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Cultura

Arcadi Espada: «Los periódicos se han convertido en el depositario de la estupidez colectiva»

El periodista catalán conversa con THE OBJECTIVE sobre la mansedumbre del español, los topónimos traducidos o la importancia de los medios en democracia

Alerta Arcadi Espada (Barcelona, 1957) de que la principal amenaza a la democracia moderna viene del debilitamiento del periodismo y lamenta que, «salvadas las contadas excepciones que se consideren oportunas, el negocio de la información ha dejado de existir para convertirse en el negocio de la opinión».

Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha ejercido «la profesión que más se parece al boxeo» (García Márquez) desde hace más de cuatro décadas en periódicos como La Vanguardia, Diario de Barcelona, El País o, en los últimos años, El Mundo. Fundador de un medio efímero –el digital Factual– y de Ciudadanos, ensayista premiado, concede esta entrevista a THE OBJECTIVE aprovechando el lanzamiento de su última recopilación de artículos, La verdad (Península, 2021).

Aquí tienen, pues, una nueva entrega de «Náufragos ilustrados».

P: Señor Espada, ¿cuántas veces le han querido tirar al pilón?

R: No tengo ni idea. ¿Me han querido tirar alguna vez al pilón?

Al menos, metafóricamente.

No tengo esa sensación. Discuto con la gente, la gente discute conmigo, pero tanto como tirarme al pilón… (risas) Me parece un exceso. Tendrías que preguntar a esa gente. No tengo la menor idea.

¿Decir «no» es cada vez más caro?

No. Yo creo que cada vez es más fácil porque las sociedades, aunque no nos lo parezca, y, especialmente, no nos lo parece a los periodistas, son cada vez mejores, justas y tolerantes.

¿Los borregos no están venciendo al individuo?

Los borregos tienen su papel en la vida. Sirvieron, por ejemplo, para un cuadro magnífico de Pellizza da Volpedo, que me gusta mucho. Más allá de eso, los borregos han existido a lo largo de la historia y han cumplido su papel. La pulsión gregaria en el individuo es muy poderosa. Tanto como la pulsión, y ahí está la competencia, individualista o la pulsión por el descubrimiento, por salirse del marco. Conviven en la especie humana. Pero no creo que haya más borregos ahora que antes.

Foto: Carola Melguizo | The Objective.

No hay más, pero son más visibles gracias a las redes.

Eso ha sido un estupendo descubrimiento que trabaja en beneficio de que la gente esa sea decente. Eso es así. Claro, al verse en el espejo tan feos, tan mentirosos, tan desagradables, es probable que se produzca una mejora del individuo. Esto es como los chistes: antes, no se sabía quién hacía los chistes; ahora se sabe perfectamente quién es el primero en hacer un chiste. Porque todos los chistes se hacen en Twitter, que para eso sirve. Entonces, es fascinante. Antes veías las conversaciones en el bar, y no tenías la menor idea de lo que pasaba en ese bar donde estabas tú. Sospechabas que en las conversaciones de los bares corrían muchas insidias contra ti y que te ponían verde. Ahora sabes perfectamente que te ponen verde. Lo sabes con todos los detalles. Hay mucho ruido, eso sí que ha aumentado, el ruido ambiente, que se multiplica, pero tener a todos los psicópatas ahí, perfectamente controlados e identificados, es un gran beneficio para la humanidad, sí.

¿España es un país manso?

En todo caso, es mucho menos fiero que la historia que se cuenta de sí mismo. Es una de las leyendas más bonitas que puede contarse de una comunidad: que es una comunidad de hombres fieros y orgullosos. En realidad, más bien, yo creo que los españoles pecan de sumisión.

¿Por qué, no ya en Barcelona o en Vich, sino en Madrid o Sevilla, puede resultar, cuando menos, provocador referirse al líder autonómico catalán como «presidente de la Generalidad»?

Yo creo que eso es tan provocador como llamar «Londres» a «London». Es exactamente igual. Es más, tengo una teoría escrita sobre eso, que no es una teoría muy original, pero como toda la razón y la verdad se convierten en originales en determinados momentos, puede ser así. Solamente lo que cuenta y lo importante se traduce. Evidentemente, nosotros no traducimos los topónimos que no nos interesan. «Newcastle» no lo traducimos. Traducimos «London». ¿Por qué? Porque pesa mucho. Y por eso lo hacemos nuestro. Pues con la Generalidad, lo mismo. Todos esos y esas, sobre todo, que en las televisiones públicas españolas se empeñan en decir «Generalitat» o cosas de esas, en fin, con un acento francamente mejorable, tienen a mano utilizar la manera propia del castellano porque, además, es más respetuosa con la institución a la que quieren denominar.

Le reconozco que, de esos casos, mi favorito es «Girona».

Sí. «Girona». Es como «en chirona». Que es donde debería estar el de Girona, por cierto.

Foto: Carola Melguizo | The Objective.

Los Gobiernos, los medios públicos y demás marcas blancas ¿no han contrarrestado este discurso por desidia o a conciencia?

