La frase más enigmática que Jesús pronunció desde la cruz
Conocer las costumbres del pueblo judío cambia por completo el sentido de una de las últimas palabras que Cristo dijo antes de morir
Conocer las costumbres del pueblo judío cambia por completo el sentido de una de las últimas palabras que Cristo dijo antes de morir
Los Evangelios son muy sobrios a la hora de describir la Pasión de Cristo, el primer Viernes Santo de la historia. A pesar de su trascendencia, los sufrimientos de Jesús quedan recogidos en apenas unos pocos párrafos. De ahí que lo que sí nos ha llegado negro sobre blanco cobre particular relevancia.
Entre esos cortos relatos que han quedado por escrito están las llamadas Siete Palabras, las siete veces que Jesucristo habló durante las aproximadamente tres horas que estuvo clavado en la cruz. Una de esas frases es recogida por los evangelistas Mateo y Marcos: «Y a la hora nona [es decir, las tres de la tarde] exclamó Jesús con fuerte voz: ‘Eloí, Eloí, ¿lemá sabacthaní?’ —que significa ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’» (Mc 15, 34).
A primera vista, estas palabras de Jesús pueden dar pie a pensar que el Mesías, en medio de sus padecimientos, se deja llevar por la desesperanza. Sin embargo, el conocimiento del contexto histórico de la época permite interpretar sus palabras en un sentido muy distinto.
La oración de los judíos
Esa frase que pronuncia Cristo clavado en el madero es el arranque del salmo 22. Los judíos de aquel tiempo acostumbraban a echar mano de estas oraciones poéticas para dirigirse a Dios (de hecho casi todo lo que rezaban giraba en torno a los salmos), y Jesús no era una excepción.
El pueblo de Israel guardaba con celo esas oraciones y muchos se sabían de memoria los 150 salmos de la Biblia. La clave del asunto estriba en que, precisamente porque los conocían al pie de la letra, únicamente decían en voz alta la primera frase de texto, en la cual condesaban todo el sentido del salmo en cuestión.
Por tanto, para comprender lo que Jesús quiso expresar con ese «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», hay que leer entero el salmo 22.
Del abatimiento a la esperanza
En efecto, al principio del texto, se ven signos de desaliento. El salmista se dirige a Dios diciéndole «lejos estás de mi salvación, de mis palabras suplicantes» y que Yahvé no le escucha a pesar de que el orante le invoca «día y noche».
Sin embargo, a medida que el salmo avanza se empiezan a leer palabras de esperanza: «Pero Tú eres el Santo […]. En Ti pusieron su esperanza nuestros padres; esperaron y los liberaste. A Ti gritaron y fueron salvos, en Ti confiaron y no quedaron avergonzados».
El texto se vuelve entonces descriptivo y se comienzan a detallar los padecimientos del salmista, unos sufrimientos proféticos que aluden directamente a la Pasión de Cristo («han taladrado mis manos y mis pies», «se reparten mis ropas y echan a suertes mi túnica»).
A pesar de ello, el salmista vuelve a dirigirse a Dios con esperanza. Le llama «Fuerza mía» y proclama que alabará su nombre. El orante exhorta al pueblo a «glorificar» a Dios porque Él «no desprecia ni desdeña la miseria del mísero, ni le oculta el rostro; cuando a Él clama, le escucha».
Así pues, la misteriosa frase de Jesús desde la cruz esconde mucho más de lo que aparenta. Su significado apunta a que, en medio de su dolor, Cristo sigue confiando en su Padre.