El virtuoso Revilla
El político cántabro ha dominado el arte de la contradicción sin pagar peaje por ello

El expresidente de Cantabria Miguel Ángel Revilla. | Jesús Hellín (Europa Press)
Miguel Ángel Revilla se ha labrado una imagen única en la política española. Revilla es el político campechano que canta canciones montañesas a enfermos, regala latas de anchoas a sus amigos y cuenta anécdotas de su «humilde vida» con un desparpajo inusual. Pero tras esa cuidada estampa de «hombre del pueblo» se esconde un historial de polémicas y contradicciones digno de todo un superviviente de la política. El locutor radiofónico santanderino Walter García, que ha estudiado bien su figura, le ha definido como un «mentiroso compulsivo».
Recordemos que, en pleno repunte de contagios, el virtuoso Revilla exigió vacunación obligatoria para todos los españoles «por las buenas o por las malas, por lo civil o por lo militar», una frase con tintes castrenses que levantó cejas. Paradójicamente, mientras pedía disciplina militar a la población, él mismo fue cazado saltándose las normas sanitarias. En mayo de 2021 protagonizó una polémica comida en un restaurante de Santander: se sentó en una terraza cerrada (contraviniendo las restricciones vigentes) y hasta fumó un puro en plena sobremesa. Inicialmente lo negó, pero terminó admitiendo en el Parlamento que había mentido al negar el cigarro, achacándolo a la presión del momento. Un informe de la Consejería de Sanidad confirmó que el lugar de la comida no era un espacio al aire libre permitido y que el presidente cántabro incumplió la normativa covid vigente. Aquello le costó la reprobación de la oposición –Vox llegó a pedir su dimisión– y, sobre todo, dejó en entredicho la coherencia de quien clamaba contra los insumisos de la pandemia con tono severo mientras se fumaba un puro en privado.
Si algo no se le puede negar a Revilla es su falta de pudor para narrar su vida personal. Un ejemplo paradigmático fue cuando confesó alegremente en televisión nacional que perdió la virginidad a los 18 años en un burdel, pagando por ello. La anécdota, contada con naturalidad por el propio Revilla, causó estupor y críticas. Parlamentarias del PP le acusaron de fomentar la prostitución con esa revelación, a lo que Revilla respondió indignado, tachando la polémica de hipócrita: «Lo hacían el 99 por ciento de los españoles en aquella época» llegó a decir, defendiendo que sólo había contado «una experiencia con naturalidad». A su manera, zanjó el asunto afirmando que España tenía problemas gordísimos de los que ocuparse, y no de «lo que hizo un pobre muchacho de 18 años en Bilbao». Así, transformó una revelación personal embarazosa en un ataque a sus críticos, presentándose poco menos que como víctima de una moralina partidista. La jugada le salió regular: muchos cuestionaron que un presidente autonómico trivializara de ese modo la prostitución, pero él, una vez más, salió del paso a base de populismo descarado, insistiendo en que prefería ser criticado por eso y no «por haber metido la mano en la caja».
Aunque Revilla presume de no ser «un político ladrón» –repite a menudo «no he robado en mi vida»–, su trayectoria no ha estado exenta de escándalos de corrupción en su entorno. El caso más sonado es el del jefe del Servicio de Carreteras de su gobierno regional, Miguel Ángel Díez, detenido en 2023 por una trama de sobornos en la adjudicación de contratos públicos. La investigación policial reveló que este alto cargo acumuló casi 2,9 millones de euros en ingresos injustificados, pese a tener un sueldo oficial de unos 69.000 euros al año. Según la UDEF, dicho funcionario (parte del último Ejecutivo de Revilla) cobraba comisiones ilegales de empresarios a cambio de adjudicarles contratos millonarios. La jueza del caso lo envió a prisión provisional imputándole delitos de cohecho, fraude, blanqueo y prevaricación, entre otros. Revilla, que en público alardea de estar contra los corruptos, guardó silencio. La oposición le afea que sea tan rápido tildando de «corrupto» a medio mundo mientras en su gobierno florecía una red de corrupción. El virtuoso Revilla, adalid de la honradez ante las cámaras, ha tenido que encajar que bajo su mandato se orquestara el ‘carreterasgate’ cántabro. Por supuesto, él se desmarcó personalmente del asunto en cuanto pudo, pero la mancha queda, contradiciendo su discurso de superioridad moral frente a los choriceros de la política.