Por ignorancia y por complejos. Hay muchos españoles atontaos que creen que le deben algo a los nacionalistas. A los nacionalistas no se les debe nada: al contrario, son ellos los que tienen muchas facturas que pagar por haber sido el principal factor de inestabilidad de la España contemporánea no ahora, sino desde el siglo XVIII. No me parece esa actitud de algunos españoles razonable. Es una actitud propia de acomplejados e ignorantes.

Escribe: «Si alguien dijera hoy que Cartago destruyó Roma, sería llevado al psiquiátrico y no a la cárcel. Pero no sucede lo mismo, para poner el ejemplo canónico, con los crímenes nazis». Yo añado: ahora, tampoco sucede lo mismo con quienes dicen que, al vacunarte, te meten un chip con el jeringazo o con los nacionalistas catalanes que afirmaban que, en caso de independencia, Cataluña continuaría en la UE. ¿Por qué?

Bueno, en fin, los psiquiátricos son instituciones caras (risas), no podemos abusar de ellos. Hay que mantenerlos. Supongo que es una cuestión de economía.

También afirma que los periódicos siempre le «han ayudado mucho». ¿A qué?

Es una evidencia. Soy una persona que sabe las cosas de oídas. Soy así. Mi formación académica es discreta. Tengo una carrera, sí, pero como si no la tuviera. Es verdad que he leído muchísimas cosas de manera autodidáctica y tal, pero yo he aprendido, sobre todo, en los periódicos. He aprendido cómo funciona el mundo y, durante una época, los periódicos, para mí, eran el depositario del conocimiento. Desde los periódicos podía ir a las fuentes, a los libros, a las obras de arte, a las personas, incluso. Y siguen siendo muy importantes para mí. Es verdad que se han convertido en el depositario de la estupidez colectiva. Entonces, son muy divertidos también porque te permiten saber por dónde funcionan los tontos contemporáneos.

Foto: Carola Melguizo | The Objective.

¿Por qué cree que a los jóvenes periodistas españoles se les educa en que la objetividad no existe? Le reconozco que fue lo primero que me dijeron en la carrera.

Sí, es verdad: yo fui 20 años profesor en una universidad catalana y cuando mis alumnos venían a la clase y yo, con muy mal carácter, que es lo que tengo, les decía esta cosa de la objetividad, siempre había una señorita que decía: «En la clase de al lado me han dicho que tal». Yo le decía: «Pues elija usted la clase a la que debe ir». Y ya está, es así de simple. Los periodistas somos muy responsables de muchos de los problemas que nos afectan y uno de ellos es esta memez de que la objetividad no existe. Ahora hay un locutor de radio que sale en las páginas de los periódicos, El País y tal, es de la Cadena SER, que dice: «La objetividad no existe, pero la honradez sí. La honestidad sí». Es una cosa sorprendente porque solamente los gánsters tienen que probar que son honestos, o tienen que anunciar que son honestos. Todo el mundo supone que la gente honrada no tiene por qué ir diciendo: «No, es que yo soy honrado». Dime de qué presumes y te diré de qué careces. La objetividad no es una cuestión moral. Es una cuestión técnica, es un método. Es comprender el mundo y verlo con independencia de las convicciones, tratar de hacerlo. Controlando tus sesgos, tus pasiones… Por ejemplo, yo tenía que controlarme mucho con las muchachas a las que evaluaba en la universidad. Porque, claro, las muchachas pueden ser atractivas, pueden ser no atractivas, pueden ser simpáticas, antipáticas… y lo mismo pasa con los muchachos (risas). Entonces, hay que tener en cuenta todas esas cosas. Que un alumno te trate con afecto, con simpatía, puede perjudicarte a la hora de evaluarlo. Eso es probablemente inevitable, pero para eso están las correcciones que nuestra naturaleza, nuestra cultura y nuestro conocimiento imponen a la hora de intentar ir por la vida tratando de que tus prejuicios, que los conoces, te afecten lo menos posible. A mis alumnos les decía siempre que fueran siempre con los prejuicios bien enhiestos. Me decían: «Nos han dicho que tenemos que ir sin prejuicios». «Hombre, no: el que se lo ha dicho es un ignorante». No se puede ir a ninguna parte sin prejuicios. Lo máximo que se puede hacer con los prejuicios es conocerlos.

¿De los polvos de nuestra democracia vienen los lodos del periodismo, y viceversa?

No tiene nada que ver. Los polvos del periodismo no tienen nada que ver con… En fin, no hay periodismo sin democracia y no hay democracia sin periodismo, por supuesto. Dicen: «El periodismo durante el franquismo». No: no hubo periodismo durante el franquismo. Hubo otra cosa, pero no hubo periodismo durante el franquismo. Por cierto, tampoco hay periodismo en Cataluña. O hay muy poco.

Escribe el gran Luis Alberto de Cuenca: «La verdad es que no sé qué es la verdad / y no puede ser bueno que no sepa / algo tan importante como eso». Plagiando a Pilato, ¿qué es la verdad?

Al poeta le respondería con otro poeta. Machado sabía muy bien qué era la verdad cuando decía: «No me vengas con tu verdad y la mía; vamos a buscar los dos la verdad». Hay poetas para todo.

¿Cuál es su mayor certeza?

Mi mayor certeza es Arcadi. No tengo otra más poderosa.

Para finalizar, ¿la verdad nos hará libres?

No sé si lo hará, pero es indispensable para serlo.

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