Eduardo Laporte: «Battiato es moderno y reaccionario; tiene mucho de precursor»
El escritor y columnista de THE OBJECTIVE publica ‘En presencia de Battiato’, una biografía que recoge la trayectoria espiritual y musical del siciliano
Todos los músicos tienen groupies, excepto Franco Battiato, cuya veneración se asemeja más a un apostolado. En España, los ‘battiatianos’ son una francmasonería, la happy few que no llena estadios pero mantiene vivo el fuego. Cuando se encuentran, se reconocen, vaya usted a saber cómo ni por qué. Si consideramos que cada artista genera sus fans a imagen y semejanza de su música, es lógico que los ‘battiatianos’ sean como son: tirando a tímidos pero con accesos exhibicionistas, hedonistas de puertas hacia dentro, con algo de sacro y otro poco de profano. Modernos reaccionarios o reaccionarios modernos, siempre en busca de un «centro de gravedad permanente».
Para Eduardo Laporte, ser ‘battitaiano’ es «pertenecer a una tribu abierta y discreta». Él está en el ajo desde que fue tocado por su música de pequeño, como tantos que ya pintan canas y asistieron con pasmo a las actuaciones en TV y las giras de ese larguiducho con gafas que aspiraba a ser Uno y Múltiple. Ahora, a nueve meses de la muerte del siciliano el 23 de marzo, Laporte publica En presencia de Battiato (Sílex), una biografía sui géneris en la que traza la progresión de un alma y la evolución de un rapsoda, los caminos convergente y senderos que se bifurcan de un artista que no se parece a nada.
Pregunta: ¿Cómo son los ‘battiatianos’? ¿Qué define a esta «tribu abierta»?
Respuesta: Con tribu y abierta ya caemos en un oxímoron, por lo que ese clan peculiar sería, ante todo, contradictorio. Como lo era, a su manera, il Nostro (llamaremos también así a Battiato). Un solitario que llenaba teatros, un artista experimental que vendía millones, un occidental orientalizado y viceversa, un alma nómada que optó por el arraigo de Villa Grazia, en Sicilia, no lejos de su Riposto natal. Baroja decía que de él podían decir que era humilde y orgulloso; de Battiato, y los ‘battiatianos’, pueden decir algo parecido. Se nos resiste la etiqueta fácil.
P: Entonces, ¿qué sería lo ‘battiatiano’? ¿Es posible definirlo sin reducirlo?
R: Tiene que ver con una mirada empática, sutil, curiosa, desprejuiciada y generosa sobre las cosas. Con un misticismo que impregna lo cotidiano. Con un deseo de ser libre, de evolucionar, de conocer distintos grados de conciencia, pero de una manera orgánica, más allá del atajo efímero de las drogas. Todo ello sin tomarse demasiado en serio, quitando gravedad al mundo con las dosis justas de ironía y con cierto charme.
P: ¿A qué Dios le rezaba Franco Battiato?
R: En una entrevista dijo, para asombro de la periodista, que todas las religiones eran iguales. En su coqueteo con todas las codificaciones de la espiritualidad, Battiato se sentía cómodo con la idea de un Dios, un ente superior al que se accede con la ayuda de las religiones. Sea islam, budismo o cristianismo, en la cima de la montaña está el mismo Dios. Un Dios, dirá, que es «amor puro», pero al que hace falta mucha paciencia para llegar a conocer realmente. Battiato es un ser en búsqueda. Y esa búsqueda, paciente, da sentido a sus días. Dicho esto, en sus últimos días, de la mano del sacerdote católico Guidalberto Bormolini, rezaban juntos entiendo que a una imagen de Dios más familiar; a veces se necesitan símbolos asibles para acceder a lo inasible de la trascendencia.
P: ¿Fue un moderno o un reaccionario?
R: Ambas cosas. Como el Andrés Hurtado de Baroja, no solo tuvo algo, sino mucho de precursor. Toda su música es ejemplo de ello, y una buena muestra de eso tan manida de la tradición y la modernidad. Todos sus años setenta son vanguardia pura (que creó escuela), pero a partir del disco del 79, L’era del cinghiale bianco, recupera todo su acervo musical culto, Händel, Bach, Vivaldi, y lo cuela en sus composiciones (con ayuda de Giusto Pio). Me gusta decir que es un caballo de Troya; se vale de la música popular para introducir en el público la mejor tradición musical. También para despertar nuevas sensibilidades, un despertar a la conciencia sutil, nada menos. Y, bueno, algún ramalazo reaccionario le he notado. Como cuando, en la famosa entrevista con Franco Pulcini, ante la pregunta de cuál fue la mayor catástrofe de la historia, responde que «la Revolución francesa».