Pocos gestos identifican tanto a Miguel Ángel Revilla como aquella costumbre de obsequiar con latas de anchoas de Cantabria a todo aquel que se ha cruzado en su camino político-mediático. Ministros, presidentes, reyes, presentadores de TV… nadie se ha librado del detallito. El propio Revilla ha reconocido que año tras año envía, como regalo institucional, un par de latas de anchoa. Lo hizo con el entonces presidente valenciano Francisco Camps y con el expresidente Mariano Rajoy, quienes –según él– le respondieron elogiando lo ricas que estaban. Incluso confesó que el rey (Juan Carlos, en aquellos años) se solía enfadar si Revilla no le llevaba sus anchoas cada vez que se veían. Esta diplomacia de la anchoa le ha dado un innegable rédito de simpatía popular: ¿quién podría caer mal si siempre aparece –ya sea en El hormiguero, en La Sexta o en La Moncloa– con una bolsa de manjares cántabros bajo el brazo? Ahora bien, la práctica también le ha valido críticas. Hubo quien bautizó el asunto como el «anchoagate», al saberse que buena parte de esas latas las compraba el Gobierno de Cantabria con dinero público (más de 500.000 euros gastados en conservas durante sus dos primeras legislaturas, según algunos medios). Revilla se defendió de aquel presunto cohecho alegando que muchas empresas locales le regalaban las anchoas para promoción, y que promocionar la gastronomía regional era parte de su labor. Sea como fuere, este marketing se convirtió en su marca personal. Regalar anchoas a diestro y siniestro le sirvió para ganarse titulares amables y abrirse puertas allí y allá. Ayer mismo, Juan Luis Cebrián, al ser entrevistado en el Diario Montañés ha afirmado: «Revilla es un personaje folclórico de la política espectáculo, lo fue cuando fue presidente de Cantabria y lo sigue siendo, porque hacía política a base de regalar latas de anchoas. Y ahora está en un bucle de aparición en las televisiones, pero no es culpa de Revilla, es culpa de convertir la política en un sistema de entretenimiento».
En el currículum ideológico de Revilla hay capítulos que chirrían con su imagen actual de político moderado y aparentemente transversal. De joven, militó en el franquismo: fue miembro de Falange Española Tradicionalista y llegó a ser Delegado Comarcal del Sindicato Vertical (el sindicato único del régimen) en Torrelavega. Él mismo ha admitido ese pasado; en sus memorias cuenta que en 1971 aceptó el cargo en el sindicato franquista, algo de lo que después se arrepintió calificándolo de «error de bulto». Por entonces, Revilla se declaraba seguidor del fundador falangista José Antonio Primo de Rivera, llegando a decir que el pensamiento de José Antonio tenía plena vigencia si se actualizaba. Resulta cuanto menos curioso que quien hoy muchos perciben como un simpático barón regionalista con tintes progresistas tuviese un arranque político tan fachosférico. Con los años, Revilla viró el rumbo: fundó un partido regionalista, pactó gobiernos con el PSOE y apoya causas sociales. Walter García suele relatar cómo en diciembre de 2008 retiraron la estatua de Franco en la plaza del Ayuntamiento de Santander. Ese mismo día, Revilla fue entrevistado en la Cadena Cope (al mediodía) y se mostró en contra de la retirada, diciendo que la estatua era parte de la historia de España y que no entendía por qué se quitaba. Sin embargo, unas horas más tarde, a las 7.20 de la tarde, en la Cadena Ser, afirmó lo contrario: que ya era hora de que se retirase la estatua.
