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El general Prim, el Kennedy español

El general Prim, el Kennedy español

Divulgando que es Historia

Hablábamos en un artículo anterior sobre los magnicidios de Dato, Cánovas y Canalejas. Pero el que tuvo morbo y conspiración de la buena, fue el del general Prim, ¡que ríete de la Comisión Warren, la bala trazadora y los dos francotiradores conspirativos del caso Kennedy! Este asesinato, que aún hoy está por resolver realmente, pese al gran trabajo con la autopsia que hiciera el criminólogo Francisco Pérez Abellán, suscita las mismas dudas que el del presidente americano: el cometido contra el general don Juan Prim y Prats, presidente del Consejo de Ministros de España.

Ríos de tinta se han escrito intentando dar alguna luz a este asunto… o no. Aquí también se formó, siglo y medio después eso sí, una Comisión de investigación: la llamada «Comisión Prim», realizando un brillante estudio criminológico-forense y que ha arrojado datos espectaculares y sorprendentes. Tanto que, a lo mejor, justifican el hecho de que el sumario que está bajo la guardia y tutela de los Juzgados de Madrid, esté mutilado, expurgado, con hojas arrancadas, libros desaparecidos, etc.. Hecho que se produjo no hace tanto tiempo, allá por los años sesenta, cuando un ilustre abogado, Pedrol Rius, publicó un trabajo en el que se ponía de manifiesto que el asunto todavía podía tener repercusiones históricas y políticas. Desde luego, si no es una prueba sí es un indicio racional, como dicen los juristas, de que algo hay que ocultar.

Sabida es la historia, entreverada con pinceladas de leyenda, del hecho material del asesinato en la otrora llamada calle del Turco (hoy calle del Marqués de Cubas) de Madrid, en aquellas nevadas navidades de 1870.

Pero a partir de ahí comienzan las especulaciones. Recuerdo un libro del malogrado Néstor Luján, gran escritor y mejor gastrónomo, que novelaba otro asesinato célebre en la Historia de España y en la de Madrid: el del Conde de Villamediana que, como el de Prim, tampoco fue aclarado, y elucubraba con hasta siete móviles y autores intelectuales del crimen. Posiblemente aquí no haya tantas posibilidades.

La llamada Comisión Prim arrojó nuevos datos al asunto, al menos en cuanto a las circunstancias de la muerte del General. La propia Comisión afirmó que sus investigaciones y resultados complementan los realizados por los historiadores anteriores, y son compatibles con ellos. Yo diría que los resultados que ofrecen pueden obligar a replantearse, muy seriamente, la historia que hasta ahora se venía dando por buena.

Por ejemplo: la historia tradicional afirma que en el momento de la muerte, el general Serrano estaba junto al lecho del moribundo. Pero, si éste fue estrangulado… Seguimos, ¿y si no expiró en el lecho? Se afirma ahora que el General pudo morir casi de forma inmediata debido a la hemorragia producida por las heridas o, al menos, de una de ellas. Entonces, ¿qué hacemos con toda la historia tradicional que cuenta que llegó por su propio pie a su casa, que incluso le llega a decir a su esposa «¡No me toques que vengo herido»? Que recibe la visita de un primer médico, Vicente, que le cura las heridas del hombro; después de Losada, médico militar, que le extrae siete balas y le amputa el índice de la mano derecha. Y, tres días después del atentado, mientras se seguían sucediendo partes optimistas sobre la salud del herido, de Melchor Sánchez de Coca, cirujano civil, el de mayor prestigio de Madrid y que dicen que exclamó «me han traído Vds. a ver un cadáver» ante la extrema gravedad del General.

Y aún mas, ¿qué hacemos entonces con todas aquellas conversaciones que en su lecho de herido mantuvo con Serrano, con el almirante Topete (al que le encarga vaya a recibir al nuevo monarca Amadeo de Saboya), o con varios ministros? ¿Qué hacemos con la declaración de Juan Moreno Benítez, amigo íntimo de Prim y que veló a la vera de su lecho, cuando afirmaba que le había confesado haber reconocido la voz de Paul y Angulo (el que fuera considerado asesino material) en las órdenes de «¡fuego!» contra él? Y así podríamos seguir, incluso con conexiones masónicas (Prim era grado, 18 ó 33 según autores, de la Logia), dado además los diversos objetos encontrados en su ataúd, así como los signos que lo decoran.

Y en cuanto a la autoría, no ya material, que está suficientemente investigada, sino a la intelectual, las conclusiones de la Comisión abren nuevas interrogantes: si el General murió de forma casi inmediata por la hemorragia, o fue estrangulado, como indican las cicatrices o señales halladas en su cuerpo y que, sin ninguna duda forense, al parecer son ante mortem, ¿por qué durante tres días se van sucediendo partes optimistas del estado de salud del herido (supongo que no dirían aquello de «firmado: el equipo médico habitual» como ocurriera en otra conocida ocasión)? ¿Por qué se informa a Las Cortes de forma también sucesiva, de su estado de salud hasta la confirmación de su muerte? ¿A quién beneficiaba ese estado de incertidumbre? Los historiadores tradicionales achacan la autoría intelectual del asesinato a tres grandes facciones o grupos: a los republicanos, a los montpensieristas, y a los unionistas del general Serrano. Si bien los mejor posicionados son estos dos últimos. Y la Comisión así lo cree también junto, como digo, a los historiadores tradicionales.

Aunque de las diligencias que constan en el sumario parece que el resultado puede decantarse a favor de Serrano, pues es probada la participación de José María Pastor, jefe de su escolta y que, según el testimonio de un sereno (recogido nada menos que por Pi y Margall) los asesinos se refugiaron en el palacio del general bonito (como se motejaba a Serrano), no cabe duda que la vía montpensierista no fue ajena a los acontecimientos. Por el mucho dinero que se puso a disposición de la organización del asesinato, primero, y por el mucho dinero que se utilizó después para el mantenimiento de gentes afines en el exilio, como el propio José Paul y Angulo. Así como para la compra o silenciamiento de testigos. Se sabe que la política hace extraños compañeros de cama, ¿fue posible entonces una unión contra el enemigo común de montpensieristas y de unionistas del general Serrano? Al final, la romántica boda de Alfonso XII con María de las Mercedes, hija de Montpensier, en 1878,  impuso el sobreseimiento del sumario. El suegro del Rey no podía estar implicado. Pero la historia, al parecer, no ha acabado. ¡No me digan que esta historia no es mucho más interesante y novelesca que lo de Dallas y Kennedy!

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