El mejor regalo de Navidad
El 26 de diciembre de 1944, hace 77 años justos, el tanque Cobra King les alegró las Navidades a los paracaidistas americanos cercados en Bastogne
El teniente Charles Boggess solamente llevaba tres días en aquel puesto, jefe del Cobra King (Rey Cobra). A su predecesor le había matado un francotirador el 23 de diciembre, porque el jefe de un tanque Sherman tenía que ir asomado a la torreta para dirigirlo, sin que le protegiera su masa de más de 30 toneladas y su blindaje de hasta 117 milímetros.
Ese tanque Sherman, modelo Jumbo, encabezaba el avance de la Compañía C, la unidad líder del 37 Batallón de Tanques, que a su vez formaba la vanguardia de la 4ª División Blindada americana. Hablando en plata el Cobra King era la punta de lanza del Tercer Ejército de Patton, el general más agresivo de la II Guerra Mundial, un mal sitio si te gustaba la tranquilidad. El mes anterior el Cobra King había quedado fuera de combate por los cañonazos enemigos, aunque lo habían podido reparar. Poco después, en marzo, ardería y quedaría definitivamente destruido.
Es decir, que nadie en el ejército norteamericano envidiaba el puesto del teniente Boggess, aunque aquel 26 de diciembre de 1944 tuvo su compensación. La Compañía C había atacado a los alemanes en el pueblo de Assenois, al suroeste de la ciudad belga de Bastogne, en las Ardenas, donde estaba sitiada una división paracaidista americana. Tras batir al enemigo y abrirse paso a través de Assenois, el teniente Boggess vio a lo lejos unos soldados con uniforme norteamericano.
Al principio desconfió, porque los alemanes estaban utilizando comandos disfrazados de americanos, pero los que había visto Boggess eran auténticos y su entusiasmo también. Eran paracaidistas de la 101 División Aerotransportada. El Cobra King había roto el cerco, el mejor regalo de Navidad que podían soñar los paracaidistas.
De vacaciones
Un par de semanas antes a la 101 División Aerotransportada, una de las mejores del ejército de EEUU, le habían dado un premio. Estaba combatiendo duramente desde el Día D y se había ganado unas vacaciones de Navidad. La mandaron al sector más tranquilo del frente, un área donde realmente no había guerra, la boscosa región de las Ardenas que se extiende entre Bélgica, Francia y Alemania. Por desgracia ese fue el punto del mapa que señaló Hitler para lanzar la operación Wacht am Rhein (Guardia en el Rhin), el último coletazo del ejército alemán.
Los alemanes sorprendieron completamente a los americanos, su frente se hundió, desapareció, en un par de días se rindieron 17.000 yanquis. Y los paracaidistas de la 101 División se encontraron, de la noche a la mañana, teniendo que defender un punto estratégico, la pequeña población de Bastogne, el principal nudo de carreteras de las Ardenas. Si los alemanes no lo controlaban, su ofensiva fracasaría.
Los paracaidistas eran 8.000 hombres de vacaciones, no tenían equipo de campaña, no tenían ropa de abrigo para el invierno más frío del último cuarto de siglo. Además las divisiones de paracaidistas carecían de armamento pesado, de modo que reunieron unos cuantos tanques y cañones de unidades dispersas y aguantaron los ataques de cinco divisiones blindadas y dos de infantería, los terroríficos bombardeos, el frío, la falta de servicios médicos y el hambre, un hambre terrible. Los alemanes no pudieron entrar en Bastogne, pero lo cercaron por completo, impidiendo que llegasen los suministros vitales.
Los alemanes habían lanzado su ofensiva con un pronóstico de cielo cubierto para al menos una semana. Era un elemento esencial de su éxito, que no pudiese intervenir la aviación aliada que dominaba el espacio aéreo. El 24 de diciembre, cuando más triste se presentaba la Navidad para los sitiados, asomó el sol entre las nubes. Luego se oyeron por el cielo los motores de los aviones que lanzaron algunas municiones, medicamentos y comida, incluidos caramelos de menta Life Savers, los más populares de América.
«La Nochebuena tres de nosotros intentamos prepararnos una sopa caliente con unos caramelos Life Savers, que era todo lo que teníamos», recordaría el soldado de planeadores Leland G. Jones. ¡Sopa de caramelos! En circunstancias extremas todo se aprovecha. Además de suministros, los aviones aliados soltaban unas cintas para confundir al radar enemigo, y los paracaidistas les encontraron una utilidad festiva.
«Durante el día del 24 de diciembre la artillería alemana no bombardeó mucho y decidimos poner un árbol de Navidad –explicaría el paracaidista Ben Rous-. Reunimos todo los que encontramos que tuviera colores, sobre todo las cintas de confundir al radar. Añadimos botes de conservas vacíos, y algunos llenos para que hiciesen de regalos, incluso obuses de mortero».
Pero ninguno de esos regalos caídos del cielo podía compararse con la aparición del Cobra King del teniente Boggess, que anunciaba el fracaso alemán y el final de las privaciones del asedio. Alguien pintó con pintura blanca en el costado del tanque: First in Bastogne (el primero en llegar a Bastogne). El tanque lució orgulloso esta señal de distinción hasta el 27 de marzo de 1945, cuando su blindaje fue perforado por un proyectil y se incendió. La tripulación logró salir y el Cobra King quedó abandonado en territorio enemigo. Después de la guerra se recuperaron sus restos y se tuvieron como recuerdo de los combates en varios cuarteles americanos en Alemania, aunque se había perdido memoria de sus hazañas. Hasta que ya en nuestro siglo un capellán militar llamado Keith Goode, interesado por la historia de la Segunda Guerra Mundial, encontró pistas que le hicieron pensar que se trataba del histórico Cobra King. Se le identificó con toda seguridad gracias al número de su chasis, y hoy se exhibe restaurado en el Museo del Ejército de Estados Unidos.