El más reciente episodio novelesco de Miguel Ángel Revilla es su enfrentamiento con el rey emérito Juan Carlos I. Todo empezó con las duras acusaciones públicas de Revilla hacia Don Juan Carlos, a quien llegó a llamar «corrupto confeso» en diversos medios, recordándole sus escándalos financieros. El exmonarca, desde su exilio dorado en Abu Dhabi, decidió contraatacar por vía legal: en abril de 2025, Juan Carlos demandó a Revilla por calumnias, acusándolo de un atentado contra su honor y reclamándole 50.000 euros de indemnización. La demanda, presentada por la abogada del rey (la letrada Guadalupe Sánchez), exige además que Revilla se retracte públicamente de sus palabras injuriosas. Lejos de amedrentarse, Revilla reaccionó con furia y teatralidad: convocó una rueda de prensa inmediata –con dos de sus libros desplegados en la mesa y otro de José María Olmo y David Fernández titulado King Corp.– para proclamar que la querella real le producía «rabia» y era «injusta y mezquina». «Si no fuera por la Constitución, el rey estaría como Le Pen o Sarkozy», llegó a soltar, insinuando que Juan Carlos habría acabado procesado de no tener una protección legal especial. Sin embargo, el rey Juan Carlos I ya no cuenta con esa inmunidad a la que hace alusión Revilla. Revilla, que en el pasado admiró al monarca (él mismo confesó que Juan Carlos fue «mi ídolo»), ahora se muestra implacable. Dijo «no arrepentirse de nada» y retó al rey a volver a España para verse las caras en el juzgado. En este duelo inédito entre un exjefe de Estado y un veterano barón autonómico, se mezclan orgullo herido y cálculo mediático. Revilla aprovecha para erigirse (otra vez) en defensor de la decencia frente a la impunidad de los poderosos –«quiero que quien nos ha representado dé ejemplo», clamó solemne sobre Juan Carlos–, mientras el rey busca frenar el enésimo ataque. La demanda sigue su curso, pero de momento ya ha dado a Revilla horas de pantalla adicionales que él administra con maestría, posando como un Quijote contra los molinos borbónicos (en una intervención en el programa de Sonsoles Ónega llegó incluso a derramar lagrimones de cocodrilo). Irónicamente, sus denuncias de corrupción monárquica coincidieron en el tiempo con la imputación del citado jefe de Carreteras de Cantabria por millones en mordidas, lo que dio munición a quienes le acusan de doble vara de medir. Aun así, en este choque de trenes, Revilla explota su papel favorito: el del político sin pelos en la lengua que no se calla ni ante el Rey.
Revilla siempre ha explotado una imagen humilde, como si fuera un pastor recién salido de las montañas de Cantabria. Y para ello no ha dudado en despreciar a los ricos y poderosos. Y, por supuesto, a la realeza. Durante la boda de Felipe VI y Letizia el 22 de mayo de 2004 en el Palacio Real, Revilla tuvo un encuentro incómodo con el rey Harald V de Noruega en un baño. Según su relato, necesitaba usar el baño urgentemente y al abrir una puerta entreabierta se encontró al rey noruego sentado en el trono en plena faena. Añadió que la puerta no estaba cerrada del todo porque la espada ceremonial de Harald y parte de su atuendo real impedía que se cerrara correctamente. A Revilla se le escapó una afirmación: «¡Coño, Harald de Noruega!». Luego se giró hacia el expresidente Felipe González, quien supuestamente le respondió: «Pues éste va a tardar un rato». Este incidente es una anécdota famosa que Revilla ha repetido y que incluso le llevó a dar explicaciones en el Parlamento de Cantabria tras una moción del PP pidiéndole que se disculpara con la Casa Real noruega. Revilla también ha mencionado que el menú de la boda le pareció escaso y que se quedó con hambre, llegando a decir que al volver a casa se hizo un bocadillo. No contento con eso, el cántabro se lanzó a por una copa decente cuando el cava se agotó. Y hete aquí que un guardia real de Torrelavega, con esa lealtad que solo da la tierruca, le salvó la tarde: cubitera, JB de doce años y unos puritos.
