Almudena Grandes, el talento cercano
«Hoy los perdedores de la historia se quedan un poco más huérfanos, sin una portavoz tan poderosa y constante como ella, y se nos va, pero se queda en sus libros»
La escritora Almudena Grandes ha fallecido esta tarde dejando tras de sí un buen número de novelas que quedarán como todo un monumento de las clases humildes, así como cientos de columnas que, aparte de una importante obra periodística, formaron algo más parecido a una larga conversación con sus lectores: fueron miles de opiniones vehementes, combativas y claras que nos han acompañado periódicamente durante décadas, y que forman también, al cabo, algo así como un autorretrato ideológico y moral, una forma indirecta de hacer no sólo sociología sino de ensayar unas memorias intermitentes.
Tan enamorada de lo popular como hostil a lo Popular, pocos escritores han dado tanta sensación de cercanía, de familiaridad, como ella. También ante sus personajes era fácil tener la impresión de conocerlos personalmente, de habernos cruzado con ellos en una cafetería, en el mercado, en una iglesia, en el pasado. En sus primeras novelas, urbanas y contemporáneas, entre las que tal vez destacó Atlas de geografía humana, eran personajes ante pequeñas crisis que tenían la puñetera tendencia a convertirse en bolas de nieve: cierto tono de comedia elegante atenuaba la gravedad, pero era el erotismo el elemento narrativo con el que con más gusto, acierto y fama coloreó sus narraciones: así en Las edades de Lulú, Malena es un nombre de tango o Caballos de cartón.
En los últimos años se había embarcado en un proyecto novelístico cuyo rótulo general homenajeaba a su idolatrado Galdós, ‘Episodios de una guerra interminable’, levantado para ponerse plenamente al servicio de la memoria de los derrotados en 1939. Las publicadas dentro de ese ciclo eran parábolas cuya voluntad explícita era enfrentarse, primero, al llamado «revisionismo histórico» y, más recientemente, a la extrema derecha, que hoy pierde a una de las voces que con más fuerza e insistencia cargó contra ella.
Inteligente y descarada, muchos de sus artículos muestran enfado (una indignación, por lo general, justa), pero a ella siempre la vimos contenta. Vivía con la alegría íntima de haber conseguido, a fuerza de trabajo y talento, convertirse en quien quería ser, tras años de despertarse a las seis de la mañana para poder trabajar unas horas antes de marcharse a trabajar: le gustaba contar esos comienzos, estaba orgullosa de su esfuerzo, y el éxito masivo entre los lectores fue el premio a su tenacidad y a su fe, pero también a su inmensa, indiscutible y premiada habilidad narrativa, demostrada en todas las líneas de su obra, desde la relativamente intrascendente hasta la que tuvo una voluntad real de intervención en el debate sobre quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos los españoles.
Hoy los perdedores de la historia se quedan un poco más huérfanos, sin una portavoz tan poderosa y constante como ella, y se nos va, pero se queda en sus libros, una forma muy particular, reconocible y honrada de entender las cosas.