El programa ‘Otra vuelta de Tuerka’, que presentaba el actual vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, contó en cierta ocasión con la presencia como invitado de Antonio Escohotado (el vídeo circula por internet, por entero, y por partes). Sin duda, se esperaba una conversación controvertida —y lo fue—, al enfrentar y confrontar a los dos posicionamientos ideológicos cuya rivalidad está, por así decir, al cabo de la calle, y que podemos resumir en el par enfrentado socialismo/liberalismo (comunismo/fascismo, interpretados como dualidad extrema). La expectación residía en que el autor de ‘Los enemigos del Comercio’ (ya “de vuelta” del comunismo, desengañado tras militar en él) iba a ser entrevistado por el que, se supone, es quizás, el líder de Podemos, uno de los máximos representantes de esos “enemigos del comercio” (un líder que se confesaba, sin más, “comunista”, hasta que dejó de hacerlo, y en una entrevista que concede a Ana Pastor, en víspera electoral, se desmarca del comunismo para alinearse a la socialdemocracia —“como Allende”, dijo literalmente—).
La cuestión es que, en un momento dado de la conversación, Escohotado hace espontáneamente de entrevistador, y súbitamente le hace una atrevida pregunta, envenenada, a “Pablo”, sabiendo que, sin duda, le iba a resultar embarazosa al entrevistador, a saber: “Pero, Pablo, ¿tú ves alguna diferencia seria entre un nazi y un bolchevique?”. Como diciendo, vamos ya a romper el tabú, y vamos a hablar a calzón quitado, sin pelos en la lengua, zafándonos de las cadenas de lo “políticamente correcto”, sabiendo, Escohotado, que eso probablemente iba a hacer tambalear a Iglesias, al poner en cuestión su credo, su “sentido común” progresista, y le obligaría a tener que explicarse sobre lo que, se supone que por evidente para él, no era necesario explicar, y es que el comunismo es mejor que el fascismo. Que Stalin es mejor que Hitler.
En efecto, la respuesta de Iglesias fue muy tentativa, nada terminante, sin ser capaz de enfrentar el gancho de Escohotado que, en sus réplicas, y ante los balbuceos de su oponente, aprovechó para colar todos los tópicos de la llamada “teoría gemelar” que asimila, por ser ambos “socialistas”, al bolchevismo con el nazismo, al Tercer Reich con la Unión Soviética, a Hitler y a Stalin, como las caras de una misma moneda “colectivista” y “totalitaria”. Idea esta, cada vez más arraigada, en distintos ámbitos, tanto académicos como en la “opinión pública”, y que, a la postre, termina por juzgar al bolchevismo como aún más pernicioso que el nazismo, al dejar un rastro de sangre mayor, al ser mayor, se supone, el número de víctimas. Quedan así, una vez igualados políticamente nazismo y bolchevismo (ambos “socialistas”, enemigos, por tanto, de la propiedad, el comercio y las “sociedades abiertas), desenmascarados como sistemas políticos “criminales”, siendo el gulag, como el Holocausto, los determinantes esenciales de ambas ideologías “asesinas”. Gulag y Holocausto son el fin necesario, fatal, del “camino de la servidumbre” que ambas ideologías socialistas (y por serlo) representan. Sólo que, además, ocurre que uno ganó la guerra, mientras que el otro la perdió, y es por eso por lo que el carácter criminal del bolchevismo, incluso siendo aún más letal y pernicioso que el nazismo, se ha visto adornado y encubierto por toda la propaganda que genera una victoria, una colosal victoria, como fue la que puso fin a la “Gran Guerra Patria” en el año 45 (y, encima, sin un “Nüremberg” que pusiese las cosas en su sitio).
Así que Escohotado, desde estos presupuestos “gemelares” (Hitler y Stalin son lo mismo) le dice a Iglesias, como destapando el pastel —como si descubriese su impostura—, “ese socialismo en nombre del que tú hablas, y con el que pretendes enfrentarte al ‘fascismo’, es el hermano gemelo de este. Es, por lo tanto, insostenible condenar uno, sin condenar el otro. Es más, es un fraude progresar políticamente a base de señalar a uno, el fascismo, como enemigo, sin señalar al otro, porque entonces lo estás encubriendo”. Esto es lo que Escohotado, descarnadamente, le presenta a Iglesias (o eso pretende).
