Vetusta Morla pone música a la angustia y a la ternura de la maternidad
El grupo compone la banda sonora del thriller de Manuel Martín Cuenca ‘La hija’, sobre las aristas de la gestación subrogada
El director Manuel Martín Cuenca cuenta en su trayectoria con dos películas que constan de banda sonora, pero no de música, La mitad de Óscar (2011) y Caníbal (2013). Los sonidos propios del contexto en el que se desarrollaba la acción de ambas películas eran los que amplificaban sus atmósferas. Para el thriller que estrena este viernes, La hija, quería volver a repetir con ese envoltorio orgánico, pero incorporarle esta vez melodía, así que encomendó misión y ruidos al grupo madrileño Vetusta Morla.
En el relato de esta trama desasosegante suenan motores, cucharas, pasos sobre las hojas de otoño y la nieve crujiente, llaves, gotas de lluvia sobre el capó, intermitentes y neveras.
«La idea era que la música surgiera de dentro. Así que utilizamos sonidos de ambiente de la película, los manipulamos electrónicamente y construimos instrumentos virtuales, de tal forma que al tener un parentesco tímbrico con lo que está sucediendo en la secuencia, el espectador no sabe cuándo ha empezado o terminado la música», explicaba el compositor, guitarrista y teclista de la banda de indie-rock, Juan Manuel Latorre, en el pasado Festival de San Sebastián.
«Utilizamos sonidos de ambiente de la película, los manipulamos electrónicamente y construimos instrumentos virtuales, para tener un parentesco tímbrico con lo que está sucediendo en la secuencia»
Para los responsables de Cable a tierra, el trabajo realizado por Hildur Guðnadóttir para la serie Chernóbil, reconocido tanto con el Emmy como con el Grammy a la mejor banda sonora en 2019, ha sido una influencia en la decisión de que la música surgiera de la acción y del paisaje. Si en la serie de HBO, la compositora islandesa incluyó los sonidos de una puerta en la central nuclear que crea unos ritmos singulares al abrirse y cerrarse, en La hija, Latorre grabó el sonido de unas cucharas utilizadas en una secuencia donde se come una sopa que acabaron siendo un ritmo. «También el sonido de pajaritos y del agua del arroyo. Son recursos que en el folk y en la música tradicional también se emplean».
Violencia de invierno
La hija es una película opresiva e incómoda sobre la adopción, el embarazo adolescente y la zozobra de los chavales ingresados en centros de menores. Sus protagonistas son un matrimonio que no puede tener hijos y una chica tutelada de 15 años que espera uno y se compromete a entregárselo en adopción.
Hay un cuarto personaje que es el espacio donde se encierran a la espera del parto, una finca aislada en un paisaje natural y montañoso de Jaén. El color de las estaciones acompaña el crescendo de resquemor y violencia entre el trío, que arranca en una primavera que en su estallido cromático augura buenos presagios y finaliza en un invierno ominoso.
«Mi concepción del cine es rodar interiores y exteriores en el mismo lugar, buscar la espiritualidad que te brinda la localización, rendir tributo a esa naturaleza que además te devuelve lo que estás buscando en forma de belleza y de fuerza. Es un compromiso no solo con los actores, sino con el territorio en el que ruedas», expone Martín Cuenca.
Para explorar el dolor de una pareja marcada por la infertilidad, el realizador almeriense conoció de primera mano la frustración de no poder ser padre y madre, la amargura de los abortos en los procesos de fertilidad, el sentimiento mamífero ligado a la maternidad. También visitó centros de menores con los intérpretes, donde conoció a educadores y adolescentes.
«A menudo, se valora que se vean los hilos de las marionetas. Parece que cuanto más se ve que actúan mejores actores son, y es todo lo contrario»
«No me interesa tanto la técnica como la persona capaz de encarnar. Somos un país latino, al que le gusta la estridencia, así que, a menudo, se valora que se vean los hilos de las marionetas. Parece que cuanto más se ve que actúan mejores actores son, y es todo lo contrario», opina el director.
La actriz japonesa
A este respecto, Martín Cuenca destaca el trabajo de la joven actriz revelación en la película, Irene Virgüez, a la que apoda su actriz japonesa. En este thriller visceral la arropan los veteranos Javier Gutiérrez y Patricia López Arnaiz. «Tiene una fuerza tremenda, pero al mismo tiempo, es muy sutil. Su tendencia natural es a vivir su papel, no a actuarlo».
El debate ético que plantea la película se extiende a la condescendencia imperante en nuestros días en el trato con los jóvenes. La hija subraya ese paternalismo que se resignificó durante la desescalada tras el confinamiento, con la criminalización generalizada del colectivo por conductas minoritarias. El director denuncia cómo la juventud se ha convertido en los chivos expiatorios de la pandemia.
«La gente joven nunca ha estado más sobreprotegida y al mismo tiempo, más sola. Echo de menos la desobediencia»
«Me parece de vergüenza. Se les ha echado la culpa en campañas institucionales donde había anuncios tales como Un cubata más y tu hermana muerta. Si yo fuera un chaval de 20 años estaría muy enfadado con ese tratamiento. La gente joven nunca ha estado más sobreprotegida y al mismo tiempo, más sola. Echo de menos la desobediencia, gente joven que diga dejadme en paz y a tomar por saco todo».
El paternalismo de la pareja protagonista se torna exasperante en el tramo final de su filme. Escondidos de miradas ajenas, incomunicados y cada vez más paranoicos, los tres personajes parecen abocados a la tragedia. «En La hija hay un elemento telúrico y ancestral. Estos tres seres están solos en una casa de una sierra, pero podría ser una cueva de hace 2.000 años donde lo que se juega es la reproducción y la vida».