Buscando luces tras el apagón
Sería importante que los gobiernos de una izquierda supuestamente moderada atendieran a estos avisos

Un taxi circula a oscuras por el apagón del lunes pasado. | Archivo
Tras el gran apagón, todavía reciente, se disparan las hipótesis acerca de las responsabilidades. No se puede ser crítico con eso. Es lógico que así sea. Como hipótesis, pueden plantearse varias: siempre mirando a los descontentos con nuestro país: que si Rusia, por el apoyo español a Ucrania; que si Israel, por la postura de Sánchez, en su denuncia de la masacre de Gaza, aderezada por las idas y venidas de los contratos de armamento con el complejo militar-industrial israelí; que si ninguna de ellos, sino simplemente un defecto de gestión de Red Eléctrica Española, propiciado por la mala combinación de fuentes tradicionales, de suministro más previsible, y renovables, de flujo menos previsible.
Aunque no le guste oírlo, todas remiten, en última instancia, al Gobierno, que es tan responsable de sus decisiones en política exterior, como de monitorear a Red Eléctrica. Lo planteo, sin que eso conlleve, necesariamente, una crítica a cada decisión del Gobierno. Por mi parte, seguramente compartiría algunas, y no otras. Sin embargo, el asunto que planteo es más elemental.
De hecho, ni siquiera se han barajado otras hipótesis, sin duda más sofisticadas, como un ciberataque y/o sabotaje de falsa bandera ucraniano, a sabiendas de que a la mayoría de la gente le faltaría tiempo para atribuirlo a Rusia. ¿Se acuerdan del Nord-Stream II? En cuanto a Israel, suponiendo que esa fuera la pista. Yo casi estaría más preocupado por las magníficas y crecientes relaciones entre Israel y Marruecos, como un telón de fondo añadido a lo ya expuesto. Pero ahí lo dejo.
Entonces, no, no vengo con una respuesta bajo el brazo. Pero sí con otra hipótesis. Para quien quiera tomar nota, de cara al futuro. Y no porque yo lo diga, sino porque lo hacen los propios protagonistas. Vivimos en un mundo en el que, a los políticos políticamente correctos, que son casi todos, les falta tiempo, también, para decir que los que se salen un milímetro del guion son de «ultraderecha». En algunos casos, será cierto; en otros, una patraña. Eso es obvio. Pero voy a dar un giro conceptual.
Porque, mientras se alimenta esa obsesión, por momentos delirante, la extrema izquierda viene planeando, de modo explícito, un ataque similar al que vivimos con el apagón. Su objetivo es maximalista, como casi siempre: herir (si puede ser, de muerte) a eso que llaman «el sistema».
Aunque la extrema izquierda es, en general, sin duda, la ideología que más llama al empleo de la violencia, cosa fácilmente rastreable en los textos de Antonio Negri y Michael Hardt (trabajan juntos) como los libros Imperio (2000) y Multitud (2004); en los de Badiou, siendo el más corto y fácil de leer de ellos Filosofía del presente (2010); y, por supuesto, Zizek, como puede verse a partir de la lectura de Sobre la violencia: seis reflexiones marginales (2007), entre otros textos. Todos los anteriores son marxistas, más o menos vergonzantes. Hay que tener en cuenta que el marxismo está tocado de muerte, en sede académica, de modo que ellos mismos suelen matizar esa etiqueta, prefiriendo autodefinirse como “post-marxistas” o “marxistas casi clásicos”.
