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Marina Palacio, la directora del cine protagonizado por lo impredecible

La realizadora donostiarra rechaza cualquier encasillamiento oscilando entre la ficción y el documental para alcanzar una espontaneidad natural

Marina Palacio, la directora del cine protagonizado por lo impredecible

Marina Palacio (San Sebastián, 1996) | Andrea Sanchez Iañez

El arte de la creación es un don con el que muy pocos cuentan, se trata de pasar por un proceso en el que el esfuerzo y la intencionalidad alcanzan una equilibrada simbiosis con la espontaneidad y la capacidad para sorprender y sorprenderse. Tan necesaria como la experiencia es la humildad para entender que los surcos por los que transcurre la producción artística muchas veces se ven desbordados por la aparición de lo impredecible, aportando a la obra la genialidad de lo inesperado. 

Para muchos artistas llegar a este punto supone una deconstrucción de los conceptos previamente adquiridos, una lucha contra el molde de lo preestablecido. Sin embargo, también los hay que, al carecer de una formación estrictamente académica, gozan de mayor facilidad para pasar por encima de estos cánones o convenciones y alcanzar un resultado satisfactoriamente inclasificable, pero igualmente genuino.

Marina Palacio (San Sebastián, 1996) no empezó la carrera de Bellas Artes con la idea de acabar en el mundo del cine, por lo que sus inicios en el séptimo arte tienen algo de esa inocente búsqueda que termina encontrando un camino propio hacia la creación. 

«No fue premeditado, tampoco pensé que me estaba introduciendo en un mundo a sabiendas, sencillamente, durante mis estudios de Bellas Artes me di cuenta de que a lo que realmente quería dedicarle tiempo era a la creación audiovisual y a la fotografía. He acabado dedicándome a ello casi sin quererlo. Obviamente ha influido mi paso por la escuela de cine Elías Querejeta, pero allí tampoco recibí una educación en el sentido académico, más bien se trata de un lugar de pensamiento y de reflexión en torno al cine».

Delicadeza estética, libertad argumental y espontaneidad interpretativa

La realizadora donostiarra estrenó su primera película, Ya no duermo, en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián en 2020 y logró el Biznaga de Plata al mejor corto en Málaga. Un cortometraje de esos que llaman «de autor» (a parte de la dirección, participó en la producción, escritura y montaje), que ha sido seleccionado en una veintena de festivales internacionales y en el que deja constancia de algunas de las características que comienzan a definirla como cineasta: delicadeza estética, libertad argumental y un trabajo interpretativo centrado en personas, más que en personajes

«Tengo dos maneras de estar a la hora de crear, la primera es en cuanto a lo que quiero contar y al proceso creativo, la propia historia que se cuenta en la película, donde soy mucho más abierta; pero respecto al planteamiento de la imagen soy muy perfeccionista, le doy muchísima importancia».

Sobre Ya no duermo, explica que la única premisa desde la que partió fue la de hacer una película junto a su padre, mientras que la única condición de su padre era hacer una película sobre vampiros. «Casi todo estaba abierto al azar, la improvisación y al juego. Estaba súper presente ese deseo de no ponerme límites y de hacer realmente lo que me daba la gana junto a mi padre».

Póster de Ya no duermo (2020)

El resultado fue una entrañable historia en la que un hombre adulto (su padre) y un niño (su primo pequeño) debaten sobre cuál sería el contenido de una película de vampiros, todo ello enmarcado en una cuidada sucesión de planos estáticos encuadrados con fineza para crear esa atmósfera de complicidad en la que acontece el «juego».

Tras el salto cualitativo de estrenar su película con premio incluido, Marina Palacio da el paso hacia el largometraje en unas condiciones parecidas. Ambientada, igual que el corto, en la zona de Tierra de Campos (Palencia), trabaja en una historia escrita junto a su padre, un ambicioso proyecto centrado en filmar el desarrollo de un grupo de siete niños (ninguno de ellos actores) durante cinco años en su transición desde la infancia hacia la adolescencia. 

Y así seguirán las cosas es una película que continúa oscilando en esa delgada línea entre la ficción y la no ficción en la que tan cómoda se siente la cineasta. «No me gusta nada esa manía de seguir encasillando las cosas, de hecho es algo que me ha creado muchos problemas a la hora de presentar mi trabajo en festivales. Hay un problema en la manera que se tiene aún de catalogar el cine, sólo existe la ficción o el documental y hay millones de búsquedas que no son ni una cosa ni la otra. Es más, da igual lo que sea, al final cuando ves una película no piensas en qué estás viendo, disfrutas simplemente del hecho de verla».

Con este trabajo, la realizadora se embarca en lo que será su proyecto más importante durante los próximos cinco años. La duración, tanto del tiempo para producir la película, como de la extensión del propio film, también provocan que este trabajo no sea tan abierto como lo que se ha podido ver hasta ahora en Ya no duermo, del que su directora afirma que dada la libertad argumental con la que se desarrolló la grabación «podrían haber salido otras mil posibilidades diferentes».

En Y así seguirán las cosas, sí que se parte de una premisa bastante clara, hay una idea, pero igualmente su creadora reitera que no le gusta trabajar con un guion cerrado. «Nunca voy a poner a un niño delante de la cámara y le voy a decir: ‘Tienes que hacer esto de esta forma y luego moverte así…’, mi proceso consiste en usar planos más fijos y propiciar que sea ahí donde ocurren las cosas. Se dicen algunas indicaciones, se genera una situación, pero trato de no intervenir en cómo se genera y de qué manera se dicen las cosas, me gusta que la persona que está delante de la cámara tenga total libertad».

«Las películas que me imagino no casan con la idea de decirle a alguien lo que tiene que decir o hacer»

Es por eso que la donostiarra trabaja un cine sin actores, una ventaja más a la hora de alcanzar la naturalidad que pretende mostrar. «El hecho de trabajar con personas que no son actores ni actrices nos da espontaneidad, nos permite lograr cosas que no esperas y eso es lo que a mí me fascina. A día de hoy –continúa– no me interesa trabajar con intérpretes, porque las películas que me imagino no casan con la idea de decirle a alguien lo que tiene que decir o hacer. Mi interés parte de colocar una cámara delante de las personas a las que deseo filmar, no tanto de contar una historia».

Marina Palacio es una creadora sin complejos, tiene clara cuál es su idea con respecto al cine, pero no por ello deja de ser consciente de su juventud, probablemente su mejor baza para lanzarse a experimentar y conocer las infinitas posibilidades que entraña el séptimo arte. Las películas de la donostiarra se construyen a través de sus personajes, sin miedo a que la obra se imponga al autor.

Ya no duermo (2020)

Esto no deja de ser un juego entre la ficción y el documental, un truco para el espectador, pues, como directora, sigue siendo ella quien genera las condiciones para la acción, quien decide qué aparece delante de la cámara, en estado omnipresente a través de su sello estético. Quizás lo más interesante de la concepción cinematográfica de Marina Palacio tiene que ver precisamente con esa puerta siempre abierta a lo accidental y espontáneo, capaz de desbordar las limitaciones de lo intencionado.

El tiempo, como siempre, será el encargado de desvelar cómo acaba consolidándose esta idea que de momento ya cuenta con el reconocimiento necesario para continuar creando. Mientras tanto, como espectadores, será interesante estar atentos la proyección de una cineasta con ganas de sorprender y sorprenderse.

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