bien». Y la gente lo entendió.

Benegas durante la entrevista – Foto: Víctor Ubiña

P.- De Javier Milei hay mil cosas que no le compro, pero al menos sí estuvo acertado cuando les dijo a los argentinos «Señores, esto es lo que hay, y va a ser duro». Al menos no venden un camino de rosas.

R.- Hay que decir la verdad. El libro No tendrás nada y (no) serás feliz es básicamente la historia de un engaño. Un sistema que ya no se sostiene porque han desaparecido los factores que lo hacían viable. Es como decir: «Esta casa se va a seguir sosteniendo», pero, ¡ojo!, han desaparecido los pilares. ¿Y qué hacen? Dicen: «No, va a seguir flotando en el aire». Eso es lo que están haciendo. No se trata de ir contra nadie, sino de empezar a decir la verdad y asumirla. Entiendo que para un socialdemócrata convencido esto es duro, pero no se trata de acabar con el concepto de Estado ni con un Estado subsidiario.

Se trata de reconocer los hechos: el sistema de pensiones en España es insostenible. Nos genera un agujero de 60 mil millones de euros, que hay que pagar con impuestos que, además, no van a alcanzar. Y lo peor es que esos impuestos los van a pagar los jóvenes, que ya están asfixiados sosteniendo las jubilaciones de sus mayores. Es de una crueldad inaudita. Hay que sentarse y tener el valor de decir: «Dos más dos son cuatro, amigos, aunque las matemáticas no tengan perspectiva de género». Es así de simple.

P.- De hecho, un dato sobre los presupuestos que seguimos teniendo, los del año 2023, prorrogados en 2024 y 2025, muestran que uno de cada 2 € se destina a pensiones, funcionarios e intereses de la deuda. Si uno de cada 2 € va a eso, ¿qué país de futuro podemos construir con este presupuesto? Es un poco inquietante.

R.-A mí me gusta mucho hablar con la gente joven, porque creo que los jóvenes tienen una energía que nosotros, los que ya tenemos cierta edad, necesitamos. Estamos muy fatigados y tendemos a ser más pesimistas. En cambio, si te rodeas de gente joven medianamente sana, aunque también hay jóvenes que están un poco perdidos, te contagian esa inquietud y esas ganas de seguir adelante. Son como los niños, pero tienen esa energía que casi te toca y te la transmite por capilaridad. Es así. Yo veo a los jóvenes con una energía increíble, y mucha gente se mete con ellos sin razón.

P.- Los hemos visto en Valencia, lo que pasó con los jóvenes. Y eso que algunos iban con el mantra de la «generación de cristal».

R.- Hay muchos mitos alrededor de ellos. Es como decir que todos los pensionistas están preocupados solo porque les suban las pensiones. No, señor. Hay pensionistas que están más preocupados por sus nietos que por sí mismos. Un pensionista podría decir: «Oye, Pedro, no me subas 50 €, que no me sirven de nada. Además, me vas a aplicar las retenciones correspondientes, así que al final se queda en nada. Mejor deja en paz a mi nieto, no le cargues más, que él ya lo tiene difícil. Yo me apaño como estoy».

Muchos abuelos y padres jubilados piensan así. Si se les explica bien, lo entienden. Pero las estadísticas son una trampa, porque solo preguntan: «¿Prefiere que suba o que baje la pensión?» Y claro, todo el mundo dice: «Que suba». Pero la pregunta debería ser otra. Por ejemplo: «Si la pensión sube 20 €, pero su hijo acaba en el paro, ¿qué prefiere?» O: «Si su nieto se va a suicidar porque no encuentra trabajo, ¿qué prefiere?» Ahí las respuestas serían muy distintas. Es la ley del embudo: lo ancho para mí, lo estrecho para ti.

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