Además de sus cargos institucionales, Revilla ha ejercido de algo así como estrella mediática itinerante. Pocos políticos regionales (o nacionales incluso) han pasado por tantos platós de televisión y estudios de radio como él. Su alianza con el entretenimiento tiene un nombre propio: El Hormiguero. El programa de Antena 3, líder de audiencia en el access prime time, lo ha invitado decenas de veces, sabiendo que «el efecto Revilla» garantiza subir el share. Y así es: en enero de 2025, una visita de Revilla a El Hormiguero congregó a 2,2 millones de espectadores (16,9% de cuota), superando con holgura a la competencia y aportando más de 450.000 espectadores adicionales frente al rival en TVE. «Hay invitados cuyo tirón no falla nunca, y uno es Miguel Ángel Revilla», admitía la prensa al comentar el enésimo logro de audiencia del presidente cántabro. ¿Su secreto? Un discurso populista y folclórico que conecta con la gente común: Revilla habla como tu cuñado en el bar, cuenta chascarrillos, saca su famosa pizarra para explicar la economía clarita y para todos los públicos y hasta lleva sobaos pasiegos o anchoas de regalo al presentador de turno. Ese estilo coloquial y carente de complejos le ha dado excelentes réditos. Se ha vuelto un tertuliano fijo en espacios de máxima audiencia, desde programas matutinos hasta late nights.
Sin embargo, esta sobreexposición también le ha valido críticas: hay quien le acusa de ser más celebrity que político serio. El periodista Rubén Amón, tras la mencionada rueda de prensa por la demanda del rey, calificó el asunto de «teatro perfecto para un populista y demagogo como Revilla». Y es que Revilla no duda en llevar la política al terreno del espectáculo. En pleno auge del fenómeno televisivo, entendió antes que nadie que una frase ingeniosa en prime time vale más que cien boletines oficiales. Con su sempiterna chaqueta, sus ocurrencias cáusticas y esa mezcla de abuelo entrañable y showman, se ha hecho imprescindible en los medios. Los índices de audiencia lo avalan y Revilla disfruta siendo el abuelo cebolleta de la televisión. Y el público ya se conoce de memoria sus historias de cuando comía un huevo frito al día porque era pobre, sus críticas furibundas a banqueros y ricachos y sus suspiros patrióticos cuando habla de España.
En su empeño por estar en todos lados, Revilla ha protagonizado escenas que oscilan entre lo pintoresco y lo bochornoso. Un ejemplo reciente: su visita a un hospital de Cantabria donde, ni corto ni perezoso, se puso a cantar a pleno pulmón la canción montañesa «Adiós, pueblo de Carmona» a un paciente ingresado. La escena, grabada en vídeo, se viralizó en redes por la peculiar estampa del presidente-cantante… pero sobre todo porque lo hizo sin mascarilla en plena planta hospitalaria. Las críticas no tardaron: usuarios y sanitarios afeaban la imprudencia (las mascarillas aún eran obligatorias en entornos sanitarios) y tildaban la actuación de show populista innecesario. Hubo memes crueles sugiriendo que «si te descuidas en el hospital, aparece el cantamañanas de Revilla a cantarte» (o a gritarte). Revilla, fiel a sí mismo, defendió que solo intentaba animar a un enfermo con la mejor intención.
Buena parte del encanto de Revilla reside en su aureola de político humilde y pobre, esa idea de que sigue viviendo en el mismo piso modesto y conduciendo un coche viejo, lejos de los lujos. Él mismo alimenta ese relato: presume de no tener más ingresos que su pensión y de no haberse enriquecido tras décadas en el poder. Pero, ¿cómo de austero es realmente Miguel Ángel Revilla? Los datos oficiales dibujan otra realidad. Según las declaraciones de bienes publicadas en el Portal de Transparencia, Revilla era el miembro más acomodado de su Gobierno regional: en 2021 declaró un patrimonio de más de 510.000 euros y cero deudas, incluyendo varias propiedades, ahorros, inversiones y planes de pensiones. De hecho, ningún otro consejero cántabro de aquella legislatura tenía tanto patrimonio como él.
