Ha llegado la hora de Cecilia Bartolomé, Premio Feroz de Honor 2022
La directora ha sido una de las mejores medidoras del clima social en España durante y tras la dictadura
La escueta producción de Cecilia Bartolomé como directora gira alrededor de una inquebrantable actitud contestataria. Sus coherentes posicionamientos en contra de la que, en cada momento, era la cultura mayoritaria son la razón que explica por qué su trabajo se ha mantenido durante mucho tiempo en la sombra. Su obra se reduce así a los cortos que dirigió cuando era alumna de la Escuela Oficial de Cine –en los primeros años 70–, dos largometrajes de ficción, de 1978 y 1996, un documental político (1983), y un capítulo, también documental, de Cuéntame como pasó (2005). En todos ellos, la complejidad, lo fragmentario y la transgresión son rasgos destacados.
Antes y alrededor, una vida inusual
Hasta los 20 años, Cecilia Bartolomé vive con sus padres en Guinea Ecuatorial. Luego, al volver a España, es de las pocas mujeres que aspiran, y son admitidas, en la Escuela de Cine. Como alumna, y todavía en pleno franquismo, no duda en utilizar las oportunidades de creación que se le brindan para elaborar relatos contundentes y rebeldes.
El más conocido es el del mediometraje con el que se diplomó. Margarita y el lobo (1969) cuenta la historia de una mujer que se separa y que es capaz de construirse, sola, un vida espontánea, satisfactoria e independiente. La película asume con naturalidad un enfoque y una forma anticonvencionales, y no abandona ni por un instante el punto de vista de su protagonista. Firmemente feminista, aunque sin declararlo, violentamente adversa a la cultura y las instituciones opresivas del franquismo, no sorprende que fuera aplastada por la censura.
Pero no por eso su autora se dejó silenciar. Ni modificó su actitud inconformista. Delante de las dificultades, Cecilia Bartolomé ha sido una creadora intransigente. Lejos de abandonar sus planteamientos, no ha dudado en asumir el coste de sus transgresiones. El más evidente, la escasez de oportunidades que ha reducido a un puñado sus obras. Pero, sobre todo, lo que eso ha implicado, el segundo plano en el se la ha dejado bastante más allá del final del franquismo.
Vámonos, Bárbara y después…
Da fe de esta capacidad de resistencia la energía con la que asume el encargo para su primer largometraje de ficción. Vámonos, Bárbara es un relato sorprendente: una película comercial, destinada a un público mayoritario, que recoge con decisión el alegato feminista de Margarita y el lobo.
Aunque la forma es más convencional –sigue el formato de la road movie– el fondo sigue siendo el de la reivindicación de la autonomía de la mujer a partir de la historia de una separación. Ciertamente, el contexto ha cambiado. La dictadura ha dado paso a una democracia en construcción. La película se puede estrenar. Hasta es presentada en San Sebastián en una sección de cine dirigido por mujeres. Pero su intransigencia sigue resultando incómoda para muchos. Y desde luego no sirve para que Cecilia Bartolomé pueda seguir trabajando en el mainstream de la industria del cine español.
Su siguiente proyecto, Después de (1981), nace por iniciativa de Cecilia y su hermano José Juan, y es otra prueba más de su compromiso. La idea les surge a partir de la colaboración con Patricio Guzmán en el rodaje de La batalla de Chile (1975). Del mítico documental sobre el golpe de estado contra el Gobierno de Allende, los Bartolomé adoptan el modelo de entrevistas a pie de calle que ajustan a la peculiar situación de la España posfranquista.
Prácticamente autofinanciado, el reportaje se rodó entre la primavera de 1979 y los primeros meses del año siguiente, en plena ebullición posfranquista. Su intención era registrar el estado de ánimo de la sociedad española en el transcurso de la compleja etapa de la transición a la democracia. Aparte de algún fragmento integrado por material de archivo, la película se estructura básicamente en una sucesión ordenada y temática de declaraciones espontáneas de gente común, yuxtapuestas a intervenciones de políticos destacados. La atención se dirige a lugares y momentos de especial movilización social a lo largo y ancho de la geografía española.
Aunque registre opiniones opuestas, a favor y en contra de la dictadura y de Franco, la imagen que transmite es de un pueblo convencido de estar viviendo una etapa de cambio de época, a la que algunos se enfrentan con miedo y rabia, otros, con esperanza, y los políticos, cabalgando la inestabilidad. En su conjunto, transmite con eficacia a los espectadores la sensación de estar contemplando la realidad casi sin filtro. Pero a pesar de su indudable vigor, tampoco esta obra consiguió visibilidad y reconocimiento hasta mucho más tarde.
Uno de los problemas con los que se topó tiene que ver con el momento concreto en el que se terminó de montar, pocos días antes del intento de golpe de estado del 23 de febrero de 1981. La irrupción del coronel Tejero en las Cortes consiguió anular de forma súbita las emociones y los análisis que se habían hecho hasta el día anterior. El escenario político se cerró de repente a la espontaneidad. La radical objetividad de Después de, su lucidez a la hora de retratar a una sociedad movilizada y dividida, parecían hablar de otro planeta.
Últimos proyectos
El último largometraje dirigido por Cecilia Bartolomé, Lejos de África (1996), es otro ejemplo de un texto que acaba desvinculándose de su propio contexto. A pesar de la intención de su autora de abordar una realidad que vaya más allá de la experiencia individual –más concretamente, la de la presencia española en Guinea Ecuatorial– la película nace y se ancla en una visión tan libre y personal que despista, y parece difícil de encajar en una perspectiva más amplia.
La sencilla trama argumental, desarrollada alrededor de la amistad interracial entre dos niñas, no es más que un dispositivo de acercamiento a la realidad, una herramienta pensada para explorar y representar el conflicto intercultural en su dimensión más íntima y auténtica. Así que, una vez más, lo que interesa a su directora, lo que la motiva a crear y manifestarse en el mundo, no encuentra eco en la sociedad que la rodea, que no es capaz de prestarle atención y reconocerse en sus historias.
Solo en años recientes, a caballo del cambio de milenio, la obra de Cecilia Bartolomé deja de ser invisible. El hecho que se le encargara la dirección del capítulo de Cuéntame cómo pasó dedicado a la muerte de Carrero Blanco (2005) puede considerarse una especie de homenaje y reconocimiento hacia su figura y su aportación.
Hoy por hoy, y el Premio Feroz de Honor lo confirma, no queda la menor duda acerca del lugar crucial que ocupa para una correcta valoración de la condición emocional y cultural de la sociedad española entre los últimos años del franquismo y el inicio de la transición. La ventaja del reconocimiento tardío es que ahora parece más fácil hacerle justicia y aceptar que la fuerza extraordinaria de las historias que ha contado tiene que ver, precisamente, con su condición de francotiradora.
Pasados ya más de 40 años, para un público alejado de las pasiones políticas del momento, las valientes películas de Cecilia Bartolomé hablan con la fuerza de una extraordinaria autenticidad de un período histórico y una sociedad entera, y sobre todo, de sus mujeres.