El mejor rey nació en el escándalo
Un rey ilegítimo nació el 28 de noviembre de 1857. Pese a ello ha pasado a la historia como Alfonso XII el Pacificador, el mejor monarca del siglo XIX
En los teatros de Madrid se interrumpió la función, desde los jardines de Palacio llegaban los ecos de los cañonazos. Según el ceremonial, los cañones disparaban 14 salvas cuando la reina daba a luz una niña, 21 cuando era un niño. Aquella fría noche de un 28 de noviembre los madrileños contaron, con el corazón en un puño, catorce estampidos, y cuando sonó el décimo quinto el entusiasmo se apoderó de ellos. «¡Ha nacido el Puigmoltejo!», gritaban exaltados, mientras los niños tiraban petardos en la calle y las orquestinas tocaban el himno nacional en los cafés.
No era por fervor monárquico, de hecho lo de «¡Ha nacido el Puigmontejo!» era un insulto a la corona. La euforia venía porque el nacimiento de un hijo varón evitaba de momento una guerra civil. El anterior rey, Fernando VII, sólo había tenido hijas, y dejar como heredera a Isabel II había provocado las guerras carlistas, entre los que aceptaban y los que rechazaban que reinase una mujer. Ahora Isabel II parecía sufrir el mismo mal fario que su padre. Ya había tenido seis partos y solamente sobrevivía una niña, la infanta Isabel.
No es que la reina no concibiese varones, es que se morían, de hecho su primer embarazo fue de un niño, pero nació muerto. Al año siguiente alumbró otro varón, pero falleció a los pocos minutos, y aun tendría un tercer niño muerto al nacer. Esos dramas familiares desgarradores vendrían, por si fuera poco, envueltos en escándalos palaciegos. Cuando nació el primer infante muerto se corrió el rumor de que lo habían asesinado asfixiándolo con un almohadón, y la gente le adjudicó el crimen al duque de Montpensier, casado con la hermana de la reina. Era una barbaridad, no había ninguna prueba de ello, pero Montpensier era un intrigante y además era francés, por lo que le caía antipático al pueblo.
Hubo otro rumor escandaloso que en cambio sí parece cierto. Don Francisco de Asís, el esposo de Isabel II, encargó una máscara mortuoria, un molde en cera del rostro del bebé. No sería por amor al infante muerto, sino porque pensaba que no era suyo. Hizo que Federico Madrazo, pintor de cámara de la reina, pintara un retrato a partir de la máscara fúnebre, y con ese retrato andaba por la Corte buscando parecidos, para averiguar quién le había puesto los cuernos. La historia parece algo más que un infundio popular, porque el embajador francés la recogió en un informe secreto a su gobierno.
Ese primer hijo de la reina nacido muerto está, por cierto, enterrado en El Escorial bajo una lápida sin nombre, donde solamente dice: «Princeps Elizabeth II filius» (Príncipe hijo de Isabel II). No se hace mención al padre.
El tercer parto de Isabel II fue excepcionalmente feliz, en diciembre de 1851 nació una criatura sana y rolliza que viviría hasta los 80 años. Después de cinco años de matrimonio había al fin heredero a la corona, lo único malo es que era mujer, la infanta Isabel, y si intentaba reinar provocaría de nuevo las guerras carlistas.
En este caso don Francisco de Asís no tendría que ir buscando quién era el padre, lo sabía todo el mundo: «El Pollo Arana». Tras este apodo castizo estaba el capitán José Ruiz Arana, un valiente y apuesto militar que había ganado la Laureada, y del que se encaprichó la reina. El adulterio estaba tan claro que ocho Grandes de España, que estaban obligados a asistir al bautizo de la infanta, excusaron su asistencia con razones ridículas como que «no tenía traje».
A la infanta Isabel la proclamaron inmediatamente princesa de Asturias, pero todo el mundo la llamaba «la Araneja», hasta que siendo ya mayor, viuda y gorda, se hizo popularísima en Madrid por frecuentar los toros y las verbenas, y la gente empezó a llamarla «la Chata».
Ocho veces Borbón
Isabel II tuvo efectivamente una larga nómina de amantes durante todo su reinado. En realidad hizo lo mismo que la mayoría de los reyes del Antiguo Régimen –Felipe IV tuvo 50 hijos ilegítimos-, el problema era que, al quedarse embarazada de sus amantes, sus adulterios suponían que podía subir al trono un hijo ilegítimo.
El problema y la solución, porque con su marido Francisco de Asís había una consanguinidad tan alta que no podían salir hijos viables. Entre ambos cónyuges juntaban ocho veces seguidas el apellido Borbón, de modo que, para que sobreviviesen, los hijos tenían que ser fruto del adulterio.
Pero los adulterios se podían hacer con discreción o con desvergüenza, y la gestación de Alfonso XII fue la más escandalosa que se recuerda. El rey consorte Francisco de Asís, harto de hacer el ridículo, se había ido a vivir al Pardo, el matrimonio estaba separado de hecho, y la reina había instalado en Palacio a su amante de turno, un capitán de familia noble valenciana, Enrique Puigmoltó, apodado «el Favorito» por razones obvias.
La situación era inadmisible, y las fuerzas vivas del país intentaron remediarla. Primero acudió a la reina el general Narváez. Era algo más que el jefe del gobierno que más tiempo se mantuvo en el poder, era «el Espadón», el caudillo conservador que mantenía a raya a los progresistas, tan odiados por Isabel II. Cargado de su innegable autoridad, amenazó a la reina con dimitir y provocar una crisis política si no echaba de Palacio a Puigmoltó. Pero ella no le hizo ni caso.
Fueron entonces el Arzobispo de Toledo y el Nuncio, es decir, el embajador papal, que advirtió que el Papa no aceptaría apadrinar a la criatura «ante lo delicado de la situación». Era una catástrofe, un baldón para la que se definía oficialmente Monarquía Católica, pero Isabel II siguió en sus trece.
Finalmente le tocó al confesor de la reina, que subiría a los altares como San Antonio María Claret. El Padre Claret tenía una influencia enorme sobre Isabel II, para los progresistas era la mente negra que inspiraba la política reaccionaria de la reina. Llegó además pisando fuerte, amenazó a Isabel II con no confesarla mientras Puigmoltó siguiera en Palacio, pero pese a lo beata que era la reina, prefirió quedarse sin confesión que sin amante.
Puigmoltó se quedó hasta ver nacer a su hijo, y luego tres meses más, hasta asegurarse de que el niño sería viable y subiría al trono. Solamente cuando el futuro Alfonso XII alcanzó esa edad salió de escena «el Favorito» y entró el rey consorte Francisco de Asís, que aceptó cubrir las apariencias. No había forma de cubrirlas, pero no le importaba a nadie, lo importante es que aquel niño evitara una guerra civil.
Esta historia de la historia tiene, por una vez, un final feliz. Después de una revolución que derribó a Isabel II, un periodo de inestabilidad máxima y esa tercera guerra carlista que se quería evitar, Alfonso recuperaría la corona y sería el mejor rey que ha tenido España en el siglo XIX. Dejándose guiar por un estadista de la talla de Cánovas del Castillo, con él llegó la restauración de una monarquía constitucional mucho más moderna que la de Isabel II, y sobre todo un prolongado periodo de paz, tras 60 años de guerras civiles, revoluciones y contrarrevoluciones, lo que le ha hecho pasar a la historia como Alfonso XII el Pacificador.