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Sí, el asalto al Capitolio sí tiene un precedente histórico

Los disturbios ocurridos el pasado miércoles en Washington no representan la primera vez que el Capitolio de Estados Unidos ha sido tomado

Sí, el asalto al Capitolio sí tiene un precedente histórico

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Un acontecimiento «sin precedentes». Ha sido este un comentario muy repetido en los últimos días para referirse al asalto que unos pocos cientos de seguidores del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, protagonizaron el miércoles 6 de enero al edificio del Congreso en Washington.

Se trata sin duda de unas palabras dirigidas a subrayar la excepcionalidad de lo ocurrido la pasada semana en la capital de Estados Unidos, algo que está fuera de toda duda. No todos los días la policía del Capitolio se ve desbordada por una multitud y cientos de personas entran al Senado y a la Cámara de Representantes de la por muchos considerada gran democracia del mundo.

Dejando a un lado el adanismo de los estadounidenses —cualquiera diría que se consideran la única y verdadera democracia del planeta—, lo cierto es que el asalto al Capitolio que vimos el otro día sí tiene un precedente histórico.

La Guerra de 1812

Hablamos de lo ocurrido durante la llamada Guerra Anglo-Estadounidense de 1812, que, como su propio nombre indica, enfrentó a las dos potencias anglosajonas desde ese año hasta el 1815.

El casus belli de este conflicto fue el reclutamiento forzoso de marineros mercantes estadounidenses para servir en la Marina Real Británica, una cuestión que llevaba separando a ambas naciones desde tiempos de la Guerra de Independencia Estadounidense. A la altura de 1812, los británicos pretendían en concreto repoblar las tripulaciones de sus buques en el contexto de las guerras napoleónicas.

A esto se sumaba el hecho de que los británicos habían apoyado con armas a los nativos americanos, lo que dificultaba la expansión estadounidense hacia el oeste.

Se inició así un conflicto no demasiado importante que la historiografía británica considera como un escenario menor en el contexto de las guerras napoleónicas. Para los estadounidenses, por contraste, este enfrentamiento constituye una suerte de segunda guerra de la independencia. Sin embargo, el único cambio sustancial no afectó a Gran Bretaña ni a Estados Unidos, sino a España que combatió del lado inglés y que acabó perdiendo la Florida occidental.

La quema de Washington

Esta guerra a la que apenas cabe hacer referencia en una nota al pie en el gran libro de la Historia incluyó, sin embargo, un episodio de gran simbolismo.

En agosto de 1814, los británicos habían iniciado una campaña naval de hostigamiento a lo largo de la bahía de Chesapeake. Finalmente, el día 24, llegaron a Washington en la que hasta la fecha sigue siendo la única vez que una potencia extranjera ha tomado la capital de Estados Unidos.

Sin duda con el recuerdo no demasiado lejano de la rebelión que aquellas levantiscas trece colonias habían protagonizado apenas cuarenta años atrás, los británicos irrumpieron en Washington y fueron directos a sus dos edificios más representantivos.

En primer lugar, se dirigieron al Capitolio y le prendieron fuego. El incendio provocó graves daños en la por entonces sede del Senado, de la Cámara de Representantes y del Tribunal Supremo, además de en la Librería del Congreso.

Así quedó el Capitolio tras el ataque británico de 1814. Acuarela de George Munger.

Terminada la faena, las tropas del general Robert Ross, que comandaba a los británicos, cruzaron la avenida Pensilvania en dirección a la Casa Blanca, por aquel entonces llamada la Mansión Presidencial. El presidente James Madison había sido evacuado unas horas antes y llevado a un pueblecito del condado de Montgomery, en Maryland.

Paul Jennings, el esclavo (sí, esclavo) personal de Madison, contó en sus memorias años después que el famoso retrato de George Washington que todavía hoy decora la Sala Este de la Casa Blanca fue salvado de los británicos por el portero y el jardinero del edificio.

‘La Casa del Presidente’. Acuarela de George Munger tras el ataque a Washington en 1814.

Lo que salvó a los americanos fue la formación de una poderosa tormenta, acompañada de un tornado, que apagó los incendios propagados por la ciudad y, en particular, en los dos emblemáticos edificios gubernamentales. Los propios británicos no pudieron disfrutar demasiado de su correría por la capital enemiga, ya que tuvieron que regresar a sus naves para hacer las reparaciones necesarias por los destrozos del tornado.

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