El bufón independentista y la muerte de Lambán
«Que con 64 años se alegre de la muerte de alguien habla de su inmadurez crónica»

El actor y humorista Toni Albà. | Europa Press
En un país donde el debate político se ha convertido en un circo de insultos y odios atávicos, no sorprende que un payaso profesional como Toni Albà decida saltar al ruedo para celebrar la muerte de un adversario ideológico. Pero lo que sí escandaliza es la impunidad con la que estos personajes operan en las redes sociales, amparados en un supuesto «humor» que no es más que veneno puro. El Gobierno de Aragón, en un acto de decencia institucional, ha llevado ante la Fiscalía al humorista catalán por un tuit en el que se alegraba del fallecimiento de Javier Lambán, el expresidente socialista de la comunidad aragonesa. Un gesto que, lejos de ser una broma, huele a incitación al odio y a injurias graves. Si esto no es el germen de un comportamiento dictatorial y fascista, que venga Dios y lo vea.
Recordemos los hechos, porque en los tiempos de la posverdad conviene anclarse a la realidad. Javier Lambán, un político de raza y convicciones firmes, fallecía el pasado 15 de agosto a los 68 años tras una larga batalla contra el cáncer. Su muerte no sólo dejó un vacío en el PSOE aragonés, sino en toda España, donde se le recordaba como un baluarte contra el separatismo catalán. Apenas unas horas después, Toni Albà, desde su cuenta en X publicó: «No me alegro nunca de la muerte de alguien, pero en el caso de un hijo de la gran Ñ haré una excepción». La «gran Ñ» es, por supuesto, una referencia despectiva a España, esa nación que tanto detesta el independentismo radical al que Albà pertenece. El Gobierno de Aragón, presidido por Jorge Azcón (PP), no ha tardado en reaccionar: acaba de presentar una denuncia ante la Fiscalía Provincial de Zaragoza, argumentando posibles delitos de injurias y legitimación del odio. Según el Ejecutivo autonómico, el comentario no sólo atenta contra la dignidad de Lambán, sino que fomenta el rencor hacia quienes defienden la unidad de España.
¿Quién es este Toni Albà, capaz de pisotear la memoria de un muerto por mera discrepancia ideológica? Antonio Albà Noya, nacido en Vilanova i la Geltrú (Barcelona) en 1961, es un actor, cómico y director teatral que se hizo famoso en los circuitos del humor catalán. Formado en el Institut del Teatre de Barcelona, Albà despuntó con sus imitaciones en programas de TV3 como Polònia y Cracovia, donde parodiaba a figuras como el rey Juan Carlos I, José Mourinho o el Papa. Su estilo, mordaz y caricaturesco, le granjeó popularidad en el ecosistema mediático subvencionado por la Generalitat, donde el independentismo ha convertido la televisión pública en un altavoz de su propaganda.
Y es que Albà no es sólo un cómico, es un militante activo del separatismo. Ha participado en actos proindependentistas, ha apoyado a los partidos nacionalistas cuando se lo han pedido, y se convirtió en el bufón oficial del procés. Su radicalidad nacionalista catalana no es un secreto: en múltiples entrevistas y publicaciones, ha defendido la secesión con un fervor que roza el fanatismo, tildando a España de «opresora» y a sus defensores de «fascistas». Que con 64 años se alegre de la muerte de alguien habla de su inmadurez crónica, pero tampoco se puede esperar otra cosa de quien tiene ese tipo de ideas. En un tipo como este que más que pensar embiste, tampoco nos sorprende qué para insultar a una mujer, en este caso, Inés Arrimadas, se acogiera a lo gratuito y facilón de llamarla «puta».
Pero lo de Albà va más allá de la ideología; es una cuestión de falta absoluta de escrúpulos. Alegrarse de la muerte de alguien sólo porque no comparte tus ideas políticas no es humor, es barbarie. Es el mismo espíritu que anima a los totalitarios a eliminar al disidente, aunque sea simbólicamente, celebrando su desaparición. Si esto no es dictatorial, ¿qué lo es? Imaginen por un momento si un humorista español celebrara la muerte de un líder independentista catalán; las portadas de los medios nacionalistas catalanes y de algún que otro medio «progre» español arderían de la indignación, y lo harían con razón. Pero cuando el odio viene del nacionalismo periférico, parece que hay una doble vara de medir. Albà representa lo peor de esa Cataluña sectaria que convirtió el procés en una religión, y donde disentir es pecado mortal. Su tuit no es un lapsus; es la culminación de una trayectoria marcada por el veneno.