Pues bien, si me permite el lector, voy a dirigirme a Escohotado para, bajo la ficción literaria de la “carta abierta”, inmiscuirme en aquella conversación, y responder a esa pregunta que le dirigió a Iglesias acerca de si existe una diferencia “seria” entre bolchevismo y nazismo.
Y dice así…
Estimado Señor Escohotado:
Sí, existe una diferencia seria. Mientras que el bolchevismo, en su acción de transformación política, sitúa a los sujetos siempre en la antropología (quien se opone al bolchevismo es un “traidor”, que es categoría antropológica), el nazismo los saca de ahí para situarlos, desde su biologicismo racial, en el ámbito zoológico (la resistencia a la implantación del nazismo viene de subhumanos, de ‘untermensch’), y esto es una diferencia absoluta, abismal. Ocurre así que, mientras que las ideas comunistas, por ejemplo, en España (o en cualquier país no ario) podrán prosperar al tener como mecanismo de acción ideológica la crítica racional, acertada o no, a la economía política capitalista (y que se traduce en la práctica de una “lucha de clases”), las ideas del nazismo, sin embargo, actuando en España, significarían para empezar, y por principio (como “lucha de razas”), la aniquilación de media población, si no más (de hecho se elaboró en España, durante la Segunda Guerra Mundial, un censo de judíos a instancias de Alemania, que jamás se tradujo en ninguna consecuencia práctica —al contrario, como es sabido, diversos diplomáticos españoles, Sanz Briz, etc, tejieron una red de protección de judíos, en el Este, contra la “solución final”—).
El concepto de “clase” marxista es una noción funcional, expuesta a transformación lógica, en el límite a la desaparición (el comunismo significa precisamente la “abolición de las clases”, no la consagración de ninguna de ellas), de tal modo que “cualquiera”, da igual la condición de la que arranque, puede participar de la sociedad socialista. El concepto nazi de raza, sin embargo, no admite transformación de ningún tipo, salvo la de la extinción de unas ante el supremacismo de otras.
El comunismo es, por tanto, una doctrina universalista, la plataforma de referencia son todos los hombres (los involucra a todos, da igual su condición nacional, racial, sexual), sin embargo, la doctrina política nazi es particularista (la plataforma política desde la que se habla es la de la humanidad ‘übermensch’, del superhombre). Y, claro, las resistencias siempre van a ser mayores ante el expansionismo de una doctrina universalista (por el mayor alcance de esta), que para una particularista, y es por eso por lo que el número de víctimas también puede llegar a ser mayor (el comunismo se ha extendido por los cinco continentes, impensable para el nazismo). Porque los planes políticos comunistas pueden ser asumibles por cualquier sociedad (con razón o sin ella), mientras que el nazismo sólo puede ser asumible por las sociedades de raza aria. La diferencia es abismal. No hay nada en la acción de Stalin, y del sovietismo en general, que no pueda homologarse con la acción de otros mandatarios históricos (Alejandro, César, Napoleón). Sin embargo, la acción de Hitler no tiene parangón. Stalin y Hitler no son lo mismo, en absoluto.
Cuando San Agustín responde a los maniqueos, la crítica que les dirige es que estos sitúan el problema del mal en la “naturaleza” (como Hitler situaba el mal en la “raza”), y el mal, les replica San Agustín, “no es naturaleza, es pecado”. Es decir, el mal se elige, implica el libre arbitrio actuando. Para el bolchevismo el mal es “la traición”, esto es, también está en el pecado, no en la naturaleza. El bolchevismo da la opción de escoger el bien, en el nazismo no hay opción (los condenados en el gulag no sabían en muchos casos por qué estaba allí; los condenados en Auschwitz sí lo sabían).
En fin, estimado Don Antonio, espero que esta respuesta a la pregunta que usted le dirigía a Iglesias sea de su interés,
Un cordial saludo,
Pedro Insua.