Piratas españoles: Los Primeros y los Últimos
Arribaron a La Coruña donde, con papeles falsos, vendieron las mercancías obtenidas de su rapiña poniendo rumbo a Cádiz para disfrutar de un dorado retiro
Divulgando que es historia
Estaba yo el otro día escuchando discos viejos, de aquellos de vinilo, y la voz de Serrat comenzó a desgranar una canción titulada Una de piratas. Y se me vinieron a la mente los John Silver y su botella de ron, los Flint (inmortalizado en el cine de «celuloide rancio» en blanco y negro por el inmortal Charles Laughton), los Barbanegra y demás patulea de parche en el ojo y pata de palo. Y me dije, ¿y españoles? ¿Es que no hemos tenido piratas en España? ¿Todos han de ser ingleses, franceses o berberiscos? Pues no. España también tuvo sus piratas, y de los «buenos».
Ya los vascos, pueblo marinero donde los haya, asolaron el Mediterráneo con sus correrías piratas desde el Siglo XIV. Así se tiene numerosas constancias orales de un pirata del que se desconoce su identidad pero sí su apodo: «Campanario» (y va sin segundas por donde algunos de ustedes puedan pergeñar).
A finales del mismo Siglo XIV, Pedro de Larraondo y su compinche Juan Pérez de Casa, hicieron del Mediterráneo su campo de correrías piratas primero, y corsarias después. Lo que ya les daría una mayor carta de presentación y respetabilidad dónde va a parar. Y de la respetabilidad al martirio, pues según algunas crónicas, el de Larraondo fue apresado por la armada del Sultán, quien le ofreció el perdón a cambio de su conversión al Islam. El recio vasco se negó y fue decapitado. De pecador a mártir en un suspiro.
De muchos otros piratas vascos se tiene constancia: Antón de Garay, Fortunato de Zarauz, Pero Pallá, Sancho de Buitrón, Francisco de Illareta, Pedro de Mondragón, Miguel de Iturain, sólo por nombrar «unos pocos».
Pero, ¿qué sería una historia de piratas sin dos de sus requisitos esenciales: el Mar Caribe y el ron? Pues bien, tenemos el dudoso honor de ser el país patrio del primer pirata del Caribe, al menos documentado. Y éste no es otro que Bernardino de Talavera, que había llegado a aquellas latitudes, como tantos otros, huyendo del hambre y la miseria, en el segundo viaje del Almirante Colón, participando en la batalla de Jáquimo contra los indios caribes. El bueno de Bernardino se hizo terrateniente en La Isabela, primera ciudad creada por Colón en el Nuevo Mundo (y que acabaría sus días en detrimento de Santo Domingo, capital hoy de la República Dominicana), dedicándose a las plantaciones de caña de azúcar. Pero dado el carácter del de Talavera, despreocupado y vividor, de sus actividades hortofrutícolas solo obtuvo dos resultados: deudas y acreedores, así como una irreverente afición a un potente licor que devino famoso: el ron.
Acuciado por sus acreedores, y junto a otros 70 colonos, se apoderó de un barco y se dedicó a la piratería, sin que estén muy documentadas sus correrías. Sí se sabe que atacó a naves genovesas, aliadas de España, por lo que se dictó orden de captura y muerte contra él.
Fue tan pirata (perdón por la expresión), que no dudó en sacar provecho vendiendo provisiones a los españoles cercados en el Fuerte de San Sebastián al mando de Alonso de Ojeda (quien tenía como segundo a un extremeño que pasaría pronto a la Historia: un tal Francisco Pizarro). Incluso, permitió que éste, herido, subiera a bordo pensando en pedir un suculento rescate. Pero las tempestades obligaron a los piratas a poner al mando al de Ojeda, quien tras un viaje heroico, logró llegar a Jamaica (con un fugaz paso por Cuba), donde apresaron a Bernardino quien, en 1511, y pese a la defensa del propio Ojeda, fue ahorcado en La Española.
Y si España es la patria del primer bucanero del Caribe, también lo fue del que fuera llamado «último pirata del Atlántico». Así que, principio y fin de la piratería, del uno al otro confín. Se trata de Benito de Soto Aboal, quien con solo veinte años, estando enrolado en el bergantín El Defensor de Pedro, se amotina, abandona a su capitán en tierras africanas, y cambiando el nombre del barco por el de Burla Negra, se dedica a la piratería. Todos sus abordajes (a las fragatas inglesas Morning Star y Sumbur; a la norteamericana Topacio; al bergantín inglés New Prospect; al lusitano Cessnock, etc. etc. etc.), fueron crueles y sanguinarios.
Arribaron a La Coruña donde, con papeles falsos, vendieron las mercancías obtenidas de su rapiña poniendo rumbo a Cádiz para disfrutar de un dorado retiro.
Pero por un error de cálculo embarrancaron en Tarifa, donde fueron reconocidos por algunos supervivientes de sus fechorías. En Cádiz fueron ejecutados diez miembros de su tripulación, mientras que el capitán Soto consiguió huir a Gibraltar. Pero los ingleses, que habían sido víctimas de sus sangrientos ataques y abordajes, lo juzgaron por setenta y cinco asesinatos comprobados, ahorcándolo el 25 de enero de 1830. Como quien dice, antes de ayer. Tenía tan solo 25 años. Hay quien dice que la famosa Canción del Pirata, de Espronceda, que fue publicada por primera vez en 1840, se inspiró en la vida y muerte de Benito de Soto. ¿Quién sabe? Pero si no es cierto, indudablemente è ben trovato.