Claro que el anarquismo aporta sus propios adalides de la violencia política. Se pueden rastrear leyendo con atención La utopía de las normas (2014) de Graeber, obra en la que llega a calificar a los talibanes de «pacíficos estudiantes de seminario», además de afirmar que «el poder constituyente, será violento, o no será». Dicho lo cual, me interesa que el lector atienda a las fechas de publicación de todos esos textos. Porque, de no haberlo apuntado, podríamos pensar que estamos ante teorías caducas, quizá decimonónicas. Pero no es el caso: son del siglo XXI. Todos… Eso sí, como son de eso que se da en llamar «izquierda», pues no hay que hacer mucho caso. Porque son los «buenos». Tanto, que derivan, todos ellos, la mayoría de forma explícita, en sus páginas, de esa tradición, cuyos principales adalides fueron Walter Benjamin y Herbert Marcuse, en sus respectivos textos… Crítica de la violencia (1921) y La tolerancia represiva (1964) en los cuales dejan meridianamente claro, a pesar de su estilo, algo obtuso y críptico, que hay una violencia mala, criticable, que es la que se corresponde con la fuerza legítima del Estado -según el peligroso intelectual burgués Max Weber -entiéndase la ironía-. Pero también una violencia buena, que es la promovida por la izquierda. En efecto, Benjamin y Marcuse se encargaron de mantener encendida la llama (nunca mejor dicho) entre los clásicos de la izquierda revolucionaria, que sí son del siglo XIX, y siempre partidarios de la violencia, desde Marx a Kropotkin, pasando por la extrema locura de Bakunin, y la época actual. Zizek, Graeber, citan favorablemente a Benjamin, y su famoso elogio del «gran criminal», en sus textos, ya entrado el siglo XXI.
Pues bien, uno de esos intelectuales (colectivo, en este caso, ahora lo explico) del siglo XXI, aboga por desarrollar estrategias como las del apagón que sufrimos hace pocos días, para desestabilizar nuestras sociedades. No para que un Estado lance un órdago a otro, no. Eso es poco. El objetivo es mostrar las costuras del capitalismo y de la democracia liberal que lo sostiene, mal que bien.
Se trata del grupo Tiqqun, también conocido como el «comité invisible». Aunque he ido rastreando sus fuentes directas, así como las indirectas, que contribuyen a su interpretación, ni siquiera está claro si sus componentes son exactamente los mismos, o no. He leído de todo. Entonces, como quiera que se pueden apreciar muchas similitudes en los planteamientos que llevan cualquiera de esas dos firmas, colectivas, los tomaré como unidad.
El primer dato ya es interesante: ningún individuo firma los textos. Puede que sea porque pretenden ser tan rigurosos con los postulados comunistas, que no creen que haya que estimular los derechos de autor. Tiene lógica, porque si alguien quiere leer acerca de la crítica del comunismo de nuestros días a los derechos de autor, podrá hallar tal cosa en el libro de Hardt y Negri, ya citado, Multitud. Pero eso contiene un problema, de coherencia: ellos firman sus libros. Realmente, es gracioso, este tema. Porque, según la lógica comunista, nuestros actores, esos de los Goya, deberían dejar de ingresar dinero por sus derechos de autor, que desaparecerían. Aunque podrían cobrar las horas trabajadas, al mismo precio que el de un peón de la construcción no cualificado. Es lo que se hacía en la Comuna de París, reivindicada por Marx. Así comeríamos todos, en un ambiente de máxima e inflexible, pero sana, igualdad. Los (pocos) comunistas que quedan tienen suerte de que sus (también escasos) votantes, no saben nada 8 bien poco, en el mejor de los casos) del comunismo. Pero volvamos a Tiqqun.
Decía, que una posible explicación de que nadie, en concreto, firme sus textos, es la coherencia con su negativa a aceptar que los llamados derechos de autor sean auténticos derechos. Sin embargo, hay otra: huir de la policía. Porque, en algunos de sus textos, se plantean cosas que, a fuer de poder ser constitutivas de delitos de odio, lo podrían ser, también de incitación concreta, a formas sediciosas de reventar el sistema. SI es así, la cosa se vuelve bastante más prosaica y bastante menos romántica. Vayamos a ello.
Las obras de este colectivo, un tanto ecléctico, dentro del proceloso mundillo de la extrema izquierda, con tics marxistas, no menos vergonzantes que los vistos en otros autores, se acerca más al anarquismo, quizá debido a lo anterior. En textos como La insurrección que viene (2007) apuntan diversas fórmulas para erosionar el sistema; en otros, como Introducción a la guerra civil (2008), se definen enemigos, que somos todos los blooms, es decir, la gente que vive una «vida normal». En efecto, se trata de un concepto de su argot que tiene algo más que un aire de familia con la vieja idea marxista del individuo alienado. Así que el objetivo es «aniquilar» a los blooms. Este grupo tan digno, según ellos, de ser exterminado, está encabezado por los cuerpos policiales, escoltado por, curiosamente (o no tanto, ahora lo explico) los ingenieros informáticos y secundado por millones de personas, que no se estarían enterando de dónde está la verdad, que Tiqqun representaría.