P: El eclecticismo (de Bach al sintetizador, de Oriente a Occidente…) que hizo célebre a Battiato, hoy, para algunos, podría ser incluso ‘apropiacionismo’…
R: Me quedan un poco grandes esas polémicas modernas, que sufrió en sus propias carnes Rosalía. Entendería hablar de ‘apropiacionismo’ si tomaras una tradición cultural y te la quedaras para ti y, de paso, la destrozaras. Pero no suele ser el caso. Otro músico que siempre admiré, Eric Clapton, es uno de los grandes bluesmen de la historia de la música. ¿El blues es solo de negros? Paco de Lucía, tan flamenco, era hijo de una portuguesa (así lo llamaban, de hecho)… En fin, me da pereza este debate. Pero la respuesta rápida sería ‘no’.
P: ¿La evolución de la música de Battiato va pareja a su «camino de perfección» interior?
R: Interesante. Hay un momento clave en su biografía: la angustia existencial que cae sobre él en un momento en que parece despuntar musicalmente. Hablamos de finales de los sesenta cuando, tras unos inicios timoratos en la industria musical, en Milán, consigue grabar un sencillo, È l’amore, que se vende como rosquillas (unas ochenta mil copias). Una canción romántica, balada, al estilo del cantante melódico de la época, Al Bano, Adamo, etc. Podría estar contento, pero las tinieblas se ciernen sobre él y sufre una crisis psiquiátrica considerable. Nota que algo falla, que tiene un cruzar su particular noche oscura del alma. Entonces se sumergirá en la lectura de textos sagrados de diversas tradiciones y en la meditación como terapia de urgencia que no abandonará nunca. Un punto de inflexión en el apasionante viaje de Battiato hacia el centro de sí mismo, hacia la conquista de su centro y, sobre todo, hacia su doble éxito, el exterior y el interior. Battiato superó su noche oscura. No todos pueden decir lo mismo.
P: ¿Cómo se afronta la biografía de un tipo que tiene más que ver, al menos en buena parte de su vida, con un monje que con una rockstar al uso?
R: Yo tenía miedo, el mismo 18 de mayo de 2021, cuando me puse a la tarea, de que no hubiera mucho que contar. Porque no conocía prácticamente nada de la vida de il Nostro cuando me senté, casi guiado por poderes superiores, a escribir el libro. Escuchaba obsesivamente sus canciones desde niño, pero no sabía más que de su soltería irrenunciable, la presencia de la madre y sus años en Milán y luego Sicilia. Sin embargo, encontré el conflicto que hace que ciertas vidas deban ser contadas. La lucha hacia «el ser trabajado» que, según la experta en biografía Anna Caballé, es lo que hace interesantes ese tipo de libros. Y Battiato se trabajó y mucho. De un modo ejemplar. Por eso creo que su historia es muy interesante para cualquier lector, más allá de su peripecia como músico, los discos que vendió o sus aportaciones técnicas.
P: Aparte de un músico superdotado, fue un letrista inconmensurable. ¿Con qué se queda?
R: Sin duda me cautivó por su música. Esos acordes finales de Yo quiero verte danzar entraron por un oído para quedarse para siempre. Y luego descubrí que las letras empastaban a la perfección con toda esa arquitectura sonora tan original, viva y capaz de transportarte a mondi lontanissimi.
P: ¿Por qué vale la pena seguir escuchándole hoy, mañana y siempre?
R: Su música es inmortal porque está por encima de modas. Battiato fue un autor de éxito pero es, de alguna manera, una isla. O un oasis. Una perla entre tantas basuras musicales, que dirá en una de sus canciones. Lo digo al margen de mitomanías. Battiato componía para llegar al fondo de sí mismo, para conocerse, para descubrir nuevas regiones de su alma. Y para viajar a través del tiempo, como en una de las alfombras turcas que tanto les gustaban. Su relación con la música era no solo integral sino, podríamos decir, religiosa. Él no reniega de su condición de creador prometeico que tiene el don de traducir mensajes de otras dimensiones. Por eso la música, tan insondable, es el arte más elevado, más puro. Más universal. Escuchar a Battiato mitiga el proceso de abolición del alma al que vamos abocados. Porque la música, y esto lo reconocía un escéptico como Cioran, nos recuerda que tenemos ahí dentro esa cosa llamada alma, espíritu, y Battiato es consciente de ese poder.
P: ¿Dónde está para Eduardo Laporte el «centro de gravedad permanente»?
R: Está dentro de nosotros y en nuestra capacidad para indagar en ese interior, que no termina en un cul de sac sino en esa cosa que hemos llamado Dios. Orientar las velas en esa dirección no solo nos evitará un ensimismamiento enfermizo, sino que nos invitará a paladear el mundo, la vida, el detalle más insignificante, con todo su sabor. Amén.
P: Amén.