Además, Revilla ha sabido monetizar su fama. Ha publicado libros superventas (con títulos como Nadie es más que nadie o Ser feliz no es caro), cobra por conferencias y posiblemente percibe honorarios por algunas de sus omnipresentes apariciones en televisión. En la ya mencionada rueda de prensa por la demanda del rey, no dudó en exhibir sus libros –Por qué pasa lo que pasa es su último título– sobre la mesa casi como escudo, llegando a decir –con tono lastimero– que no tiene otras fuentes de ingresos más que lo que gana honestamente, «como si no fuese rentable vender libros», apuntó con sorna el periodista Rubén Amón. Este detalle no pasó inadvertido: ¿era una rueda de prensa o una cuña publicitaria? Lo cierto es que Revilla ha logrado lo que pocos políticos: que la exposición mediática le reporte beneficios tangibles, ya sea en forma de royalties editoriales o de capital simbólico traducido en votos. Su modus operandi de presentarse como el jubilado sin blanca que solo vive de su pensión contrasta con la realidad de un veterano que, tras décadas en cargo, goza de una cómoda posición económica.
En diciembre de 2012, un día después de que los medios informaran que Calatrava había trasladado su sociedad de inversiones, Calatrava & Family Investments, de Madrid a Zúrich, Suiza, Revilla explotó en Twitter (ahora X): «El arquitecto Calatrava, que cobró de Francisco Camps 115 millones de euros en proyectos, se lleva su fortuna a Suiza. ¡Patriota!». Algunos usuarios acusaron a Revilla de oportunismo y de atacar sin pruebas concretas, señalando que el arquitecto tenía derecho a establecer su residencia fiscal donde quisiera (Santiago Calatrava estableció su relación con Suiza en 1975, cuando se trasladó a Zúrich para estudiar Ingeniería Civil en el Instituto Federal Suizo de Tecnología. Su relación con Suiza comenzó, por tanto, en 1975 con fines académicos y se solidificó profesionalmente en 1981 al establecerse allí. Sus primeras obras en Suiza son de 1983). Otros le afearon a Revilla que, como político, también había gestionado fondos públicos.
El virtuoso Revilla también criticó agriamente al ex primer ministro británico Tony Blair por enriquecerse tras dejar la política. Desde su atalaya moral, Revilla censuró que Blair aprovechara su paso por Downing Street para hacer negocios lucrativos (lo dijo en Twitter en diciembre de 2013, escandalizado por el patrimonio millonario del inglés): «Tony Blair, el otro del trío de las Azores. Multimillonario, 8 casas, 1 palacio y cobra 240.000 euros por charla ¡Recompensa del genocidio de Irak!». Que lo diga alguien que lleva más de 40 años encadenando cargos públicos y platós de televisión es, cuando menos, irónico. En numerosas ocasiones ha tuiteado contra los exmandatarios que se forran dando conferencias tras su retiro. Revilla gusta de presentarse como eterno outsider pese a ser un auténtico profesional del poder (fue presidente de Cantabria cuatro veces, y allí sigue como líder de su partido a sus 82 años). En 2008 llegó a decir que «el político que permanece demasiados años acaba acomodándose» y aquí lo tenemos, casi tres lustros después, aferrado a la política.
Al final, el virtuoso Revilla ha dominado el arte de la contradicción sin pagar peaje por ello. Se permite llamar vendepatrias a otros líderes mientras él mismo cultiva un personaje que vende libros y cuota televisiva; arenga contra la corrupción ajena mientras esquiva la mirada sobre la propia; presume de ciudadano llano mientras acumula influencia y ahorros nada desdeñables. Es adulado en platós y tertulias por la misma espontaneidad que desespera a muchos de sus paisanos (los cántabros le tienen muy bien calado). Su virtud, si alguna, ha sido sobrevivir a sí mismo: a sus frases, a sus incidentes, a sus enemigos y a sus amigos. Miguel Ángel Revilla es ese político del que todos saben qué esperar, pero que igual logra seguir sorprendiendo. Quizá por eso, Cantabria le ha dado el poder reiteradamente y España entera le ha hecho trending topic. El virtuoso Revilla ha convertido su vida en el mejor guion de sí mismo, por lo que siempre seguirá buscando una última ovación.