Lo de policías e ingenieros tiene que ver con un anticipo del libro que quería comentar con más detalle: La hipótesis cibernética (2015). En este texto, ya se establece una estrategia para la acción. Aunque intrigante, no deja de ser interesante. La tesis de fondo es que la izquierda revolucionaria se equivoca, pensando que puede dañar al sistema mediante movilizaciones masivas de gente. Porque los Estados ya han aprendido a manejar eso. En cambio, postulan una especie de guerra de guerrillas, planteada, sobre todo, en el ciberespacio. Su «héroe» es Lawrence de Arabia. Pero el desierto actual no lo es de arena y dunas, sino de bytes y nodos. Entonces, en vez de apostar por rebaños de manifestantes, más o menos escépticos con su propia causa, apuestan por docenas, o quizá centenares, de hackers, altamente motivados y conscientes de su papel. Esos guerrilleros virtuales se encontrarán, presumiblemente, con la oposición de policías e ingenieros informáticos, que, cuales Batmans, tratarán de salvar el sistema. La diferencia es que, ahora, el Jóker, Enigma y demás, han pasado a ser los «buenos», mientras Batman y Robin son meros Blooms.
El argumento prosigue: la gente, normalmente, no es especialmente antisistema, en sociedades de, digamos, clase media. Tiqqun lo admite. Ahora bien, si esos hackers logran que los servicios esenciales de un país (o varios países a la vez) dejen de funcionar durante horas (o, idealmente, durante varios días seguidos) eso sí puede erosionar la confianza del ciudadano medio en el sistema. Todo dependería, según su estrategia, de las horas que durara el apagón, así como de su intensidad: si afecta a hospitales, escuelas, transporte aéreo y ferroviario, unido al presumible caos de las carreteras, es más probable que estalle la ira de la gente, que si alguno de esos objetivos de queda a mitad de camino, ya sea en el tiempo (de afectación) o en los espacios (afectados).
En todo caso, como quiera que es probable que solo con hacktivismo no se pueda paralizar un país, los de Tiqqun plantean una combinación de ciberataques y sabotajes clásicos, esto es, físicos, contra las infraestructuras de transportes y comunicaciones más protegidas por esos ingenieros informáticos (aunque podríamos hablar de expertos en ciberseguridad, en general) a los que venimos aludiendo.
Insisto, para ir terminando, en que no pretendo que esto sea lo que haya pasado, comenzando por el hecho de que, quizá, colectivos como Tiqqun, que ya han atentado contra el Ave galo (TGV), en 2008, todavía carezcan de capacidad para llevar a buen puerto el ataque por ellos deseado. Los profesores no somos policías, no hacemos investigación operativa; pero sí investigación académica, que puede aportar luz, en pleno apagón, aunque solo sea para contribuir a la construcción de nuevas hipótesis.
Y sería importante que los gobiernos de una izquierda supuestamente moderada (supuestamente, digo) atendieran a estos avisos. Aunque solo sea porque, a ojos de los estalinistas, esos que en la guerra civil formaban una cuña con el gobierno republicano, un socialdemócrata es un «socialfascista». Así lo dijo Stalin, en 1924, en “Concerning the International Situation”, en Bolshevik, No. 11, September 20, en https://www.marxists.org/reference/archive/stalin/works/1924/09/20.htm En efecto, a ojos de un comunista de la vieja escuela, la socialdemocracia apenas es «el ala moderada del fascismo». Por lo demás, es obvio que Sánchez, que para muchos es un bluff, a ojos de Tiqqun, apenas es un Bloom. Que casi es peor…
Entonces, ni abro ni cierro con poesías. Pero sí con una frase, célebre, de Elena White, prócer de la iglesia cristiana adventista, con la que no comulgo, como tampoco lo hago (no necesariamente) con los poetas que traigo a colación. Ella se refería a «lo que pudo haber sido, puede ser». Pues ese es el mensaje. Aunque todavía no haya sido… la frase sigue…