Expedición Balmis: cuando España era quien vacunaba al mundo
La historia de España está repleta de episodios fascinantes, muchos de ellos de alcance global, que por unas u otras razones siempre han sido destinados a la marginalidad. Encontramos cada cierto tiempo un puñado de hazañas que tal o cual columnista trae a colación y de las que no se vuelve a saber, bien por ausencia de bibliografía o por falta de interés general, un interés general que se ve reflotado en alguna ocasión, cuando toca cambiar el callejero.
Ejemplo de lo expuesto es el caso de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1806) mediante la cual España, encarnada en una pequeña camarilla de hombres avalados por Carlos IV, llevó la vacuna contra la viruela a diferentes rincones de América y Asia.
Dicha vacuna había sido descubierta por un médico inglés llamado Edward Jenner, que se percató de que las mujeres que ordeñaban vacas habían desarrollado unas pústulas provocadas por una versión más benigna de la viruela, lo que les hacía generar inmunidad a la viruela en humanos, que ya había matado a millones de personas en el mundo.
La vacuna llega a España a principios del siglo XIX y poco después comienza a distribuirse entre la población. El método era similar al de las lecheras de Jenner y contó con el apoyo del médico personal de Carlos IV, Francisco Javier Balmis, que defendió el uso de esta versión benigna del virus para acabar con la más mortal.
Poco después, tras la llegada de la vacuna a España y por iniciativa de Balmis, se organizó una expedición cuyo objetivo era inmunizar los territorios del Imperio y otros rincones del mundo. Para ello, se reclutó a un grupo de niños a los que se les inocularía el virus debilitado, que viajaría vivo en ellos para evitar su deterioro. Este grupo, compuesto por 22 menores en total y que partió de La Coruña el 30 de noviembre de 1803, fue tutelado por Isabel Zendal, considerada la primera enfermera de la historia en misión internacional y a la que muchos conocerán por el hospital homónimo construido en Madrid.
La campaña de vacunación ya contaba con un conato anterior —también español— que nació por obra del sacerdote gaditano José Celestino Mutis, que presumiblemente, al igual que Araceli, daría gracias a Dios tras probar la efectividad de la vacuna (desconozco si también provocó el griterío histérico de sus contemporáneos).
La segunda incursión, ya definitiva, contó con un elenco de expertos que garantizó el triunfo de la expedición —quizá este éxito se deba al hecho de que estos expertos sí existían— y logró vacunar a cientos de miles de personas que recibieron con júbilo a los españoles allí donde acudieron: La Habana, Venezuela, México, Perú, Chile, Filipinas o China entre muchos otros. Un éxito sin precedentes si además se tiene en cuenta que la población de España a principios del siglo XIX apenas superaba las diez millones de personas. No en vano, la iniciativa de Balmis está considerada la primera expedición sanitaria de la historia.
Poco queda de aquella hazaña más allá de la etiqueta con la que se bautizó el operativo militar durante la pandemia coronavírica o el nombre utilizado para inaugurar el hospital levantado recientemente en Madrid. Si lo que buscaba Balmis era la perennidad en los textos, la visibilidad en las películas de Hollywood o las loas en la Historia, en lugar de nacer en Alicante, tendría que haber sido alumbrado en Minnesota.